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jueves, 11 de julio de 2013

La vida empezaba a los cuarenta

Llevo ya un mes soñando con relativa frecuencia en música. Antes me pasaba de forma absolutamente excepcional: creo que de media no salía ni una vez por lustro. Algo ha cambiado. No pasa una semana sin que sueñe en música. A veces, me sucede hasta tres veces en la misma siesta. Ya lo decían, ya, que la vida empieza a los cuarenta.

Y sí, hace un año menos nueve días que tuve probablemente el peor despertar de mi vida, y me dije que si los próximos cuarenta iban a ser así o peores, pues mal empezaba la segunda parte. Sin embargo, mi vida musical ha dado otro giro tremendo (y la personal, ídem). Creo que fue en el 2009 ó 2010 cuando contacté al profesor Rejšek, que me introdujo al mundo de las formas musicales y me ayudó a poner un pie en el mundo clásico. Un año después, escuchando obras de música clásica contemporánea, como el Job de Eben, podía ya disfrutarlo de un modo diferente, escuchando varias voces a la vez y percibiendo aspectos formales que, un año antes, existían tan sólo de forma inconsciente, o ni eso.

Hace un año, por tanto, llevaba ya varios años estudiando música composición bien como autodidacta (principalmente), bien con apoyos más o menos puntuales (mis estudios de música -solfeo, piano, canto coral- en Musical Cantabria fueron otro punto de inflexión positivo aún más atrás en el tiempo, de los que ya he hablado y hablaré). Hace un año, acababa de empezar la aventura de estudiar en el OCA, había descubierto los Encuentros de Música y Academia de Santander, seguía convencido de que los estudios de música te ayudan a disfrutar de la música de otro modo, pero ni más ni mejor...

Claro que hace un año no había tenido una experiencia orgásmica de cinco minutos escuchando el Arte de la Fuga de Bach, orgasmúsico que repetí hasta quedar reventado 20 minutos después. Estudiar composición sí que ayuda a disfrutar de la música más y mejor. Y se me ha confirmado mi sospecha de que necesitaba tener unos estudios formales de composición.

Hace un año, no sabía apenas nada del viento madera, de los instrumentos de percusión, de cantidad de compositores (¡y algunas compositrices!), de tantas y tantas cosas. Hace un año, ni se me pasaba por la cabeza que iba a tocar el clarinete. No sospechaba que iba a componer piezas como las que he compuesto. Tenía una idea de cómo iba a sonar, y salió algo totalmente inesperado por mí.

Hace un año, tan sólo una vez había escrito música por la calle, sin necesidad de tener un instrumento delante. Esta semana ya he esbozado varias piezas estando fuera de casa. Me asaltan en cualquier momento y lugar, y tengo que ponerlas por escrito. Sí, son sencillas: por mucho cuarteto de viento madera de que se trate, las armonías, melodías y ritmos no son de caerse de coxis; pero me da una autonomía, una independencia de la tecnología, que me llena de alegría, porque... para qué nos vamos a engañar, uno enciende el ordechufla y se cuelga de internet en verde trabajar.

Los judíos vagaron por el desierto 40 años hasta llegar a la tierra prometida. La semana que viene culmino el cuadragésimo primer año de vida llorando y riendo por el mundo. Y puedo certificar que, me quede lo que me quede, la vida empezaba a los cuarenta (má o meno). De verdad de la buena que sí.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Verdad y mentira

Ha habido muchas cosas sobre las que he querido escribir estas últimas semanas. Y la verdad es que, para cuando he llegado al ordenador, ya no tenía ganas de escribir. Han sido unas semanas intensas.

Hoy, que ha sido uno de los días más intensos de la temporada, se me han ocurrido varias ideas. Sin embargo, el pensamiento que más quiero compartir es una pequeña reflexión sobre la verdad. O sobre la mentira. O sobre ambas. ¿Quizá sobre ninguna de ellas?

Siempre nos han enseñado el valor de la verdad y que mentir está mal: no dirás falso testimonio, di la verdad, no mientas. Quiero que me digas lo gorda que me ves con este vestido (ejemplo clásico). ¿Por qué hay que decir la verdad? ¿Es que acaso un dios vengador nos va a partir en dos con rayos justicieros? ¿Iremos al infierno si mentimos? ¿Nos beneficia más a corto y a largo plazo decir la verdad, como dice Sam Harris en su ensayo Lying ("Mintiendo")?

En última instancia, ¿¿a quién beneficia la verdad??

La verdad me beneficia, la mentira me perjudica

Se supone que ser sincero es una virtud que me va a quitar karma, así que me reencarnaré menos veces y sufriré menos en mis vidas venideras. Vale. Si es que existen. En esta vida, de acuerdo con Harris, evitaré males mayores en el futuro (él da una serie de explicaciones que, a mí, personalmente, me resultan bastante convincentes, recomiendo la lectura de su libro).

