Estoy en medio de una explosión de productividad como no recuerdo haber vivido. O quizá sí la había vivido, pero no de esta manera. Probemos a recordar...
En el pasado, me daba por temporadas que podían durar de varios meses a varios años. Algunas temporadas, mi principal actividad creativa era escribir, y escribía un relato detrás de otro, no todos los días, pero sí con una frecuencia considerable. O poemas, como churros. Otras temporadas dibujaba. Otras temporadas me daba por las canciones, y componía una detrás de otra, con o sin letra. Sí, quizá el año aquél en que componía hasta cinco canciones por día fuera más productivo que el momento presente. Productivo.
Hubo un año (en torno al cambio de siglo) que lo hice todo ello, añadiendo además diseños, esculturas, conceptos, técnicas... Y luego llegó el año 2014, que se me disparó la creatividad (aunque de productividad no hubo tanta) [1], y ello del modo que resumí, en algunos de sus aspectos más relevantes, en mi libro "Otra vida es posible".
Y llegamos al comienzo del 2018. Llevaba ya desde el 2014 haciendo un dibujo al día (los numerucos, ejemplos antiguos aquí), y desde el otoño de 2016 dando forma a conceptos para el Reto de los calcetines de forma regular (dos veces por semana). Ese reto, lanzado por un estudiante mío, se ha ampliado a cuatro veces por semana, y lo presentaré en su día en un libro. Además, llevaba cinco semanas componiendo todos los días sin excepción, dentro de otro reto, cuyos detalles especifico aquí (el enlace está en inglés), que consiste en cumplir siete tareas compositivas por semana. Y digo "llevaba" porque parió güela y un amigo me planteó otro reto, y ahora son dos ilustraciones al día las que hago.
No es todo, ni de lejos.
A medida que voy bajando la guardia (o que voy produciendo más y más), más gente empieza a querer entender, justificar, pausar, reducir y/o eliminar esta rutina. No, no les voy a desear suerte. Hay preguntas raras, como "¿No crees que sería bueno descansar una temporada?". No. Me siento bien. Me da energías. Mi técnica va mejorando. Según la teoría de las 10.000 horas, parar sería un error. Y ya es demasiada explicación.
No es mi periodo más creativo. No lo es. Ni de lejos. Es uno de los más productivos. Y lo estoy gozando a tope. Como me dijo mi jefe y amigo, "Aprovéchalo" (o así interpreté yo su "Keep with the flow!"). Es rutina, sí, pero es arte, es creativo, es productivo. Lo llamo, en español, rutinarte. Y para todos aquellos rabiosos que quieran llamarlo de alguna forma despectiva, voy a adelantarme: en inglés lo llamo Diary Art (que suena igual, o casi, que "arte diarreico"). Después de todo, me sale por un tubo porque parece ser que tengo que deshacerme a toda velocidad de algo que ya no tiene nada que hacer en mi mente. Así que lo podrían llamar Arte de M, o Arte Diarreico, con todo el desprecio posible; pero no serán originales, que para eso ya estoy yo aquí.
Que tengan ustedes el sábado que más les apetezca. Me espera una tarde de realización personal insuperable :)
Notas:
[1] Recordemos, no es lo mismo creatividad (que yo defino como la concepción de una idea que es nueva para aquél a quien se le ocurre, lo sea o no para el mundo) y la productividad (realización efectiva de una idea, propia o ajena). Sólo por aclarar: cuando hablo de ser productivo, me refiero a realizar ideas provenientes de mi propia creatividad.
Mostrando entradas con la etiqueta composición. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta composición. Mostrar todas las entradas
sábado, 27 de enero de 2018
Rutinarte
Etiquetas:
arte diario,
arte diarreico,
calcetines,
composición,
conceptos,
creatividad,
diario,
diary art,
dibujo,
escritura creativa,
música,
numerucos,
productividad,
retos,
rutina,
rutinarte,
temporadas
domingo, 15 de septiembre de 2013
Vals migrañoso
Me decía mi profesor de guitarra, en una crítica muy constructiva, que en algunos pasajes de mis últimas obras hay demasiada cabeza y poca intuición, poco sentimiento (traducido libremente). Ayer, sumido en otra migraña de esas que últimamente me acosan con renovadas frecuencia y fuerzas, sentado al piano, empecé a tocar lo que me iba viniendo.
