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miércoles, 13 de enero de 2021

Veo monstruos

Veo monstruos.

Veo gente muy cercana a mí, muy querida por mí, que se están transformando delante de mis ojos en seres a los que no conozco.

Claro que me asustan algunos eventos y cómo algunos de entre los más poderosos quieren asir el cetro del poder con mayor fuerza. Sí, me asusta la pérdida de determinadas libertades. Me encanta disfrutar de la libertad de expresión y de tener el albedrío de decidir, con mi criterio moral, lo que publico y lo que no, equivocándome a veces, acertando en general (o eso espero).

Ya en el instituto nos hablaban de la diferencia entre libertad y libertinaje. Creo que es algo que nos convendría repasar. Tal y como lo entiendo yo, el libertinaje es la libertad sin responsabilidad. Muchos de quienes demandan que se les mantenga la libertad de expresión, en realidad tan sólo quieren que ellos y sus afines ideológicos puedan disfrutar del libertinaje expresivo, mientras en otros pronunciamientos exigen que se les respete y que se calle a los que disienten con sus ideas, al precio que sea y corra la sangre que tenga que correr.

Así, en los recientes eventos del Capitolio, cuya gravedad describirán los libros de historia con más acierto que cualquiera de nosotros hoy en día, ha corrido la sangre. Alguna gente, con información en diferido, niega la información que otros vieron en directo, acusa a las víctimas. Puede que existan las maquinaciones que esa gente ve, y sus advertencias, entonces, no tienen nada de malo, al contrario, si exceptuamos que niegan los hechos comprobados y, con ello, sus teorías sin hechos demostrables pierden credibilidad.

Hasta ahí, todo en orden: cada uno que crea lo que quiera creer o lo que le permitan sus fuentes. Quizá yo esté más manipulado y engañado que nadie, y yo sea el zombi o la marioneta o el monstruo por permitir que pase lo que pasa y bla, bla, bla. Que están intentando controlar a los medios y los medios nos quieren controlar a nosotros y al final van a loquesea. Que oye, que igual es cierto. Que también conozco gente muy informada, que conoce hechos y que advierte sobre determinados abusos del poder en esa dirección.

Sin embargo, hay una frontera que me niego a traspasar. La frontera que, a mis ojos, me transformaría en monstruo. Mi niño interior me soltaría de la mano y me dejaría ir, aterrorizado. Esa línea imaginaria separa dos formas de actuar que, ahora mismo, son incompatibles. Puedo decidir que el libertinaje, esa libertad sin responsabilidad, la mía y la de mis afines, está por encima de las vidas humanas que pueda costar; o puedo preferir que se caiga en un exceso que quizá cueste comodidad pero también potencialmente menos vidas. En otras palabras: libertad-libertinaje frente a incomodidad con más vidas a salvo. Poniendo que ambas posturas tengan su punto de razón, la decisión está entre “nuestra” libertad de expresión y las vidas que cercene el abuso de esa libertad de expresión “nuestra”.

Libertad frente a vida. “Y si caigo, ¿qué es la vida? / Por perdida / ya la di /cuando el yugo del esclavo / como un bravo / sacudí”. Espronceda dice que el esclavo está dispuesto a sacrificar su vida por conseguir la libertad. ¿Es libertad o es libertinaje, si se trata de un pirata?

Por boca del Quijote, Cervantes decía que “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos“. En otras citas que he visto, dicen que es lo más valioso.  Quiero creer que Cervantes, en este caso, estaría de acuerdo conmigo: yo no estoy decidiendo entre mi libertad y mi vida, sino entre una potencial pérdida de mi libertad y una condena efectiva y real de la muerte violenta de otros.

