jueves, 29 de octubre de 2020

Del stand-by, tercios y psicópatas

Hace ya bastantes años que estaba yo compartiendo piso. A la otra persona le gustaba ver la televisión, y planchar, y cocinar al horno, y ver películas y escuchar música en su torre de alta fidelidad. Algunos de esos aparatos, cuando estaban apagados, permanecían “a la espera” o, como se le llama en inglés, “en stand-by”: una lucecita insignificante indicaba dicha espera, listo el ingenio a funcionar a pleno rendimiento en el momento en el que alguien apretara el botón adecuado del “(yo) mando a distancia”. Yo insistía en que, por insignificante y despreciable que fuera aquel gasto, era una cuestión de principio ético-ecológico no malgastar a lo bobo una energía que podría utilizarse de un modo mejor o, simplemente, no utilizarse.

(Recordemos: la energía más ecológica es aquélla que no se utiliza)

La factura de la luz, en aquel entonces, llegaba una vez al año. Aquel año fue el doble de lo que había sido el año anterior. Me puse muy serio. Insistí, nuevamente, en que no se dejara ningún aparato eléctrico o electrónico a la espera. Claro, seguían estando la plancha, el horno, la nevera y otros grandes consumidores de electricidad, así que me esperaba una reducción simbólica, máxime cuando la factura llegó en marzo (con un 25% del año ya consumido al ritmo del anterior) y más tarde pasé un mes fuera de casa, sin controlar la situación y sabiendo lo que iba a haber. Léase, un tercio del año se consumió electricidad al mismo ritmo que en el Año Terrible.

Sin embargo, cuál no sería mi sorpresa al llegar la siguiente factura y ver que la plancha y el horno no eran tan feroces, comparativamente, como uno podría pensar: el consumo en kW·h se había reducido en un tercio—vigilando el gasto dos tercios del año.

Uno no puede menospreciar esos tercios. Tienen una fuerza que le pueden tumbar a uno la economía doméstica. Del mismo modo, tampoco conviene hacer la vista gorda a los stand-by. Hay que vigilarlos

De hecho, si hablamos de tercios y de stand-by, es inevitable reflexionar sobre el primer debate de la campaña por la presidencia de los EE.UU de este año. Cuando al presidente en funciones le pidieron que condenara el supremacismo blanco, contestó de forma ambigua y le pidieron que fuera claro. Se negó a condenar si no era a un grupo concreto. Le mencionaron a los Proud Boys. La respuesta del presidente fue “Proud boys, stand back, stand by”—o dicho de otro modo, “Chicos orgullosos, echaos atrás, permaneced a la espera”. A la espera de que alguien diga “mando” (a distancia). Mientras los tertulianos televisivos debatían el verdadero significado de aquella frase y los acólitos del hombre naranja defendían la inocencia de su lenguaje, los Proud Boys no perdieron el tiempo y se hicieron camisetas con la frase, aclarándole las ideas a cualquiera con voluntad de ver.

Yo no sé qué recursos energéticos estarán consumiendo, aparte de lo que consuma la gente atemorizada por esa respuesta ominosa. Personalmente, al oír la expresión “stand-by”, no puedo evitar pensar en tercios; y en que es una frase, en este contexto, con sentido doblemente marcial, dirigida, también, a tercios.

A los vigilantes tercios de Donald Trump.

lunes, 26 de octubre de 2020

Las narices en otros países

Se me sorprendía hoy un británico viviendo en los EE.UU. de que el resto del mundo esté tan interesado en la política estadounidense, y que quizá a mí también me sorprendería si la gente metiera las narices en la política checa.

Lo cierto es que la política de los distintos países está tan interconectada que todos tenemos intereses en muchos otros países, decenas de ellos, lo sepamos o no. No hablo sólo de nuestros socios en la Europa comunitaria. El que China tenga política expansionista nos afecta y, por tanto, legitima nuestro interés por saber qué se cuece allí—y quién lo cuece. El que hubiera una guerra del coltán en la República Democrática de Congo debería interesarnos más de lo que lo hace, y deberíamos meter nuestra pituitaria allí. El que haya países que no protejan sus bosques y haya países que motiven a los primeros a no respetar sus bosques y su biodiversidad es algo que nos afecta a todos. El que haya muchos países emitiendo mercurio a la atmósfera y arrojando plásticos al mar, o el hecho de que prácticamente todos los países estén contribuyendo al calentamiento global, hace que no sólo tengamos curiosidad por saber qué pasa en otros países, sino que lo raro sería que no la tuviéramos.

