viernes, 26 de julio de 2013

Breve clasificación de algunos bienes

(texto incompleto)
Agotables

Bienes de los que se puede consumir sin límite, porque son recuperables y cuyo consumo excesivo no produce ningún efecto medioambiental no deseado. Ejemplo: fruta en plantaciones.

Recursos

Bienes que se pueden consumir dentro de un límite que permita su recuperación y/o que no produzca efectos indeseados sobre el medio ambiente. Ejemplo: la madera, los bosques.

[...]

Valores

Bienes que pueden aprovecharse maximalizando en todo momento su cuidado, porque son irreemplazables. Idealmente, no deberían sufrir desgaste alguno. Cuando no haya alternativa, debería considerarse seriamente cambiar los objetivos que hacen considerar a los valores como "recursos" y actuar, en general, de un modo aún más estricto que en el trato de los [...]. Ejemplo: las montañas / las rocas.

domingo, 21 de julio de 2013

Si comparas, compara bien o para.

Pues hete aquí que me dice un señor en la playa que Santander está fatal construida y que no hay monumentos y que no se puede comparar con Bilbao o San Sebastián. La manida y tipiquísima frase que nunca he conseguido entender y no acepto. Pero vale, llámenme chovinista, seguro que lo soy.

Hace años, criticaba yo a Santander, lo poco cuidada que estaba, lo mal construida, lo contaminada, etc. Quizá tuviera razón, quizá no. Lustros en el extranjero nos dieron la oportunidad a mi ciudad natal y a mí de cambiar. Volví a una ciudad cuyo callejero había cambiado un tercio de los nombres (según datos oficiales del Ayuntamiento), con barrios enteros nuevos como el Alisal, con edificios renovados, limpiados, espacios públicos saneados, una inversión visible y razonable en infraestructuras (desde las paradas de autobús al sistema de alquiler de bicicletas, por poner algún ejemplo)... La lista continúa.

Pese a ello, me sorprendió en su día que me dijeran en mi adoptiva České Budějovice algunos checos que les había flipado Santander, y que aquello era una ciudad con encanto y arquitectura con personalidad, no lo suyo, cuyo ayuntamiento tiene el aspecto siguiente:
y cuyo casco histórico es una sucesión de edificios pintorescos de una amplia variedad de estilos y épocas, todo dentro de un ambiente centro europeo que a los ibéricos nos resulta bastante coherente en su conjunto.

Eso es lo que les pasa a los centroeuropeos en Santander. No estoy comparándola con otras ciudades españolas, sino con las ciudades centroeuropeas que he tenido la fortuna de conocer. Santander no sale mal parada en la comparación, entre otras cosas por su diferencia. Y es que ya lo decía Saussure, que es la diferencia la que es significativa, la que es importante. Y además, tiene su propia personalidad, su estilo, constituido por el conjunto que va desde las casucas de la bajada de Polio hasta el Palacio de la Magdalena.

Pero bien, volviendo a la playa, yo intentaba defender mi ciudad natal. La conversación seguía. Yo dije que no estaba de acuerdo con aquello de que en Santander no hay nada digno de mención. Que en Santander hay edificios que en otras ciudades fliparíamos con ellos y nos haríamos fotos si estuvieran catalogados o presentados como se merecen. Ya mencioné en su día la cantidad de vanguardias que hay escondidas por toda la ciudad. ¿Quién recuerda el aspecto anterior del edificio del Banco Vitalicio? Y no es el único edificio que ganó (o ganaría) con una restauración. ¿Nadie ha visto a los turistas haciéndose fotos en el paseo de Pereda o de la Asunción, en la calles Burgos y Vargas, en el Sardinero, en el Puerto, frente al Ayuntamiento, en las plazas de Cañadío, La Esperanza, Porticada y un larguísimo etcétera? ¿No se os ha saturado un extranjero viendo chalecitos del mismo modo que los españoles nos saturamos viendo la arquitectura neoclasicista en Praga? ¿No os ha pedido gente de fuera que les llevéis andando a esos sitios por los que pasasteis en coche, que quieren volver a verlo y deleitarse? ¿Soy el único al que le pasa, o el único que se da cuenta?

La conversación de la playa seguía por un derrotero que me cansa de tanto oírlo: "fíjate que feo es Santander por ESTO" y "qué bonito es -otrositio- por ESTO". Señoras, señores, señoritas y señoritos, POR FAVOR: si vamos a decir lo bonito que es un sitio por las cosas maravillosas, mencionemos lo maravilloso de todos los sitios. Si vamos a criticar lo feo de un sitio, centrémonos ancués en lo feo del otro lugar con el que comparamos. Eso, ya, si queremos comparar, que no se trata de comparar, sino de saber valorar. Puede que le sorprenda a alguien que me dijera un amigo australiano "Peazo playas flipantes que tenéis allí" - hasta que te manda la foto que estaba viendo (y que no es, ni con mucho, la más espectacular de las que existen de las playas de Santander capital):


Yo valoro mi ciudad natal por lo que contiene, conserva y consigue. Y si comparo, la valoro aún más. Ya he mencionado alguna vez que me gusta la Catedral de Santander. No es que no me gusten el Románico, el Gótico, el Cubismo arquitectónico o el Skyline de Madrid: me encantan. Creo que he viajado lo suficiente para saber valorar la Catedral de Santander por su unicidad. No hay otra como ella. No me vengan con los criterios estéticos, porque son subjetivos: si todos tuviéramos el mismo gusto, todos querrían casarse con la misma persona, usar el mismo coche, vivir en el mismo sitio, comer la misma comida y vestirse e-xac-ta-men-te igual. La estética, la belleza, es subjetiva y todo el mundo tiene derecho a que le guste lo que le guste. A mí esta visión me chifla:


Pero claro, a mi interlocutor nuestra Catedral le parecía fea (o poco valiosa, o poco estética, o como quiera que lo dijera, porque tengo que reconocer que yo no estaba ya muy receptivo). ¿El motivo? Entre otros, que tiene la torre chata. No se puede comparar con joyas como Notre Dame de París.


