sábado, 13 de noviembre de 2021

Los otros son idiotas

Me decía un compañero de trabajo un día no muy lejano que su hija no parecía estar bien de la cabeza porque se quería viajar a todas las Islas Canarias (entiéndase, las 7 mayores). Yo le dije que no veía ninguna diferencia con la forma en la que viajaba él, y que, comparado conmigo, también él viaja mucho. No lo criticaba, no lo juzgaba, sólo intentaba hacerle ver que son sólo formas de ver las cosas. Su respuesta fue que yo me iba al otro extremo (porque no viajo tanto como él).

No era la primera vez que mencionaba que yo me voy al otro extremo, y tampoco iba a ser la última. Relacionado con los viajes, yo sólo digo que no es algo que eche tanto en falta en mi vida, no necesito experiencias y ver cosas, y no va con mi estilo de vida, pero allá cada cual. Ya en su día me decía que le parecía fatal que yo no viajara más. Pogüeno. El día que me lo pague él, igual me lo planteo de otra manera, pero hoy por hoy no me apetece hacer turismo ni aunque me regalen el viaje. Es mi vida y punto-pelota.

En otro orden de cosas, hace cosa de mes, mes y medio, otro compañero se pilló dos semanas de vacaciones por asuntos familiares. El criticón no perdió oportunidad para ponerle a bajar de un burro, porque a quién se le ocurre, y qué falta de responsabilidad, y todo el trabajo que les queda al resto, etc. Yo me mordí la lengua para no decirle que hace unos años se había pillado él una semana para que le coincidieran las vacaciones con su mujer y que bien poco le importaron cosas como la responsabilidad y el trabajo extra con el que dejaba al resto. Lo que contesté, en lugar de eso, fue que el problema no era que alguien se fuera, porque cualquiera podía necesitarlo con un motivo más o menos justificado en un momento dado; que el problema, más bien, era encontrar la forma en que tales ausencias fueran posibles sin afectar al resto de personas asociadas con nuestra empresa. No hubo respuesta.

Año y medio después de la primera ola de covid, y en medio de una más, se va con su mujer de puente a otro país de Europa (sólo faltó un día al trabajo, pero a veces, quien más habla...). Fueron en avión. Ya sabemos lo que pasa en los aviones en época de covid: la gente se quita las mascarillas y tose a diestro y siniestro. Es lo que hay, nos guste o no, y si uno quiere viajar... pues eso. Vuelve de su viaje y, a voz en grito, despotrica de los idiotas que tosen sin mascarilla dentro del avión. Ah... ya... qué sorpresa. Al mismo tiempo, resulta que tose él sin llevar mascarilla apuntando con su cara a mi taza de café, a medio metro de ella. Tampoco era la primera vez de esto: he perdido la cuenta de la cantidad de cafés que he tirado ya por sus toses sobre mi taza. Pero los idiotas son siempre los otros.

Hay gente que no ve más allá de su ombligo.

Esta semana estábamos hablando de los lavavajillas. Él decía que los lavavajillas ahorran agua. Yo le decía que no hay ningún lavavajillas que gaste tan poca agua como yo. Él que sí, que estaba demostrado (¿? que yo sepa, no me han incluido en ningún experimento de laboratorio para compararme con ningún lavavajillas). Tonto de mí, le dije que yo reutilizaba el agua de fregar para regar las plantas o tirar de la cadena. Por supuesto, me dijo que lo mío era un ecologismo extremo. Le dije que no estaba de acuerdo. Insistió. Respondí nuevamente que de extremo, nada. La conversación siguió algo tensa pero más razonable por unos minutos.

Y se me vinieron muchos recuerdos, en los que hablaba él de extremistas y de idiotas y sus posibles combinaciones, como cuando pensé que le daba un aneurisma el día que le dio por echar pestes de los Amish sólo porque existen y tienen un estilo de vida diferente al suyo.

Podría mencionar otras situaciones similares (de hecho, iré añadiendo), pero, en medio de mi enfado por ser llamado una vez más raro sin entender yo por qué, la pregunta que me planteé fue que qué tenía que aprender de todo esto. No sé si es aprendizaje: la reflexión que me vino a la mente es que no es extremista quien vive su vida como mejor le parece o más le conviene sin hacer daño a nadie, sino quien no puede aceptar que haya gente que viva de una forma diferente a la propia y los tilda de extremistas: es un reduccionismo extremo de las posibilidades que hay para un estilo de vida. Y es aburrido.

Eso, por no hablar de cuando llama idiotas a los que se comportan como él. Pero, en fin, yo ya me he aprendido una lección, que es de lo que se trataba.

miércoles, 13 de enero de 2021

Veo monstruos

Veo monstruos.

