Mostrando entradas con la etiqueta negativismo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta negativismo. Mostrar todas las entradas

martes, 8 de abril de 2014

El cuento de los negativos

Supongo que nos sucede a todos cada día. Y si no, sacadme de mi error, a ver si, al menos, me siento importante. Nos encontramos con alguien que menciona un problema que tiene, y nosotros, llevados de nuestra vena humanitaria, intentamos ayudar al prójimo y ofrecemos una solución. A veces, porque nos ha pedido ayuda. A veces, porque somos así de buenazos. A veces, porque encontrar la solución a un problema es un reto irresistible. Por el motivo que sea, ofrecemos esa solución.

Quino, el dibujante de cómics (o historietas), ese artista genial, a menudo tan sabio y siempre tan astuto y sagaz, nos mostraba en cierta ocasión a la madre de Mafalda en la situación siguiente:



Evidentemente, cuando nosotros encontramos una solución a un problema y somos más rápidos que el resto, a ese resto (o residuo y demás sinónimos, b..., e...) le duele. Y tiene que demostrar que es mejor que el sugerente riéndose o descalificando la solución dada. Inmediatamente, el resto (decía) del resto, léase, los que todavía no habían hablado, se sumarán a la contestación, a la negación de la solución, amparados en el guano del grupo contra el individuo. No nos engañemos: probablemente, nosotros hagamos lo mismo a otros cuando estamos en el bando equivocado. Son muy, muy pocas las personas con tal grado de consciencia y de desarrollo moral que no se apuntarían a ese carro ganador tirado por tanto buey. Nuevamente, me viene a la mente uno de los cuentos que menos me gustan y que más me recuerda la vida a diario, a sice, El traje nuevo del emperador. El final feliz del cuento es que, a diferencia de lo que sucede en la vida real, hacen caso a un infeliz.

[El niño es el único que se atreve a decir que el emperador va desnudo, y sólo en ese momento se atreven el resto a admitirlo]

Ya mencionaba en otra ocasión que mis ganas de ayudar, como mi curiosidad, tienen un límite. Cuando me piden una solución y doy cuatro, o cinco, y ninguna vale, puede que se me ocurran más, puede que no, pero simplemente, desconecto de la cuestión y que se busque la solución aquél a quien pertenece el problema. La gente negativa, ésa que encuentra un problema para cada solución, son vampiros psicológicos, y probablemente chupones que luego utilizarán tooodas tus soluciones sin darte ningún crédito por siquiera una.

Y sin que se excluya lo dicho en el párrafo anterior, también puede ser, como guindón del pastelón de esta me-rienda, que el enunciante del problema quiera sentirse miserable. Y ahí estamos nosotros, agúandole la fiesta. Pobre. Tan feliz con su problema, y nosotros queremos solucionarlo. Eso no se hace. Reconozcamos que no nos han educado bien.

Hasta ahí, la crítica. Y ahora va el aviso, en forma de otro cuento recurrente, esta vez sí que de mis preferidos, que es Pedro y el lobo. Como mis ganas de ayudar y mi curiosidad, también tienen un límite mi paciencia y mi buena fe. Llega un punto en el que ya no me creo que la persona necesite mi ayuda: lo que necesita es crecerse rebajando al primer pimpollo que intente ayudarla. Y quizá no, pero nedej Bože, (= no lo quiera Dios) puede suceder que esa gente, un día, necesite ayuda de verdad. Ese día, no tendrá a nadie que ayude, porque los más capaces y más dispuestos estarán ya quemados de tanta historieta y tanto cuento. Léase: del título.

lunes, 23 de diciembre de 2013

Tu pareja te impide... cantar

Que si cantas mal, que si me duele la cabeza, que si hoy no me siento con ganas de cante, que si hoy no, cariño, que si :(, que si :'( o incluso peor D': o qué se yo... Por no hablar de comentarios sarcásticos, paternalistas, victimistas, o las bromas delante de los amigos, o "es que quiero ver las noticias, que son importantes" (las p*s noticias, ya volveré a arremeter contra ellas), o "estoy viendo una película" o "mañana, ¿vale?". Etcétera, etcétera, etecétera.

Y luego te quedas solo y no cantas porque no te apetece, porque a tu chica/o no le gusta que cantes y entonces no lo haces ni cuando puedes, no sea que entre por la puerta y se lleve un morrocotudo.

Más adelante llega el día en que cantas ya por fastidiar, por revancha, por "ahora me toca a mí", y descubres que las notas de música tienen un sabor amargo en la boca y un deje de desentone en el oído por la falta de costumbre y la falta de ganas.

Pero, ¡ayyyyyyyyyyy ese día que te resolterizas! ¡Qué placer encuentra uno en el canto! ¡Cuántos Bravos y cuántos Ninos y cuánto sol cuando amanece... yo soy líííííbre!

Como el mar. Eau d'eté.

Y lo disfruto más que un "plumeroparael...". Desafino, por la falta de costumbre. ME DA IGUAL. Canto por la mañana, por la tarde, por la noche, y aunque los vecinos no se han quejado, estoy seguro de que canto hasta en sueños. Y de repente mis sueños dejan de ser repetitivos, sueño con paisajes nuevos, con caras nuevas, con situaciones que no conocía (ni en sueños, fíjense qué cosas). Que llevaba lustros de sueños repetidos y San Seacabó de los Acaboses. Ahora sólo sueño con sitios que visito a las pocas semanas. Asusta un poco, pero...

... Contras, ya me perdí otra vez. Lo siento. El único consuelo que me queda es que esta entrada iba sobre el canto y aquí estoy, dando el cante con mis divagaciones. Feliz Navidad a todos los que se la merezcan. Al resto ya se lo desearé cuando me confirme, si llegare el día.