sábado, 9 de septiembre de 2017

Otro viaje complicado

De verdad que últimamente estoy en racha, y como me hace gracia este tipo de cosas, pues lo iba a escribir para mí y entonces me acordé de que tengo la bitácora algo abandonada. Así que vamos con la excursión más reciente.

Quería ir a ver el otrora ultrasecreto escondrijo S-7, de la Guerra Fría, capaz de resistir un ataque nuclear. Tenía hecha la reserva y, puesto que el tiempo aún no es tan frío, iba a ir en bici hiciera como hiciera. Total, aquí casi nunca hace viento y la lluvia sola no me agobia...

Tenía tiempo de requetesobra, que para eso salí bien de casa. Todo estaba programado para resistir imprevistos. Salgo de casa, voy pedaleando... No es que me falte tiempo, pero tampoco me sobra, no sé dónde han desaparecido esos 5 minutos, pero bueno, puedo ir rápido que aún así me va a sobrar tiempo. La bici bota de una forma rara. Contras. La rueda de atrás está baja. Y me he dejado la bomba en casa, esa bomba que llevo siempre aunque vaya andando, pues no, esta vez no.

En el camino, paso dos (¿o tres?) veces por encima de cristales rotos que no esperaba y que no vi hasta que no estaba ya criscrasqueándolos. Las cámaras aguantan como sendas campeonas, incluso la desinflada (ahí iba yo, con dos cámaras desinfladas... a la cámara de un neumático, en checo, se la llama duše, "alma"). A esas horas de la mañana (aún no son las ocho) no habrá ninguna de esas pruebas deportivas que me impiden ir al centro en bicicleta demasiados sábados. Estoy en lo cierto. Para compensar, un montón de caminos cerrados y de señales diciendo "ciclista, baja de la bici". Obedezco, me voy por un atajo, eso sí, me salto todos los semáforos (corriendo). Llego a la estación, bueeeeno, tengo aún cinco minutos, estupendo, con tal de que no sea uno de esos días en que hay dieciocho excursiones haciendo cola...

No hay excursiones. De hecho, creo que el frío ha echado para atrás a mucha gente (oh, sí, hacía frío). Claro que tampoco había más que una taquilla abierta (siempre hay al menos dos, normalmente tres), y el señor que la ocupa está contando la inmensa cantidad de cambio con la que ha pagado la cliente delante de mí. Por suerte, al poco hace una pausa para atenderme. Llego al tren. ¡Bien!

Las estaciones checas están muy bien señalizadas, en mi opinión, y uno siempre ve con tiempo que va a llegar a su parada. Por si fuera poco, si vas en bici, como iba yo, el revisor siempre está pendiente de que te bajes en la correcta. Podía dormir un rato.

[...] Dormí, pero en fin. Me despierto a tiempo. Muy a tiempo. El tren lleva retraso (como un cuarto de hora), lo cual sí que no me extraña tanto. No pasa nada: contaba con esa posibilidad, tenía casi dos horas para cubrir menos de diez kilómetros: suficiente para hacerlo a paso ligero, incluso con la bici, o corriendo si hubiera cuestas, quince o veinte minutos (o incluso treinta) no me van a hacer tanta pupa.

Ya.

Pero llegamos a una estación cuyo nombre, excepcionalmente, no veo. Me asomo por la ventana. Le pregunto a un señor si estamos en Kostelec, me dice que piensa que no. Intengo que me vea el revisor. Se bajan otros ciclistas más adelante. Arrancamos. El pasajero al que había preguntado está hasta las orejas de no sé qué sustancia, el revisor viene y me dice "Uy, me olvidé de usted". Siguiente parada: Jihlava, unos 10 Km más que, por supuesto, iban a ser cuesta arriba, y con mucho menos tiempo ya para llegar.

Por el camino, el primer pueblo que me encuentro se llama Pístov (suena muy parecido al pissed off inglés, que viene a ser algo así como "sentirse jodido"). Me entra la risa y decido que no me voy a dejar amargar, que si llego, llegué, y si no, pues no pasa nada.

Cuando ya estaba cerca, tras otras varias peripecias y vientos en contra, llego por fin a un tramo cuesta abajo. "En bici para los niños", un numeroso evento con diez veces más adultos que niños y un casco cada siete personas, ha decidido tener lugar en ese tramo que yo podía aprovechar, por supuesto ocupando toooda la anchura de la carretera y adornándose con algunos participantes que miraban más hacia detrás que hacia adelante y a los que casi me meriendo (en el sentido de choque y en el de devorar de furia). Sonríe, Jorge. Te miran raro, incluso una mujer dice "Mira, ése va mal", pero piensa que no llevan casco, así que son ellos los que tienen el golpe en la cabeza.

Llego a Třešť. Me quedan 4 minutos, pero por suerte no lo sé, sólo lo intuyo. Creo recordar que el Almacén de tomates (nombre en clave del escondrijo) está al sur de la plaza, yo llego a Třešť por el norte, así que planeo mirar el plano que llevo conmigo cuando pase la plaza y buscar la calle V Kaštanech ("en las castañas" - sí, es en serio). Pero heos aquí que veo a una pareja con pinta dominguera un sábado a mediodía, con andares de estar buscando una visita turística a algo parecido a lo que estaba buscando yo. Los paso. Miro para atrás, por si acaso veo un nombre de calle en esas afueras tan poco propicias a letreros, pero ¡lo veo! ¡Estoy en las castañas!

(Hay gente cuyos andares delatan lo que van a hacer hasta límites insospechados, la verdad)

Llegué. Con menos de dos minutos. Pagué, candé la bici, entré el antepenúltimo, prueba superada. Tan sólo siento que estoy ya mayor para según qué trotes.

¿Y el resto del día? Genial. La vuelta fue también accidentada, pero mucho menos. Y la estancia en Třešť, genial. Entre otras cosas, vi un café (de cafetería) que me llamaba, me llamaba y me rellamaba... Tuve que ir a tomar un café que me supo a gloria bendita, probablemente el mejor que me he tomado en la Rep. Checa y uno de los mejores de mi vida. El espacio, visualmente, es maravilloso, como el trato y la sonrisa de la camarera, tan sólo la música y una pareja rara enturbian la armonía energética del lugar. Entra alguien. Expresa dudas sobre qué tomar. La camarera le sugiere un café. "Acabo de tomar uno con la comida". El metete que soy dice "Comete usted un error, con ese café". Y en esas...

No, pero eso no es un viaje accidentado, se me está yendo la pinza. Ya retomaré esa historia en otro momento.