Estoy en medio de una explosión de productividad como no recuerdo haber vivido. O quizá sí la había vivido, pero no de esta manera. Probemos a recordar...
En el pasado, me daba por temporadas que podían durar de varios meses a varios años. Algunas temporadas, mi principal actividad creativa era escribir, y escribía un relato detrás de otro, no todos los días, pero sí con una frecuencia considerable. O poemas, como churros. Otras temporadas dibujaba. Otras temporadas me daba por las canciones, y componía una detrás de otra, con o sin letra. Sí, quizá el año aquél en que componía hasta cinco canciones por día fuera más productivo que el momento presente. Productivo.
Hubo un año (en torno al cambio de siglo) que lo hice todo ello, añadiendo además diseños, esculturas, conceptos, técnicas... Y luego llegó el año 2014, que se me disparó la creatividad (aunque de productividad no hubo tanta) [1], y ello del modo que resumí, en algunos de sus aspectos más relevantes, en mi libro "Otra vida es posible".
Y llegamos al comienzo del 2018. Llevaba ya desde el 2014 haciendo un dibujo al día (los numerucos, ejemplos antiguos aquí), y desde el otoño de 2016 dando forma a conceptos para el Reto de los calcetines de forma regular (dos veces por semana). Ese reto, lanzado por un estudiante mío, se ha ampliado a cuatro veces por semana, y lo presentaré en su día en un libro. Además, llevaba cinco semanas componiendo todos los días sin excepción, dentro de otro reto, cuyos detalles especifico aquí (el enlace está en inglés), que consiste en cumplir siete tareas compositivas por semana. Y digo "llevaba" porque parió güela y un amigo me planteó otro reto, y ahora son dos ilustraciones al día las que hago.
No es todo, ni de lejos.
A medida que voy bajando la guardia (o que voy produciendo más y más), más gente empieza a querer entender, justificar, pausar, reducir y/o eliminar esta rutina. No, no les voy a desear suerte. Hay preguntas raras, como "¿No crees que sería bueno descansar una temporada?". No. Me siento bien. Me da energías. Mi técnica va mejorando. Según la teoría de las 10.000 horas, parar sería un error. Y ya es demasiada explicación.
No es mi periodo más creativo. No lo es. Ni de lejos. Es uno de los más productivos. Y lo estoy gozando a tope. Como me dijo mi jefe y amigo, "Aprovéchalo" (o así interpreté yo su "Keep with the flow!"). Es rutina, sí, pero es arte, es creativo, es productivo. Lo llamo, en español, rutinarte. Y para todos aquellos rabiosos que quieran llamarlo de alguna forma despectiva, voy a adelantarme: en inglés lo llamo Diary Art (que suena igual, o casi, que "arte diarreico"). Después de todo, me sale por un tubo porque parece ser que tengo que deshacerme a toda velocidad de algo que ya no tiene nada que hacer en mi mente. Así que lo podrían llamar Arte de M, o Arte Diarreico, con todo el desprecio posible; pero no serán originales, que para eso ya estoy yo aquí.
Que tengan ustedes el sábado que más les apetezca. Me espera una tarde de realización personal insuperable :)
Notas:
[1] Recordemos, no es lo mismo creatividad (que yo defino como la concepción de una idea que es nueva para aquél a quien se le ocurre, lo sea o no para el mundo) y la productividad (realización efectiva de una idea, propia o ajena). Sólo por aclarar: cuando hablo de ser productivo, me refiero a realizar ideas provenientes de mi propia creatividad.
Mostrando entradas con la etiqueta conceptos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta conceptos. Mostrar todas las entradas
sábado, 27 de enero de 2018
Rutinarte
Etiquetas:
arte diario,
arte diarreico,
calcetines,
composición,
conceptos,
creatividad,
diario,
diary art,
dibujo,
escritura creativa,
música,
numerucos,
productividad,
retos,
rutina,
rutinarte,
temporadas
sábado, 20 de septiembre de 2014
Tan azul, tan azul
Esa puesta de sol de hoy, sin sol, con nubes de tormenta, ha sido de las más merecedoras de ser grabadas, fotografiadas y recordadas. Increíble. De pronto, me vi observando colores que no sabía nombrar, ni siquiera por aproximación. hacia el este, las nubes tenían cierto componente de gris, pero también de sepia, y no eran ni un color ni el otro. Hacia el nordeste, una amplia gama de plomizos. Hacia el norte, lo habría llamado añil por su intensidad y su, permítanme, longitud de onda, si no hubiera sido por la imposible combinación con un tono pastel. Y hacia el oeste y noroeste, una nube de un tono uniforme, tan azul, pero tan, tan intensamente azul, que si Dios aprieta más la longitud de onda no habría sabido decir qué era el color que yo veía, porque ya como era tuve que pensármelo. Y vuelta al este, con esa gradación del cielo de fondo, desde un color que no era ni crema, ni salmón, ni ocre, ni sepia, ni amarillo, ni naranja, pero que podría haber confundido a alguien con prisa a definirlo con cualquiera de los que he mencionado; desde ese color, al gris plomizo, con toda la infinita gama intermedia; y sobre ese fondo, una nube alargada, blanca, tan sólida que parecía de cartón piedra, resaltando con valor propio y enfatizada con ese fondo difícilmente descriptible. Si lo que he visto hoy me lo hubieran enseñado en foto o en vídeo, habría echado pestes de los programas de arreglo de fotografías, por exagerarlo todo. Ya lo decía Julio Jaurena, que a veces llamamos horteras o exagerados a los artistas, pero sólo porque no recordamos el espectáculo (o no nos fijamos en él) que a veces nos ofrece la naturaleza.