Seguramente sea cierto que Notre Dame de París (no tengo el gusto todavía) valga más desde variados criterios estéticos, arquitectónicos, políticos, gastronómicos y escatológicos. Claro que, si hablamos de invalidar por torres chatas... Notre Dame tiene dos... ¡y qué dos!

Eso ya no se lo dije. Interrumpí la conversación y me fui a dar un cole. Que para eso estoy de vacaciones.

Me encanta Santander.

viernes, 19 de julio de 2013

Unas horucas antes de los 41

La gente no entiende que a uno no le mueva el dinero. Me encuentro constantemente con amigos y familiares que me ofrecen formas de ganar más, de tener más. Muy poquita gente te ofrece "ser más feliz" - y de esos, me temo que nadie te ha preguntado antes si eres feliz. Pues ahora mismo no, no soy feliz, pero no quiero soluciones de fuera. Tengo que sacarme yo las castañas del fuego. Y no quiero ni más ni menos dinero, porque el metal no da la felicidad. Sé de lo que hablo. La fama tampoco. La tuve y no la quiero. La salud la perdí y la recuperé, ésa sí que la quiero. La familia y la amistad, el puesto de trabajo, la autoestima equilibrada, eso no me lo puede vender nadie y lo tengo que mantener yo, nadie lo puede hacer por mí. No sé a cuénto de qué viene esto, quizá sólo sean mis 41 tacucos. Y de gente que me agobia con negocios extraños y propuestas de matrimonio sin conocerme. Ja, ja, ja.

jueves, 11 de julio de 2013

La vida empezaba a los cuarenta

Llevo ya un mes soñando con relativa frecuencia en música. Antes me pasaba de forma absolutamente excepcional: creo que de media no salía ni una vez por lustro. Algo ha cambiado. No pasa una semana sin que sueñe en música. A veces, me sucede hasta tres veces en la misma siesta. Ya lo decían, ya, que la vida empieza a los cuarenta.

Y sí, hace un año menos nueve días que tuve probablemente el peor despertar de mi vida, y me dije que si los próximos cuarenta iban a ser así o peores, pues mal empezaba la segunda parte. Sin embargo, mi vida musical ha dado otro giro tremendo (y la personal, ídem). Creo que fue en el 2009 ó 2010 cuando contacté al profesor Rejšek, que me introdujo al mundo de las formas musicales y me ayudó a poner un pie en el mundo clásico. Un año después, escuchando obras de música clásica contemporánea, como el Job de Eben, podía ya disfrutarlo de un modo diferente, escuchando varias voces a la vez y percibiendo aspectos formales que, un año antes, existían tan sólo de forma inconsciente, o ni eso.

Hace un año, por tanto, llevaba ya varios años estudiando música composición bien como autodidacta (principalmente), bien con apoyos más o menos puntuales (mis estudios de música -solfeo, piano, canto coral- en Musical Cantabria fueron otro punto de inflexión positivo aún más atrás en el tiempo, de los que ya he hablado y hablaré). Hace un año, acababa de empezar la aventura de estudiar en el OCA, había descubierto los Encuentros de Música y Academia de Santander, seguía convencido de que los estudios de música te ayudan a disfrutar de la música de otro modo, pero ni más ni mejor...

Claro que hace un año no había tenido una experiencia orgásmica de cinco minutos escuchando el Arte de la Fuga de Bach, orgasmúsico que repetí hasta quedar reventado 20 minutos después. Estudiar composición sí que ayuda a disfrutar de la música más y mejor. Y se me ha confirmado mi sospecha de que necesitaba tener unos estudios formales de composición.

Hace un año, no sabía apenas nada del viento madera, de los instrumentos de percusión, de cantidad de compositores (¡y algunas compositrices!), de tantas y tantas cosas. Hace un año, ni se me pasaba por la cabeza que iba a tocar el clarinete. No sospechaba que iba a componer piezas como las que he compuesto. Tenía una idea de cómo iba a sonar, y salió algo totalmente inesperado por mí.

Hace un año, tan sólo una vez había escrito música por la calle, sin necesidad de tener un instrumento delante. Esta semana ya he esbozado varias piezas estando fuera de casa. Me asaltan en cualquier momento y lugar, y tengo que ponerlas por escrito. Sí, son sencillas: por mucho cuarteto de viento madera de que se trate, las armonías, melodías y ritmos no son de caerse de coxis; pero me da una autonomía, una independencia de la tecnología, que me llena de alegría, porque... para qué nos vamos a engañar, uno enciende el ordechufla y se cuelga de internet en verde trabajar.

Los judíos vagaron por el desierto 40 años hasta llegar a la tierra prometida. La semana que viene culmino el cuadragésimo primer año de vida llorando y riendo por el mundo. Y puedo certificar que, me quede lo que me quede, la vida empezaba a los cuarenta (má o meno). De verdad de la buena que sí.