Veo gente muy cercana a mí, muy querida por mí, que se están transformando delante de mis ojos en seres a los que no conozco.

Claro que me asustan algunos eventos y cómo algunos de entre los más poderosos quieren asir el cetro del poder con mayor fuerza. Sí, me asusta la pérdida de determinadas libertades. Me encanta disfrutar de la libertad de expresión y de tener el albedrío de decidir, con mi criterio moral, lo que publico y lo que no, equivocándome a veces, acertando en general (o eso espero).

Ya en el instituto nos hablaban de la diferencia entre libertad y libertinaje. Creo que es algo que nos convendría repasar. Tal y como lo entiendo yo, el libertinaje es la libertad sin responsabilidad. Muchos de quienes demandan que se les mantenga la libertad de expresión, en realidad tan sólo quieren que ellos y sus afines ideológicos puedan disfrutar del libertinaje expresivo, mientras en otros pronunciamientos exigen que se les respete y que se calle a los que disienten con sus ideas, al precio que sea y corra la sangre que tenga que correr.

Así, en los recientes eventos del Capitolio, cuya gravedad describirán los libros de historia con más acierto que cualquiera de nosotros hoy en día, ha corrido la sangre. Alguna gente, con información en diferido, niega la información que otros vieron en directo, acusa a las víctimas. Puede que existan las maquinaciones que esa gente ve, y sus advertencias, entonces, no tienen nada de malo, al contrario, si exceptuamos que niegan los hechos comprobados y, con ello, sus teorías sin hechos demostrables pierden credibilidad.

Hasta ahí, todo en orden: cada uno que crea lo que quiera creer o lo que le permitan sus fuentes. Quizá yo esté más manipulado y engañado que nadie, y yo sea el zombi o la marioneta o el monstruo por permitir que pase lo que pasa y bla, bla, bla. Que están intentando controlar a los medios y los medios nos quieren controlar a nosotros y al final van a loquesea. Que oye, que igual es cierto. Que también conozco gente muy informada, que conoce hechos y que advierte sobre determinados abusos del poder en esa dirección.

Sin embargo, hay una frontera que me niego a traspasar. La frontera que, a mis ojos, me transformaría en monstruo. Mi niño interior me soltaría de la mano y me dejaría ir, aterrorizado. Esa línea imaginaria separa dos formas de actuar que, ahora mismo, son incompatibles. Puedo decidir que el libertinaje, esa libertad sin responsabilidad, la mía y la de mis afines, está por encima de las vidas humanas que pueda costar; o puedo preferir que se caiga en un exceso que quizá cueste comodidad pero también potencialmente menos vidas. En otras palabras: libertad-libertinaje frente a incomodidad con más vidas a salvo. Poniendo que ambas posturas tengan su punto de razón, la decisión está entre “nuestra” libertad de expresión y las vidas que cercene el abuso de esa libertad de expresión “nuestra”.

Libertad frente a vida. “Y si caigo, ¿qué es la vida? / Por perdida / ya la di /cuando el yugo del esclavo / como un bravo / sacudí”. Espronceda dice que el esclavo está dispuesto a sacrificar su vida por conseguir la libertad. ¿Es libertad o es libertinaje, si se trata de un pirata?

Por boca del Quijote, Cervantes decía que “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos“. En otras citas que he visto, dicen que es lo más valioso.  Quiero creer que Cervantes, en este caso, estaría de acuerdo conmigo: yo no estoy decidiendo entre mi libertad y mi vida, sino entre una potencial pérdida de mi libertad y una condena efectiva y real de la muerte violenta de otros.

“Nos están quitando la libertad de decir a quién hay que colgar”. Qué bonito. Qué altruista. Qué idealista. ¡Ja! Siendo muy diferente, me recuerda a cuando me decía otro ser querido que le importaba una M la vida de los niños en África, que lo único que quería era que no vinieran a Europa. La conversación fue algo más larga, así que dejémoslo sin nombres, quizá la persona se vio contra las cuerdas y dijo algo que no pensaba realmente. O sí. En cualquier caso, esos pensamientos son monstruosos y llevan a comportamientos monstruosos, y cómo nos comportemos definirá en qué nos transformemos.

Sí, existe la monstruosidad recíproca: el ser humano es un monstruo para las arañas y las arañas son un monstruo para los humanos. Así, los individuos a los que veo transformándose me llaman monstruo a mí (con otras palabras que no pienso repetir), y no los juzgo por ello. Después de todo, yo...

... yo también veo monstruos.