El resultado es mi Vals migrañoso, opus varioscientosypico. No tengo ninguna intención de escribir más cosas en esa línea, como mucho quizá podría escribir una continuación, pero realmente creo que escribir con los sentimientos no es lo que me va.
¿Qué tiene de particular esta pieza? Pues que uno puede oír las estridencias de Bartók sin su sentimiento tonal (léase: indigerible), la lógica de Blacher sin su ligereza (= machacante), y luego una mezcolanza caótica de dolor de cabeza y de corazón, de tristeza, esquizofrenia, testosterona, somnolencia, más tristeza, desorientación, indolencia (pasotismo). Es una pieza que pertenece a otro mundo, es tremendamente térrea, por no decir inframundial. Es infumable. Me da miedo, un miedo atávico a un animal que llevo dentro, a sólo uno de ellos, uno al que no conozco, y que pertenece a mi lado oscuro.
La pieza me aterra y me fascina a partes iguales. Parece la pieza de ese loco que no creo ser. Huele a podredumbre de civilización.
Lo peor de todo es que, habiéndola escrito sin lógica consciente, le veo la lógica a toda ella.
Escúchala, o peor aún, tócala tres veces seguidas, y quizá te cambie tu forma de entender la música. O no. A mí me ha cambiado la percepción de mí mismo. Estoy como si acabara de abrir los ojos después de que me hubieran abofeteado hasta dejarme inconsciente.
El resultado es mi Vals migrañoso, opus varioscientosypico. No tengo ninguna intención de escribir más cosas en esa línea, como mucho quizá podría escribir una continuación, pero realmente creo que escribir con los sentimientos no es lo que me va.
¿Qué tiene de particular esta pieza? Pues que uno puede oír las estridencias de Bartók sin su sentimiento tonal (léase: indigerible), la lógica de Blacher sin su ligereza (= machacante), y luego una mezcolanza caótica de dolor de cabeza y de corazón, de tristeza, esquizofrenia, testosterona, somnolencia, más tristeza, desorientación, indolencia (pasotismo). Es una pieza que pertenece a otro mundo, es tremendamente térrea, por no decir inframundial. Es infumable. Me da miedo, un miedo atávico a un animal que llevo dentro, a sólo uno de ellos, uno al que no conozco, y que pertenece a mi lado oscuro.
La pieza me aterra y me fascina a partes iguales. Parece la pieza de ese loco que no creo ser. Huele a podredumbre de civilización.
Lo peor de todo es que, habiéndola escrito sin lógica consciente, le veo la lógica a toda ella.
Escúchala, o peor aún, tócala tres veces seguidas, y quizá te cambie tu forma de entender la música. O no. A mí me ha cambiado la percepción de mí mismo. Estoy como si acabara de abrir los ojos después de que me hubieran abofeteado hasta dejarme inconsciente.
jueves, 11 de julio de 2013
La vida empezaba a los cuarenta
Llevo ya un mes soñando con relativa frecuencia en música. Antes me pasaba de forma absolutamente excepcional: creo que de media no salía ni una vez por lustro. Algo ha cambiado. No pasa una semana sin que sueñe en música. A veces, me sucede hasta tres veces en la misma siesta. Ya lo decían, ya, que la vida empieza a los cuarenta.
Y sí, hace un año menos nueve días que tuve probablemente el peor despertar de mi vida, y me dije que si los próximos cuarenta iban a ser así o peores, pues mal empezaba la segunda parte. Sin embargo, mi vida musical ha dado otro giro tremendo (y la personal, ídem). Creo que fue en el 2009 ó 2010 cuando contacté al profesor Rejšek, que me introdujo al mundo de las formas musicales y me ayudó a poner un pie en el mundo clásico. Un año después, escuchando obras de música clásica contemporánea, como el Job de Eben, podía ya disfrutarlo de un modo diferente, escuchando varias voces a la vez y percibiendo aspectos formales que, un año antes, existían tan sólo de forma inconsciente, o ni eso.