“Nos están quitando la libertad de decir a quién hay que colgar”. Qué bonito. Qué altruista. Qué idealista. ¡Ja! Siendo muy diferente, me recuerda a cuando me decía otro ser querido que le importaba una M la vida de los niños en África, que lo único que quería era que no vinieran a Europa. La conversación fue algo más larga, así que dejémoslo sin nombres, quizá la persona se vio contra las cuerdas y dijo algo que no pensaba realmente. O sí. En cualquier caso, esos pensamientos son monstruosos y llevan a comportamientos monstruosos, y cómo nos comportemos definirá en qué nos transformemos.

Sí, existe la monstruosidad recíproca: el ser humano es un monstruo para las arañas y las arañas son un monstruo para los humanos. Así, los individuos a los que veo transformándose me llaman monstruo a mí (con otras palabras que no pienso repetir), y no los juzgo por ello. Después de todo, yo...

... yo también veo monstruos.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Creatividad y restricciones

A veces nos dicen que no hay que limitar en absoluto la creatividad de los niños. Se llega a afirmar que la libertad absoluta es mejor, que produce gente más creativa, más auténtica, más ingeniosa, mejor. Y que también produce mejores obras de arte.

Pues a mí me gustan los límites. Y estoy a favor de cierta censura. Pero vayamos por partes.

Hace unas semanas, Martina P. y yo hablábamos de que una de las dificultades de ser adulto independiente y capaz es... que puedes hacer demasiadas cosas. Parece ser que, para muchas personas, el tener muchas cosas para hacer les lleva a la apatía, al desinterés, al no-hacer-nada. Cuando se puede todo, cuesta decidir en qué invertir nuestro tiempo, cómo jerarquizar nuestras aficiones, nuestras posibilidades infinitas - que, en el mundo del aprendizaje, y del internet con todo-a-un-click-de-distancia, y en otros ámbitos, empieza a ser un problema serio para muchos. Si eso no te afecta, puedes seguir leyendo sin darte por aludido - porque, sí, también hay gente que sabe organizarse de forma natural.

(Breve paréntesis: tener muchas cosas por hacer es algo diferente y, aunque el resultado sea parecido, su problemática es diferente: en muchas ocasiones, cuando uno siente que tiene demasiado por hacer, se siente impotente y no hace nada).

Recuerdo una ocasión en que fui a comprarme unas gafas de sol. Llevaba mi presupuesto pensado y el tipo de gafas que quería. Entré a la tienda. Elección hecha en un minuto. Entonces el dependiente me dijo que ese par de gafas estaba en promoción, y que por el mismo precio podía llevarme tres pares diferentes. Me llevó casi media hora decidir los otros dos pares. Demasiadas posibilidades.

En ese sentido, las normas artísticas nos dan un espacio de comodidad que, por supuesto, podemos romper cuando queramos o necesitemos; pero que, en sí, constituyen una base sólida. Esas normas pueden ser formales (fugas, sonatas, conciertos; soneto, verso alejandrino), estilísticas (conceptismo, culteranismo), políticas (realismo socialista, apología de X, prohibición de mencionar Y), sociales (políticamente correcto) y, me imagino, un largo etcétera. Hala, ya tienes tu lago, nada donde quieras. Y como pez, siéntete libre de saltar fuera del agua. Lo mismo saltas a otro lago y descubres una nueva forma de ser "libre".

Personalmente, he descubierto que la prohibición a hablar de determinados temas, o de usar determinados recursos, me lleva a forzar mi mente. Me provoca. Me incita a buscar nuevas formas de decir lo mismo. Me excita la mente y me inspira. Ciertamente, no estoy a favor de una censura que me lleve a la cárcel o me corte la lengua por decir algo de una forma que el órgano que fuere no acepta. Pero la censura del público, de la audiencia, existe de todos modos, aunque no existieran de otros tipos.

Habiendo dicho esto, no estoy de acuerdo en aplastar la creatividad. Por lo que abogo aquí no es por una represión a la expresión, especialmente si viene desde fuera. Tan sólo quería poner una reflexión sobre las restricciones. A veces, las restricciones son en positivo: no se trata de prohibir hablar de algo, sino imponer (o imponerse a uno mismo) el que haya que hablar de algo, o utilizar un recurso, o unos materiales, unos colores... Son los detalles en común los que contribuyen a crear un estilo, y creo firmemente que moverse dentro de un estilo puede ayudar a fomentar la creatividad.