Me ha servido este espectáculo para varias cosas (siempre tan pragmático, Jórgido, de verdad, qué asco). Primero, para escribir esta bitácora tan cursi. Segundo, para alegrarme de que el HP que casi me atropella en Hluboká saltándose un ceda (matrícula 1A4 00**, coche rojo) no consiguiera su objetivo... y alegrarme además de no haberle seguido y montádole un pollo, porque habría tenido un espectáculo diferente. Tercero, para comprobar por enésima vez que las gafas polarizantes no siempre producen mayores contrastes ni mejores colores (me acordé de ellas al cometer un pulgón suicidio contra mi ojo izquierdo... y francamente, mejor sin gafas). Cuarto, para sorprenderme una vez más en las últimas semanas de lo poco que llevo la cámara de fotos o el móvil conmigo. Adiós, tecnología. Quinto, para pensar en amigos que hacen fotos, en lo que habrían disfrutado (llamé al que vivía más cerca, el resto se lo tendrán que imaginar, si quieren).
Y bueno, en general me llevó a un montón de reflexiones indirectas. Pensé en Espe, el día que me preguntó si yo creía que sería posible ver un color que no fuera nada conocido. Canté mi canción "Colores de atardecer" y pensé en si mis canciones (o mi música) se considera o no religiosa o espiritual, pese a cantar pocas canciones de alabanza directa a Dios. Pensé en la cantidad de fotografías sosas, anodinas, aburridas, nicneříkající (que no dicen nada) que la gente publica como "mira quééééépasadafotoooooo"...
Sigo cambiando. A pequeños cambios sutiles, unos intencionales, otros fortuitos. No tengo fuerzas, o motivación, o circunstancias, para grandes cambios, pero me siento tan diferente, veo las cosas desde una perspectiva tan cambiada a veces, que me sorprende que nadie se percate (me sorprende... pero también me alegra). Y la perspectiva cambiada... pienso en términos musicales, o gráficos, o puramente abstractos, y muchas veces, como hoy, me tengo que forzar a verlo, a pensar, en palabras. Quizá me esté demenciando. O quizá sólo sea tan, pero tan otólico, que esté a punto de pasarme de vueltas y de convertirme en indefinible.
Como el azul al oeste.
Me ha servido este espectáculo para varias cosas (siempre tan pragmático, Jórgido, de verdad, qué asco). Primero, para escribir esta bitácora tan cursi. Segundo, para alegrarme de que el HP que casi me atropella en Hluboká saltándose un ceda (matrícula 1A4 00**, coche rojo) no consiguiera su objetivo... y alegrarme además de no haberle seguido y montádole un pollo, porque habría tenido un espectáculo diferente. Tercero, para comprobar por enésima vez que las gafas polarizantes no siempre producen mayores contrastes ni mejores colores (me acordé de ellas al cometer un pulgón suicidio contra mi ojo izquierdo... y francamente, mejor sin gafas). Cuarto, para sorprenderme una vez más en las últimas semanas de lo poco que llevo la cámara de fotos o el móvil conmigo. Adiós, tecnología. Quinto, para pensar en amigos que hacen fotos, en lo que habrían disfrutado (llamé al que vivía más cerca, el resto se lo tendrán que imaginar, si quieren).
Y bueno, en general me llevó a un montón de reflexiones indirectas. Pensé en Espe, el día que me preguntó si yo creía que sería posible ver un color que no fuera nada conocido. Canté mi canción "Colores de atardecer" y pensé en si mis canciones (o mi música) se considera o no religiosa o espiritual, pese a cantar pocas canciones de alabanza directa a Dios. Pensé en la cantidad de fotografías sosas, anodinas, aburridas, nicneříkající (que no dicen nada) que la gente publica como "mira quééééépasadafotoooooo"...
Sigo cambiando. A pequeños cambios sutiles, unos intencionales, otros fortuitos. No tengo fuerzas, o motivación, o circunstancias, para grandes cambios, pero me siento tan diferente, veo las cosas desde una perspectiva tan cambiada a veces, que me sorprende que nadie se percate (me sorprende... pero también me alegra). Y la perspectiva cambiada... pienso en términos musicales, o gráficos, o puramente abstractos, y muchas veces, como hoy, me tengo que forzar a verlo, a pensar, en palabras. Quizá me esté demenciando. O quizá sólo sea tan, pero tan otólico, que esté a punto de pasarme de vueltas y de convertirme en indefinible.
Como el azul al oeste.
Etiquetas:
amigos,
atardecer,
azul,
cambios,
colores,
conceptos,
definición,
fotos,
nubes,
ocaso,
otolio,
reflexiones,
tormenta
Suscribirse a:
Entradas (Atom)