Hace un año, por tanto, llevaba ya varios años estudiandomúsica composición bien como autodidacta (principalmente), bien con apoyos más o menos puntuales (mis estudios de música -solfeo, piano, canto coral- en Musical Cantabria fueron otro punto de inflexión positivo aún más atrás en el tiempo, de los que ya he hablado y hablaré). Hace un año, acababa de empezar la aventura de estudiar en el OCA, había descubierto los Encuentros de Música y Academia de Santander, seguía convencido de que los estudios de música te ayudan a disfrutar de la música de otro modo, pero ni más ni mejor...
Claro que hace un año no había tenido una experiencia orgásmica de cinco minutos escuchando el Arte de la Fuga de Bach, orgasmúsico que repetí hasta quedar reventado 20 minutos después. Estudiar composición sí que ayuda a disfrutar de la música más y mejor. Y se me ha confirmado mi sospecha de que necesitaba tener unos estudios formales de composición.
Hace un año, no sabía apenas nada del viento madera, de los instrumentos de percusión, de cantidad de compositores (¡y algunas compositrices!), de tantas y tantas cosas. Hace un año, ni se me pasaba por la cabeza que iba a tocar el clarinete. No sospechaba que iba a componer piezas como las que he compuesto. Tenía una idea de cómo iba a sonar, y salió algo totalmente inesperado por mí.
Hace un año, tan sólo una vez había escrito música por la calle, sin necesidad de tener un instrumento delante. Esta semana ya he esbozado varias piezas estando fuera de casa. Me asaltan en cualquier momento y lugar, y tengo que ponerlas por escrito. Sí, son sencillas: por mucho cuarteto de viento madera de que se trate, las armonías, melodías y ritmos no son de caerse de coxis; pero me da una autonomía, una independencia de la tecnología, que me llena de alegría, porque... para qué nos vamos a engañar, uno enciende el ordechufla y se cuelga de internet en verde trabajar.
Los judíos vagaron por el desierto 40 años hasta llegar a la tierra prometida. La semana que viene culmino el cuadragésimo primer año de vida llorando y riendo por el mundo. Y puedo certificar que, me quede lo que me quede, la vida empezaba a los cuarenta (má o meno). De verdad de la buena que sí.
Y sí, hace un año menos nueve días que tuve probablemente el peor despertar de mi vida, y me dije que si los próximos cuarenta iban a ser así o peores, pues mal empezaba la segunda parte. Sin embargo, mi vida musical ha dado otro giro tremendo (y la personal, ídem). Creo que fue en el 2009 ó 2010 cuando contacté al profesor Rejšek, que me introdujo al mundo de las formas musicales y me ayudó a poner un pie en el mundo clásico. Un año después, escuchando obras de música clásica contemporánea, como el Job de Eben, podía ya disfrutarlo de un modo diferente, escuchando varias voces a la vez y percibiendo aspectos formales que, un año antes, existían tan sólo de forma inconsciente, o ni eso.
Hace un año, por tanto, llevaba ya varios años estudiando
Claro que hace un año no había tenido una experiencia orgásmica de cinco minutos escuchando el Arte de la Fuga de Bach, orgasmúsico que repetí hasta quedar reventado 20 minutos después. Estudiar composición sí que ayuda a disfrutar de la música más y mejor. Y se me ha confirmado mi sospecha de que necesitaba tener unos estudios formales de composición.
Hace un año, no sabía apenas nada del viento madera, de los instrumentos de percusión, de cantidad de compositores (¡y algunas compositrices!), de tantas y tantas cosas. Hace un año, ni se me pasaba por la cabeza que iba a tocar el clarinete. No sospechaba que iba a componer piezas como las que he compuesto. Tenía una idea de cómo iba a sonar, y salió algo totalmente inesperado por mí.
Hace un año, tan sólo una vez había escrito música por la calle, sin necesidad de tener un instrumento delante. Esta semana ya he esbozado varias piezas estando fuera de casa. Me asaltan en cualquier momento y lugar, y tengo que ponerlas por escrito. Sí, son sencillas: por mucho cuarteto de viento madera de que se trate, las armonías, melodías y ritmos no son de caerse de coxis; pero me da una autonomía, una independencia de la tecnología, que me llena de alegría, porque... para qué nos vamos a engañar, uno enciende el ordechufla y se cuelga de internet en verde trabajar.
Los judíos vagaron por el desierto 40 años hasta llegar a la tierra prometida. La semana que viene culmino el cuadragésimo primer año de vida llorando y riendo por el mundo. Y puedo certificar que, me quede lo que me quede, la vida empezaba a los cuarenta (má o meno). De verdad de la buena que sí.
