domingo, 29 de abril de 2012

Estrellas y estrellados

Siempre se ha dicho que más vale nacer con estrella que nacer estrellado. Veamos si podemos estar de acuerdo con ello.

Empecemos por concretar la idea con la pregunta ¿es lo mismo tener estrella que ser feliz? La primera idea significa "tener suerte, que todo salga como uno quiere". Y si todos queremos ser feliz y lo conseguimos, ¿no tendremos entonces suerte? ¿No estará saliendo todo como queremos? Ésta es la sinonimia de la que va a tratar la siguiente bitácora.

Primero, tendríamos que ver qué merece más la pena, y si tener una buena vida (nacer con estrella) es lo mismo que una vida que merezca la pena ser vivida. Una "buena" vida difícilmente nos va a traer todos los extremos: no conoceremos el dolor extremo, y por tanto la mayor felicidad del mundo no parecerá tan grande, al faltar el contraste. Luego para conocer una mayor felicidad, necesitaremos conocer un sufrimiento mayor.

Por otra parte, se ha dicho que el conocimiento no da la felicidad, y que es más feliz el ignorante que el sabio. Permitan el cambio de "sabio" por "conocedor". El conocedor, sea por experiencia propia o por formación, puede identificar mejor lo que es la felicidad y lo que no lo es, y dirigir sus pasos hacia ella. No entro en el debate de si la felicidad existe, porque para mí es un hecho indiscutible como el aire que respiro. Se podría discutir su naturaleza y duración, pero no su existencia, que comparte cosas del paradigma y ¡ay! del  arquetipo. Todos buscamos la felicidad. El conocedor tiene más probabilidades de saber lo que conduce o, por negativa, lo que no conduce a ella. Hablando de emociones, cabe suponer que la experiencia propia será más significativa que la ajena, en este sentido; por no olvidar que no a todo el mundo le produce sensaciones agradables el mismo podnět (estímulo). Dicho de otro modo: conocer el sufrimiento en propias carnes, cuando va alternado por situaciones de bienestar, no nos da, pero nos permite tener, un mayor conocimiento sobre dónde puede estar la felicidad. Léase: una mayor diversidad de experiencias y sentimientos personales en la vida (= haber nacido sin tanta estrella), nuevamente, aumentará la probabilidad de conocer una mayor felicidad.

Sin embargo, oímos aquí, acá, allí, allá y acullá que hay que ser egoístas, que nadie piensa en los demás, que hay que buscar las propias metas... Estas frases, pronunciadas, oídas, escritas y recomendadas desde siempre, cobran especial peso en nuestra época de individualismo extremo. La idea de que la felicidad consiste en ayudar al prójimo se considera cándida (ingenua), poco práctica, casi estúpida por demasiado idealista, quijotesca (= de locos). Estos comentarios son dichos incluso por gente que vive en contra de tal afirmación, ayudando a los pobres, escuchando a los demás, sirviendo al prójimo en ciento y una formas diferentes; y cuando atienden a su propio consejo, por presión interna o externa, por cansancio vital, por circunstancias o porque sí, qué más da, de repente se encuentran un día contándote que aquélla había sido la etapa más feliz de su vida. Y es que, para qué nos vamos a engañar, si uno piensa en su dolor de muelas, duele más que si se distrae; y cuanto más lejos pongamos nuestra atención del dolor interno, menor será la atención que demos a dicho dolor. ¿Dónde estará mejor, entonces, toda nuestra atención, si queremos sacarla de dentro, que fuera, ...donde otros, por ejemplo?

Esta idea enlaza con una última, que es la de la satisfacción. Cuando algo nos sale bien, nos sentimos satisfechos, un poco más felices. Cuando ayudamos a los demás, nos sentimos bien con nosotros mismos y somos un poco más felices. Cuando somos incapaces de ponernos en la piel del otro, porque no hemos vivido jamás eso (por ejemplo, estar en el paro), no somos buenos amigos, sentiremos que hay un conflicto cognitivo irresoluble, y ése será todo nuestro avance en la materia, que esa noche dormiremos igual. Por otro lado, cuando sabemos por lo que otro está pasando, bien porque lo hemos vivido de cerca en nuestros años de servicio, bien (aun mejor) porque hemos pasado por ello nosotros mismos, estaremos en una posición más apta para ayudar de verdad, para sacar al otro del hoyo, para ponernos al otro y a nosotros mismos un paso más cerca de la felicidad (arquetípica o paradigmática). Ayudar a los demás, aunque no siempre lo agradezcan, nos hará sentir que tenemos un papel en este mundo; y cuando nos lo agradezcan, que será más veces de las que sospechemos, nos sentiremos más queridos. Haber sufrido no nos da sólo una vida más rica, sino más sentido a la vida, y un mayor conocimiento de los entresijos de este barco y las líneas de este mapa nos dará un mayor control sobre nuestro rumbo.

En literatura y en la vida, vemos a gente a la que le ha ido bien desde que nació. Sólo en casos excepcionales es capaz esta persona, este personaje, de superar las dificultades inesperadas. Siempre hablamos de gente con una gran capacidad de superación, dormida durante lustros o décadas, capaces de autocrítica, de aprender... Evidentemente, esto está más cerca del personaje de ficción que del individuo de carne y hueso, pero incluso en éste es posible el milagro. En definitiva, cabe decir que, en lo referente a la consecución de la felicidad, quien nace con estrella, nació estrellado; y quien nace estrellado, ha visto las estrellas. Sólo éste puede aprender a verlas como esa meta a la que volar. Y si no le cortan las alas, y aunque no llegue nunca, ¡volará!

Conclusión: puesto que todos somos diferentes, que cada uno escoja. No es válido afirmar que más vale nacer con estrella que nacer estrellado, puesto que valdrá más aquello que lo aproxime a uno más al tipo de vida que quiera vivir, la del gusano o la del pájaro.