Cuando quiera que me he impuesto a mí mismo unas normas (aunque fueran muy básicas) para crear una canción, o una serie de canciones; un cuadro o una serie de ellos; una fotografía o una serie de ellas; un relato o colección de los mismos; en cualquiera de estos casos, no sólo he estado muchísimo más satisfecho con el resultado, sino que, en una gran mayoría, la acogida ha sido mucho mejor.

Y vosotros, ¿cómo os sentís con las normas a la hora de crear? ¿Qué pensáis de la Libertad Absoluta? ¿Qué pensáis de la censura? No hace falta que me contestéis a mí (aunque me encantaría saber qué piensan otros). Paraos a pensar un momento. Si veis que definiros vuestros propios límites os ayuda, ¡hacedlo! Si veis que os va mejor sin límites, ¡no os limitéis! Cread como mejor sepáis y disfrutad, que para eso estamos en el mundo.

lunes, 23 de diciembre de 2013

Tu pareja te impide... cantar

Que si cantas mal, que si me duele la cabeza, que si hoy no me siento con ganas de cante, que si hoy no, cariño, que si :(, que si :'( o incluso peor D': o qué se yo... Por no hablar de comentarios sarcásticos, paternalistas, victimistas, o las bromas delante de los amigos, o "es que quiero ver las noticias, que son importantes" (las p*s noticias, ya volveré a arremeter contra ellas), o "estoy viendo una película" o "mañana, ¿vale?". Etcétera, etcétera, etecétera.

Y luego te quedas solo y no cantas porque no te apetece, porque a tu chica/o no le gusta que cantes y entonces no lo haces ni cuando puedes, no sea que entre por la puerta y se lleve un morrocotudo.

Más adelante llega el día en que cantas ya por fastidiar, por revancha, por "ahora me toca a mí", y descubres que las notas de música tienen un sabor amargo en la boca y un deje de desentone en el oído por la falta de costumbre y la falta de ganas.

Pero, ¡ayyyyyyyyyyy ese día que te resolterizas! ¡Qué placer encuentra uno en el canto! ¡Cuántos Bravos y cuántos Ninos y cuánto sol cuando amanece... yo soy líííííbre!

Como el mar. Eau d'eté.

Y lo disfruto más que un "plumeroparael...". Desafino, por la falta de costumbre. ME DA IGUAL. Canto por la mañana, por la tarde, por la noche, y aunque los vecinos no se han quejado, estoy seguro de que canto hasta en sueños. Y de repente mis sueños dejan de ser repetitivos, sueño con paisajes nuevos, con caras nuevas, con situaciones que no conocía (ni en sueños, fíjense qué cosas). Que llevaba lustros de sueños repetidos y San Seacabó de los Acaboses. Ahora sólo sueño con sitios que visito a las pocas semanas. Asusta un poco, pero...

... Contras, ya me perdí otra vez. Lo siento. El único consuelo que me queda es que esta entrada iba sobre el canto y aquí estoy, dando el cante con mis divagaciones. Feliz Navidad a todos los que se la merezcan. Al resto ya se lo desearé cuando me confirme, si llegare el día.

viernes, 11 de marzo de 2011

El consumo energético

Seguimos viviendo en la inopia energética del siglo XX. La solución no está en encontrar fuentes de energía más eficaces, sino en reducir el consumo.

No hay fuentes de energía limpias. Todas contaminan, de un modo o de otro, antes o después, o también de todos modos y en todo momento. Nos guste o no, ésta es una realidad que hay que afrontar.