Etiquetas:
40,
composición,
conciertos,
Eben,
edad,
empieza,
encuentro,
estudios,
música,
OCA,
reflexión,
Santander,
vida
sábado, 2 de marzo de 2013
¿A dónde vamos?
En la serie de preguntas "quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos" a mí siempre me ha faltado el "dónde estamos". Puede parecer una pregunta muy tonta; pero es mucho más fácil responder a la tercera si sabemos contestar bien a la añadida. Cierto: podría considerarse ésta una parte del "quiénes somos".
En cualquier caso, últimamente me he encontrado en diferentes contextos con la pregunta de adónde va la música (entiéndase clásica), y si es posible hacer algo nuevo. De acuerdo con Marcus Weeks, esa pregunta se la han hecho ya en todas las épocas. Weeks, incluso, se aventura a proponer varios posibles caminos por los que la música podría evolucionar. Dice que el nacionalismo llevó al internacionalismo, el Este y el Oeste están mezclados desde hace años, y es difícil encontrar influencias de otras culturas. "El minimalismo ya está perdiendo fuerza" (cito), y quizá la respuesta esté en dejarse influir por la música popular, otra vez, o entrar en un neorromanticismo. También dice que la música "seria" y el público, durante el siglo XX, alcanzaron su punto de mayor separación en la Historia, separación que parece estarse reduciendo de nuevo.
Lo veo no sólo en mi caso, sino en los programas de los conciertos. Quizá es que hace años no veía lo que no quería ver, o que había nombres que no aparecían nunca, el caso es que, en los últimos años, veo nombres nuevos con una frecuencia cada vez mayor. Y ojo, que cuando digo nombres nuevos, no me refiero sólo a compositores modernos, como Pärt o Gorecki, sino también a nombres que no había oído jamás de compositores que ya llevan criando malvas cientos de años, como Zelenka, Josquin, von Bingen o Rameau, y que merecen el tiempo dedicado a escucharlos.
Pero permítanme volver a mi pregunta: ¿a dónde vamos? ¿Vamos a un nuevo estilo, o a una mezcla de ellos? ¿Y quiénes somos los que vamos? En el mundo occidental, somos una sociedad individualista, que busca la diferenciación, la personalización, y también busca algo nuevo constantemente. ¿Estamos dispuestos a conformarnos con la música de Britten o Blacher (ya difuntos) o la del ya mencionado Pärt? ¿Nos llena? ¿Nos basta?
Y los músicos (compositores), ¿están dispuestos a copiar el estilo de otros? Muchos lo hacen, y no tienen duelo en decir lo diferentes que son del resto, ciegos a la semejanza. Y nadie parece decirles "oye, que lo que tú haces es poco original". Hay que ser diferente, pero lo suficientemente igual para entrar por la oreja a la primera y que te digan lo buenísimo que eres, aunque no seas más que técnicamente perfecto.
Otra vez me voy por peteneras. Creo que es difícil que surja un movimiento musical que suene unitario, y no porque los caminos de la tonalidad y la atonalidad estén agotados, ni porque no pueda haber ya nada nuevo bajo el slo, sino porque cada compositor quiere ser único en su especie y no copiar a nadie, ser original y seguir su propio camino jamás antes hollado por nadie. Algunos, incluso, queremos hacer algo nuevo con cada nueva composición. Con semejante caleidoscopio, encuéntrenme dos cuentas iguales para hacerme sendos pendientes con estilo.
El camino, parece ser, está ya definido por la experimentación constante.
¿Y el público?
Marcus Weeks tiene razón en que tenemos que aprender de la música popular (entiéndase no sólo pop y rock, sino también hip-hop, rap, trance, etc). Hay muchas fórmulas de éxito que pueden funcionar muy bien entre la gente joven. La gente quiere poder cantar lo que oyen. Olvídate de arias, quiero algo que no sea difícil, y que tenga un mensaje, y a ser posible un estribillo que me aprenda antes de que acabes la canción. Los musicales están bien para verlos, pero no para escuchárselos (en general). Y además, hay que cambiar la forma (y el precio) de presentar la música. Estoy seguro de que hay formas de agradar al público, a los músicos profesionales y a uno mismo.
