jueves, 25 de julio de 2019

Bailar con dogmas

Estaban hablando dos hombres de mediana edad y uno menciona sus achaques, que si esto, que si aquello, que si la espalda. Ah, la espalda, te mueves poco, ¿no? Pues ni tan poco, como de costumbre, más de lo que me recomiendan los médicos, pero esto me viene de nacimiento. Ya, responde el listo, a mí en eso me ayudan los bailes de salón, que son estupendos porque bla bla bla. Entiendo, dice el doliente, yo también hacía bailes, sé de lo que hablas, a mí lo que me ayuda es la natación, que la tengo dejada, y ejercicios específicos de espalda. No, no, se defiende el listo, no lo entiendes, la danza no es de trabajo muscular, es de coordinación entre la mente y el cuerpo y de un cuerpo con otro, y yo también tenía cosas de nacimiento y limitaciones y motivos varios, pero la danza bla bla bla. El doliente evidentemente no tiene fuerzas para discutir. "Me alegro de que te sirva". El listo se enfada.

Y no es difícil imaginarse cómo continuaría la historia con un doliente que pecara de ser demasiado conciliador. Intenta la danza, acaba con tirones por todo el cuerpo y machacado, y el listo entonces lo atacaría, no por no haber intentado la danza, sino por haberlo hecho mal desde el principio, que debería de haber hecho bla bla bla. El listo mantiene su posición de poder, anclado en sus inamovibles dogmas, y el conciliador se siente todavía más idiota que antes. Debería haber hecho lo que sabía: volver a la piscina y a los ejercicios e ignorar al dogmático, en lugar de perder el tiempo con caminos que sabe sin salida ya antes de dar un primer paso por ellos.

Por suerte, el doliente ya ha bailado en más discusiones en esta vida y a algunos interfectos los ve venir de lejos. Mariconadas, las justas, que la vida es demasiado corta y de algo tendría que servirnos la poca experiencia que vamos adquiriendo. "Me alegro de que te sirva". Y el listo se enfada porque se da cuenta de que, con dolor y sin fuerzas, el doliente no está dispuesto a bailar con él. Ni ahora, ni nunca.