La naturaleza no es democrática. La naturaleza no entiende frases como "puedo tener todo lo que quiera" o "todo tiene que estar al alcance de todos". La imaginación humana parece carecer de los límites de la naturaleza. Sólo que esos límites existen. No entro a discutir si ya los estamos forzando o todavía no, no me interesan esos debates, en este momento. Lo que hay que pensar es que la huella ecológica del habitante medio del planeta se está disparando, al tiempo que el número de habitantes sigue creciendo. En breve, decir que hay cinco habitantes por kilómetro cuadrado equivaldrá en la cabeza de muchos a decir que hay cinco pisos, cinco casas con jardín, cinco coches de buen tamaño, más el alojamiento cerca de la playa, todo ello con su equipamiento, que incluye la bicicleta que no se usa, tres o cuatro televisiones, el ordenador de mesa, el portátil de trabajo, el portátil de ocio, tres o cuatro teléfonos móviles (se usen o no), dos o tres videoconsolas y-un-largo-etcétera.

A todo esto hay que añadirle el espacio que estas cinco personas necesitan para alimentarse (léase producir comida: cultivos, mataderos, destilerías, etc.) y trabajar. Hay que darles cinco puestos de trabajo, hay que tender cables (al menos los de la luz), alcantarillado, quizá gas, buenas carreteras autopistas, puerto, aeropuerto, helipuerto, cuatriciclarking, y el espacio de ocio, con pista de padel, gimnasio, piscina, sauna, pista de esquí y bosque tropical POR LO MENOS.

Señores, despierten. Ya les haré el cálculo de lo que eso ocupa en metros cuadrados, que van a ser unos cuantos. Y no hablo de huella ecológica, todavía, ni de huella de CO2. Lo que no cabe duda es que, para llevar a cabo todas esas obras y producir esos bienes, además de espacio y materiales, se necesita energía. Sí, y mano de obra, claro, oh, Jorge, qué malvado, queriendo eliminar puestos de trabajo. Pues no. La solución a eso también existe, pero de ese tema hablaré otro día. Hoy quería hablar de la energía y ya me he disparado hablando de otros temas.

Me decía hoy un estudiante que un coche por hidrógeno es un coche limpio. Claro. Como que producir hidrógeno no supone ningún gasto de energía, ¿verdad? Y eso ¿desde cuándo? Hay lugares del mundo, como Islandia, que gracias a la energía geotérmica se pueden permitir producir hidrógeno sin quemar uranio ni combustibles fósiles, pero esos lugares son excepciones. Quizá la energía maremotriz sea de las más limpias... pero necesitas construir la central, lo mismo que con las hidroeléctricas (supongo) y las eólicas (nueva suposición) -- todas éstas tienen impacto paisajístico, cuando menos. La energía solar, amén de su impacto paisajístico cuando se produce en "centrales", no es una energía limpia, sino tan sólo "más limpia que otras" como la nuclear o la basada en combustión fósil (carbón, gas, petróleo y derivados).

La energía limpia y sin impacto ambiental es una quimera. Y si queremos de verdad ensuciar lo menos posible, lo que hay que hacer es consumir menos energía. Y PUNTO. Ya lo publiqué en su día (en papel) con ejemplos prácticos de cómo reducirla, y ya publicaré algunos más.

Sigo creyendo que, un día, nos obligarán a reducir el consumo. No será ningún sistema político, sino la propia naturaleza. Ese día, quienes estén acostumbrados a vivir con poco, seguirán igual que estaban hasta entonces, sin echar nada en falta, y seguirán siendo felices; o, si tuvieran que reducir en extremo, la diferencia sería menor que para aquellos empeñados en no ver esta verdad incómoda.

Los que escojan, serán libres. Los que no escojan, se verán esclavizados por su propia ceguera. Seguid planchando. Seguid encendiendo una televisión que nadie ve. Seguid abusando de calefacción y aire acondicionado, como si no nos costara más que la factura de la luz.

En lo único que confío es en que no se demuestre que tengo razón en mucho, mucho tiempo. Quizá porque haya gente suficiente que me crea y, con su estilo de vida consciente y libre, ayude a frenar el proceso.

La esperanza es lo último que se pierde...