Mis Hlavolamy no son la respuesta; pero quizá lo sean los rompecabezas de otros.
En cualquier caso, últimamente me he encontrado en diferentes contextos con la pregunta de adónde va la música (entiéndase clásica), y si es posible hacer algo nuevo. De acuerdo con Marcus Weeks, esa pregunta se la han hecho ya en todas las épocas. Weeks, incluso, se aventura a proponer varios posibles caminos por los que la música podría evolucionar. Dice que el nacionalismo llevó al internacionalismo, el Este y el Oeste están mezclados desde hace años, y es difícil encontrar influencias de otras culturas. "El minimalismo ya está perdiendo fuerza" (cito), y quizá la respuesta esté en dejarse influir por la música popular, otra vez, o entrar en un neorromanticismo. También dice que la música "seria" y el público, durante el siglo XX, alcanzaron su punto de mayor separación en la Historia, separación que parece estarse reduciendo de nuevo.
Lo veo no sólo en mi caso, sino en los programas de los conciertos. Quizá es que hace años no veía lo que no quería ver, o que había nombres que no aparecían nunca, el caso es que, en los últimos años, veo nombres nuevos con una frecuencia cada vez mayor. Y ojo, que cuando digo nombres nuevos, no me refiero sólo a compositores modernos, como Pärt o Gorecki, sino también a nombres que no había oído jamás de compositores que ya llevan criando malvas cientos de años, como Zelenka, Josquin, von Bingen o Rameau, y que merecen el tiempo dedicado a escucharlos.
Pero permítanme volver a mi pregunta: ¿a dónde vamos? ¿Vamos a un nuevo estilo, o a una mezcla de ellos? ¿Y quiénes somos los que vamos? En el mundo occidental, somos una sociedad individualista, que busca la diferenciación, la personalización, y también busca algo nuevo constantemente. ¿Estamos dispuestos a conformarnos con la música de Britten o Blacher (ya difuntos) o la del ya mencionado Pärt? ¿Nos llena? ¿Nos basta?
Y los músicos (compositores), ¿están dispuestos a copiar el estilo de otros? Muchos lo hacen, y no tienen duelo en decir lo diferentes que son del resto, ciegos a la semejanza. Y nadie parece decirles "oye, que lo que tú haces es poco original". Hay que ser diferente, pero lo suficientemente igual para entrar por la oreja a la primera y que te digan lo buenísimo que eres, aunque no seas más que técnicamente perfecto.
Otra vez me voy por peteneras. Creo que es difícil que surja un movimiento musical que suene unitario, y no porque los caminos de la tonalidad y la atonalidad estén agotados, ni porque no pueda haber ya nada nuevo bajo el slo, sino porque cada compositor quiere ser único en su especie y no copiar a nadie, ser original y seguir su propio camino jamás antes hollado por nadie. Algunos, incluso, queremos hacer algo nuevo con cada nueva composición. Con semejante caleidoscopio, encuéntrenme dos cuentas iguales para hacerme sendos pendientes con estilo.
El camino, parece ser, está ya definido por la experimentación constante.
¿Y el público?
Marcus Weeks tiene razón en que tenemos que aprender de la música popular (entiéndase no sólo pop y rock, sino también hip-hop, rap, trance, etc). Hay muchas fórmulas de éxito que pueden funcionar muy bien entre la gente joven. La gente quiere poder cantar lo que oyen. Olvídate de arias, quiero algo que no sea difícil, y que tenga un mensaje, y a ser posible un estribillo que me aprenda antes de que acabes la canción. Los musicales están bien para verlos, pero no para escuchárselos (en general). Y además, hay que cambiar la forma (y el precio) de presentar la música. Estoy seguro de que hay formas de agradar al público, a los músicos profesionales y a uno mismo.
Mis Hlavolamy no son la respuesta; pero quizá lo sean los rompecabezas de otros.
sábado, 18 de agosto de 2012
¿Qué he hecho yo para merecer esto?
Tras unos cuantos años de lucha, consigo encontrar una escuela de composición que me va, que me gusta lo que ofrece, que es compatible con mi trabajo, que me puedo permitir. Quiero apuntarme. Entonces, me llegan unos apuros económicos inesperados, causados sólo en parte por un fallo de cálculo, en parte por unos pagos inesperados, en parte por un ataque de caridad en el peor momento, en parte por una bajada de sueldo, y en parte por dos tres atrasos en sendos otros tantos cobros.