¿Y el silencio? A veces equivale a mentir y a veces a decir la verdad. Es muy bonito eso de evitar decir lo que uno cree que no debe decir con sentencias como "No es asunto tuyo" - pero ¿a tu jefe le vas a decir eso con el paro que hay? Hay gente que no soporta la verdad, y sí, tendrán que irse enfrentando a ella, pero que les eduque otro con más ganas de sopapo.

La verdad es buena y práctica, la mentira es mala y agotadora

Sí, ya lo hemos visto, el karma y todo eso. La verdad puede ser incómoda, pero la mentira, cuando te acostumbras a ser sincero, también. Es mucho más fácil ser sincero (según Harris), porque siempre sabes lo que dices. Ya. Como si todos supiéramos siempre lo que pensamos de nosotros mismos o del mundo y no cambiáramos de opinión (derecho inalienable que todos tenemos alienado por nuestros conmunditas). En cualquier caso, algo tiene de razón: una mentira es difícil de mantener, la verdad sólo es difícil de defender. Según Harris, la mentira nos cuesta mucha más energía que la verdad.

Mi opinión es que hay ocasiones en que sucede a la inversa. Un ejemplo: siempre me viene a la mente cuando alguien quiere que le haga un análisis grafológico. "¿Y si veo algo que no te gusta?" "No me importará". A todo el mundo le importa, todo el mundo se me enfada. Entonces me callo la frase siguiente. "No me lo estás diciendo todo". "No, claro, porque no te va a gustar". "No me va a importar". "Ya, como antes". "No, ahora sí que no". Nuevo mosqueo. Etc. ¿Solución? ¿Mentir? No: claro que sé hacer análisis grafológicos, pero como no conozco a nadie que no sea un picón en lo tocante a lo que se ve en su letra, pues buscaos a otro pringao que pierda el tiempo.

Sin embargo, cueste la energía que cueste, la verdad siempre beneficia a la sociedad, ¿no?: "¿A quién busca, a Ana Frank? Ático izquierda, de nada" (el ejemplo también está adaptado de Harris). Una sociedad más sincera es una sociedad más ética, en la que nadie iba a buscar aprovecharse de los demás. Todos seríamos mejores personas y más felices. ¿O quizá sería mejor comenzar a mejorar la sociedad por otras vías, y dejar la sinceridad para lo último?

A veces es agotador convencer a los demás de que estás diciendo la verdad. A veces, simplemente, es más práctico dejar que crean que mientes. Ahorras tiempo. Y a ése que tanto insiste en que tú mientes, por burla, por interés o por los motivos que sean, no le creas ni el saludo.

La verdad es necesaria, la mentira es perseguible

Especialmente si tienes vena de dictador, pequeña o grande, necesitas tener conocimiento de todo lo que pasa. Todo el mundo tiene que decir la verdad. Léase, tiene que decírtela a ti, para que seas el que sepa todo lo que pasa. El que mienta, estará minando tu situación de poder. El conocimiento es poder. Y la verdad, por tanto, es muy deseable por parte de cualquier sistema autoritario y de cualquier religión.

Entonces, ¿creemos todos, en nuestro fuero interno, que hay que decir la verdad? ¿No será que nos han convencido de ello desde hace milenios porque le interesaba a alguien de arriba (no pienso en el cielo, precisamente)?

¿Mentir o no?

Yo prefiero decir la verdad, porque me parece más práctica en general (véase más arriba). Otra cosa es que hay muchas cosas que me callo. Y que hay ocasiones en las que miento, o en las que vivo de forma poco coherente. A mí mismo, al menos, procuro no mentirme, ya no. En cuanto a si siento cargo de conciencia por no decir al prójimo toda la verdad, o no contestar a preguntas, o dejar en la ignorancia, lo siento, pero creo que mi derecho a la intimidad y mi derecho a pensar del prójimo lo que me salga de la pitui son mayores que algunos supuestos derechos ajenos a meterse en mi vida o a husmear donde no se le ha perdido nada a nadie. Y mis derechos los protejo con las herramientas que Dios me ha dado. Si es un abuso de una capacidad o no, ya rendiré cuentas a quien deba en vidas futuras.

Y no, no me gusta hacer análisis grafológicos, ni tengo ni tanta gana ni tanta necesidad de saber. Todos no somos iguales.

La verdad es una virtud. La verdad, además, es muy útil a los poderosos y se convierte en instrumento de abuso tarde o temprano. Por otro lado, puede ser terriblemente práctica para el individuo y ayudarle a crecer como persona en esta vida.