En ese contexto, los Estados Unidos de América, durante años, nos han vendido la moto de que son el país más importante del mundo, el más fuerte, el que tiene más autoridad. Se han erigido como árbitros en conflictos que, realmente, les atañían bastante menos como nación que los que nos atañen hoy algunos de los que he mencionado más arriba. Pero el hecho es que tenían esa autoridad. Nos gustara o no, era, y sigue siendo, un país poderoso, y si bien era capaz de ser el matón del colegio, también tenía más capacidad que nadie para salir en defensa de los débiles—cosa que los otros matones lo sabían muy bien.

Hoy en día, la política exterior de los EE.UU. se ha olvidado de su defensa de los débiles, así como de sus aliados. El país con más capacidad para tener bajo control a los otros matones se ha hecho amigo de esos matones. Está perdiendo autoridad, respeto, fuerza, confianza. Y todo ello se debe a una situación política.

El hecho de que el aliado más fuerte de la Unión Europea se esté convirtiendo en un trágico hazmerreír en el tablero de juego de la política internacional nos afecta a todos los europeos, porque desequilibra las fuerzas y hay unos cuantos afilándose los dientes sobre Europa. Otro hecho, el de que uno de los países más industrializados del mundo se eche atrás en todos los acuerdos ecológicos firmados por ellos, nos afecta a todos, al respirar, al comer, al beber. El que el árbitro deje de mirar a los jugadores para, en su lugar, arengar a los hinchas e instarlos a saltar al terreno de juego a linchar a quien les apetezca, no puede llevar el partido a buen fin. Y eso, que el residente naranja de la Casa Blanca hace en sus mítines contra sus adversarios políticos, es sólo un reflejo de lo que está provocando en el resto del mundo.

Cuando un comediante o un payaso hace un chiste, nos reímos o no. Si hace un chiste sobre política, nos reímos o no. Si es un buen payaso, o cómico, o cuentachistes, y nos habla de teorías de la conspiración, nos reiremos. Es su trabajo. Cada uno tiene que dedicarse a lo que sabe hacer. Un político puede hacer chistes, claro; pero tiene que hacerlos en su contexto, no en los contextos en los que todo el mundo espera que hable en serio. Y es que la gente se lo cree. Y se lo creen en todo el mundo. Ello me afecta más de lo que me gustaría. Veo a gente educada, formada, con valores morales, inteligente, que de repente se han transformado en lo que denostaban no hace tanto. Algunas de esas personas me son muy cercanas y queridas. No, no es culpa únicamente de un político: el político es un síntoma y una consecuencia de algo que viene de más atrás, evidentemente. Sin embargo, el político en cuestión está contribuyendo a extender y profundizar el mal, dotándole de nuevas fuerzas, apoyos y dimensiones; jugando en el patio de su colegio, sí, pero llegando hasta el patio de mi casa, que es particular.

Claro que meto las narices en la política estadounidense. Hay demasiado en juego. Por mí, por mis seres queridos, por mis amigos, por mis estudiantes, por la naturaleza, por los que han muerto y van a morir por sus acciones, por quienes no tienen voz, meto mis narices donde mi olfato me dice que debo meterlas.

P.S: Mi respuesta al británico: I'm afraid I can't answer to this shortly, so I'll focus on two points only :D in my case, what happens in the US affects me directly, among other things because my partner is from the US and living there. Believe me, that is not the strongest or most direct way the US politics affect me, but the other are too painful to talk about them. Out of the personal, what happens in the US has a direct resonance in the politics of many other countries, and I think people are becoming more and more aware of that fact. I'm not an expert on international affairs, so just an opinion.

Of course, there is also an evasive element: one focuses on political affairs that are distant enough to avoid ruining their moods about the close ones, which they feel they can't change either :D maybe with the hope that, if something changes elsewhere, it may as well turn out better at home.