Consigo apuntarme a la escuela, por fin, tras otras peripecias varias, entre otras, que mi banco no quería enviar la matrícula en un solo pago (pese a ser una tercera parte de otros pagos que sí me dejó realizar en su día). Y empieza la aventura.
La aventura de la composición iba a ser más accidentada de lo que yo pensaba. De hecho, lo sigue siendo. Hay que tener un programa (con lo que yo ya contaba) y acceso a Spotify (también contaba con ello). Sólo que en la Rep. Checa no hay acceso a Spotify. Bien, aprovecharé el verano para ello. Pues no: sice tenía acceso a Spotify (que por arte de birlibirloque sigue siendo accesible desde mi ordenador de vuelta a la Rep. Checa -!!!!- ), pero ni las fuerzas, ni las energías,... Fui haciendo pequeños progresos. Intenté comprarme el programa. Problema: la compañía no acepta que se haga el envío a un país diferente de aquél en el que está registrada la tarjeta de crédito. Vale. Intento comprarlo en una tienda física. En la tienda rehúsan darme precios por teléfono, que mande un correo electrónico. Aún estoy esperando la respuesta.
Me harto, compro el programa para que me lo envíen a mi casa, con fecha de entrega el 8 de agosto. Lo entregan el 6, yo en España, pero bueno, al final tuve el programa. Entretanto, había estado escribiendo la música con otros programas (uno diferente y una versión anterior del recién comprado), mientras intentaba contactar con el profesor, pero los emilios se me rebotaban, acusados de ser correo basura por un seleccionador automático.
¡No hay forma de instalar el programa! Resulta que hay que tener Windows Vista Platform Update, que me volví loco para saber lo que era, pero bien: DOS DÍAS actualizando el ordenador, y ni así. Ya me harto, pincho en el icono del punto-exe y me voy. Vuelvo a las tres horas. Sí, ahora me deja instalarlo. Instalado.
Instalado... y funciona. No me lo puedo creer. Ni debería creérmelo demasiado. Acabo el proyecto 3, y para el proyecto 4, simplemente, se niega a funcionar. Léase: se niega a funcionar como debería hacerlo. Los instrumentos que selecciono suenan diferente. Intento diferentes combinaciones, apagar, encender, me niego a pasarme una semana desinstalando y reinstalando, tiene que haber otra manera.
(Ni que decir tiene que después de pelearme unas cuantas horas con el chip, no tengo ni las fuerzas ni el humor para intentar escribir nada, y así van pasando los puñeteros días y mis ideas están sólo en el papel. Y todo esto, que debería hacerme reír, es tan sólo la punta del iceberg).
Intento contactar con la compañía. Aunque tengo derecho a 90 días de apoyo técnico, no tengo ningún código que me permita pasar del contestador automático a un ser de carne y hueso. No me lo han mandado. ¿O lo he perdido? "Introduzca su dirección de correo electrónico y se lo reenviamos". Introducida. "No existe ningún código asociado con esta dirección". ¿Por qué me sorprende? No hay forma de llamar ni de escribir. Tras horas (repito, horas) de navegación por la página web de la compañía, encuentro un lugar en el que puedo enviar una consulta. La envío. Me informan, automáticamente, de que en media hora me llegará un correo electrónico confirmando la recepción de mi consulta. Han pasado 50 medias horas y no he recibido tal confirmación. Y que en 1-2 días laborables, se pondrá en contacto conmigo un ser humano.
Soy impaciente por naturaleza. Tengo una versión antigua del programa, ¿no? Pues a por ella. Otro ordenador,otro SOdW otra versión de Windows (XP en vez de Vista), otra versión del programa, ganas renovadas y una determinación a no dejarme avasallar por las dificultades como pocas veces. Ponme un obstáculo delante y te enseñaré cómo salto.
Por primera vez en todos estos años que lo llevo utilizando, los instrumentos del programa en su versión antigua han empezado a hacer las mismas locuras que me hacen en la versión nueva. Creí que era una pesadilla. No lo era. Y ya no pude evitar llorar.
