lunes, 26 de agosto de 2013

Los gigantes de mi circo

Algunos de mis lectores recordarán, quizá, una entrada de bitácora que escribí el verano pasado, acerca de mis dificultades para poder comenzar mis estudios de música. Tal vez, incluso, recuerden otros comentarios posteriores sobre lo mismo.

Y lo peor no es que siga la tendencia, con cosas tan casualitosas como el que tenga que dejar de tocar el clarinete porque no encajan las piezas debido a la humedad santanderina (y en este momento, el clarinete está en reparación), el que se confundan en la escuela y me manden los materiales a España estando yo de vuelta en Bohemia (con el consiguiente retraso - y el tiempo de estudio, corriendo, claro) o que cuando por fin me llega el nuevo arco para el violín y abro el paquete, el arco está quebrado e inutilizable, y por el tipo de envío me dicen que no lo puedo reclamar. Fantástico. Estos dos últimos eventos, a fecha de hoy.

Lo peor no es tampoco el que estas levedades, pues no son más que eso, estén lloviendo sobre mojado, ni que empiece a cansarme el luchar contra la adversidad, contra cualquier adversidad relacionada con mi música.

Lo peor, de todo ello, tampoco es ver la chispa en los ojos de algunos que se llaman amigos y a quienes divierte que me frustre todo esto. El saber que los amigos de verdad están demasiado lejos. El saberme solo en el mundo de la música, porque una gran mayoría de músicos parece estar compuesta de seres endiosados que sólo quieren ser escuchados y no están dispuestos a dedicar ni un minuto de su tiempo a la música del prójimo, especialmente menos cuanto más cercano sea este prójimo. Sí, utilizo la tercera persona, no me incluyo en los músicos endiosados, porque he seguido dedicando mi tiempo a muchos de esos, que son amigos para hacerme el chantaje emocional que me lleve a sus conciertos de dos horas, pero no lo son cuando les pido una breve crítica constructiva o diez minutos de su atención.

Así que ya me habréis oído decir que un amigo músico es, con harta frecuencia, una contradicción. No siempre es así, claro; y las excepciones son tremendamente honrosas, especialmente por ser tan excepcionales. Entre las personas músicas a quienes considero amigas están Héctor, Bea, Itzíar y unos pocos más.

Pero ése no es el tema.

Por supuesto que luego tengo unos pocos muy, muy buenos amigos, muy cercanos, que sé que me quieren y me desean todo lo mejor y yo a ellos. Sabéis quiénes sois. Os he enviado por correo-e en algún momento mis composiciones del último año. Me habéis contestado. Las últimas seis palabras de esta bitácora son vuestras.

Pero ése tampoco es el tema.

El tema es que me estoy volviendo paranoico. Y eso es aún peor que la desilusión, que la desgana, que la falta de motivación, que la soledad. El ver enemigos que la razón te dice que no pueden estar ahí y que el corazón y el hemisferio derecho te dicen que al lorito, Jorgito, es algo que me está quemando antes de empezar a correr. Porque, claro, no hay nada de malo en que alguien te pregunte, tras cinco años de relación con alguien, "Y ¿qué tal con tu pareja?". Hasta ahí, perfecto. Incluso demuestra un interés sano. Supongo que cuando preguntan "¿Seguís juntos?" una y otra vez, tampoco habrá nada de malo, pero mi mente paranoica lo interpreta de tal modo que me dan ganas de responder "A ver, ñordo, ¿por qué no habríamos de seguir juntos? Que no nos conocimos la semana pasada". Así que luego te separas y a los de semejantes preguntas les mientes, porque no te apetece darles la alegría de tu fracaso.

Ya digo, paranoico total. En la música, en la escritura, en la vida personal.

Probablemente, si estás leyendo esto, pertenezcas a la categoría de amigos (músicos o no) o a la de desconocidos. Habrá amigos auténticos que no sepan que el texto existe, y esos no lo leerán por falta de oportunidad. Los falsos amigos no leerán esto por absoluta falta de interés. Como mucho, harán un escaneo del texto para encontrar motivos a una condescendencia absurda, cruel e injustificable. Si te lo has leído todo hasta aquí, probablemente nada de lo negativo se refiera a ti. Probablemente sea a ti a quien necesitaba contarle todo esto. Probablemente, recibiré noticias tuyas, de un modo u otro, si tienes tiempo, si tienes la oportunidad, si lo consideras necesario. Y si no, tendrás buenos motivos para ello. Lo sé.

Yo sé que existes, con varios nombres; y será por ti que siga luchando.


jueves, 1 de agosto de 2013

En el nivel 92, se acabó el Candy Crush Saga. No juego más. He jugado ese nivel dos veces. Me resulta tan antipático que me ha amargado el juego. O eso, o me saturé. como tantas otras cosas que me saturaron en el año 91 y que decidí acabarlas para siempre. En el 92 comenzó la nueva Gran Etapa de mi vida, cuando comencé a vivir la vida como yo la quería. Y en el 2012, comencé a disfrutarla a otro nivel. Los cuarenta años. Ya tengo 41 con 12 días, 4 horas y 8 minutos. Estamos a mediados del 2013 (20+13 = 33, más 0,5 = 33,5). Se acabó el Candy Crush.

Esos +33,5ºC grados de hoy en Vega de Pas (+92ºF) que se marcaban como +45ºC en Selaya y se sentían como >+60ºC pasado el desvío hacia Pisueña, pueden haber influido en esta decisión. El azúcar ya estaba chamuscado y se me carbonizó el caramelo.

La vida puede ser un infierno, dentro y fuera de uno mismo, con la ayuda del tiempo y de las personas adecuadas. Parafraseando a mi amigo Fercho, a alguna gente se la puede considerar tiempo pasado, tiempo presente, tiempo perdido o una combinación de primero y tercero. Ya está bien de perder el tiempo y de pasarlo perdiéndolo.

Se acabó el Candy. Crush.

A por la Saga.