Si las dificultades nos hacen crecer, peazo de compositor que voy a ser. Y recuerdo: aquí sólo escribo una parte, la más anecdótica. Alguien que me quiere muy mal tiene que estar riéndose mucho en algún lugar de algún universo o alguna dimensión. Que le aproveche. Y que rece.
Consigo apuntarme a la escuela, por fin, tras otras peripecias varias, entre otras, que mi banco no quería enviar la matrícula en un solo pago (pese a ser una tercera parte de otros pagos que sí me dejó realizar en su día). Y empieza la aventura.
La aventura de la composición iba a ser más accidentada de lo que yo pensaba. De hecho, lo sigue siendo. Hay que tener un programa (con lo que yo ya contaba) y acceso a Spotify (también contaba con ello). Sólo que en la Rep. Checa no hay acceso a Spotify. Bien, aprovecharé el verano para ello. Pues no: sice tenía acceso a Spotify (que por arte de birlibirloque sigue siendo accesible desde mi ordenador de vuelta a la Rep. Checa -!!!!- ), pero ni las fuerzas, ni las energías,... Fui haciendo pequeños progresos. Intenté comprarme el programa. Problema: la compañía no acepta que se haga el envío a un país diferente de aquél en el que está registrada la tarjeta de crédito. Vale. Intento comprarlo en una tienda física. En la tienda rehúsan darme precios por teléfono, que mande un correo electrónico. Aún estoy esperando la respuesta.
Me harto, compro el programa para que me lo envíen a mi casa, con fecha de entrega el 8 de agosto. Lo entregan el 6, yo en España, pero bueno, al final tuve el programa. Entretanto, había estado escribiendo la música con otros programas (uno diferente y una versión anterior del recién comprado), mientras intentaba contactar con el profesor, pero los emilios se me rebotaban, acusados de ser correo basura por un seleccionador automático.
¡No hay forma de instalar el programa! Resulta que hay que tener Windows Vista Platform Update, que me volví loco para saber lo que era, pero bien: DOS DÍAS actualizando el ordenador, y ni así. Ya me harto, pincho en el icono del punto-exe y me voy. Vuelvo a las tres horas. Sí, ahora me deja instalarlo. Instalado.
Instalado... y funciona. No me lo puedo creer. Ni debería creérmelo demasiado. Acabo el proyecto 3, y para el proyecto 4, simplemente, se niega a funcionar. Léase: se niega a funcionar como debería hacerlo. Los instrumentos que selecciono suenan diferente. Intento diferentes combinaciones, apagar, encender, me niego a pasarme una semana desinstalando y reinstalando, tiene que haber otra manera.
(Ni que decir tiene que después de pelearme unas cuantas horas con el chip, no tengo ni las fuerzas ni el humor para intentar escribir nada, y así van pasando los puñeteros días y mis ideas están sólo en el papel. Y todo esto, que debería hacerme reír, es tan sólo la punta del iceberg).
Intento contactar con la compañía. Aunque tengo derecho a 90 días de apoyo técnico, no tengo ningún código que me permita pasar del contestador automático a un ser de carne y hueso. No me lo han mandado. ¿O lo he perdido? "Introduzca su dirección de correo electrónico y se lo reenviamos". Introducida. "No existe ningún código asociado con esta dirección". ¿Por qué me sorprende? No hay forma de llamar ni de escribir. Tras horas (repito, horas) de navegación por la página web de la compañía, encuentro un lugar en el que puedo enviar una consulta. La envío. Me informan, automáticamente, de que en media hora me llegará un correo electrónico confirmando la recepción de mi consulta. Han pasado 50 medias horas y no he recibido tal confirmación. Y que en 1-2 días laborables, se pondrá en contacto conmigo un ser humano.
Soy impaciente por naturaleza. Tengo una versión antigua del programa, ¿no? Pues a por ella. Otro ordenador,
Por primera vez en todos estos años que lo llevo utilizando, los instrumentos del programa en su versión antigua han empezado a hacer las mismas locuras que me hacen en la versión nueva. Creí que era una pesadilla. No lo era. Y ya no pude evitar llorar.
Si las dificultades nos hacen crecer, peazo de compositor que voy a ser. Y recuerdo: aquí sólo escribo una parte, la más anecdótica. Alguien que me quiere muy mal tiene que estar riéndose mucho en algún lugar de algún universo o alguna dimensión. Que le aproveche. Y que rece.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)