sábado, 20 de septiembre de 2014

Tan azul, tan azul

Esa puesta de sol de hoy, sin sol, con nubes de tormenta, ha sido de las más merecedoras de ser grabadas, fotografiadas y recordadas. Increíble. De pronto, me vi observando colores que no sabía nombrar, ni siquiera por aproximación. hacia el este, las nubes tenían cierto componente de gris, pero también de sepia, y no eran ni un color ni el otro. Hacia el nordeste, una amplia gama de plomizos. Hacia el norte, lo habría llamado añil por su intensidad y su, permítanme, longitud de onda, si no hubiera sido por la imposible combinación con un tono pastel. Y hacia el oeste y noroeste, una nube de un tono uniforme, tan azul, pero tan, tan intensamente azul, que si Dios aprieta más la longitud de onda no habría sabido decir qué era el color que yo veía, porque ya como era tuve que pensármelo. Y vuelta al este, con esa gradación del cielo de fondo, desde un color que no era ni crema, ni salmón, ni ocre, ni sepia, ni amarillo, ni naranja, pero que podría haber confundido a alguien con prisa a definirlo con cualquiera de los que he mencionado; desde ese color, al gris plomizo, con toda la infinita gama intermedia; y sobre ese fondo, una nube alargada, blanca, tan sólida que parecía de cartón piedra, resaltando con valor propio y enfatizada con ese fondo difícilmente descriptible. Si lo que he visto hoy me lo hubieran enseñado en foto o en vídeo, habría echado pestes de los programas de arreglo de fotografías, por exagerarlo todo. Ya lo decía Julio Jaurena, que a veces llamamos horteras o exagerados a los artistas, pero sólo porque no recordamos el espectáculo (o no nos fijamos en él) que a veces nos ofrece la naturaleza.

Me ha servido este espectáculo para varias cosas (siempre tan pragmático, Jórgido, de verdad, qué asco). Primero, para escribir esta bitácora tan cursi. Segundo, para alegrarme de que el HP que casi me atropella en Hluboká saltándose un ceda (matrícula 1A4 00**, coche rojo) no consiguiera su objetivo... y alegrarme además de no haberle seguido y montádole un pollo, porque habría tenido un espectáculo diferente. Tercero, para comprobar por enésima vez que las gafas polarizantes no siempre producen mayores contrastes ni mejores colores (me acordé de ellas al cometer un pulgón suicidio contra mi ojo izquierdo... y francamente, mejor sin gafas). Cuarto, para sorprenderme una vez más en las últimas semanas de lo poco que llevo la cámara de fotos o el móvil conmigo. Adiós, tecnología. Quinto, para pensar en amigos que hacen fotos, en lo que habrían disfrutado (llamé al que vivía más cerca, el resto se lo tendrán que imaginar, si quieren).

Y bueno, en general me llevó a un montón de reflexiones indirectas. Pensé en Espe, el día que me preguntó si yo creía que sería posible ver un color que no fuera nada conocido. Canté mi canción "Colores de atardecer" y pensé en si mis canciones (o mi música) se considera o no religiosa o espiritual, pese a cantar pocas canciones de alabanza directa a Dios. Pensé en la cantidad de fotografías sosas, anodinas, aburridas, nicneříkající (que no dicen nada) que la gente publica como "mira quééééépasadafotoooooo"...

Sigo cambiando. A pequeños cambios sutiles, unos intencionales, otros fortuitos. No tengo fuerzas, o motivación, o circunstancias, para grandes cambios, pero me siento tan diferente, veo las cosas desde una perspectiva tan cambiada a veces, que me sorprende que nadie se percate (me sorprende... pero también me alegra). Y la perspectiva cambiada... pienso en términos musicales, o gráficos, o puramente abstractos, y muchas veces, como hoy, me tengo que forzar a verlo, a pensar, en palabras. Quizá me esté demenciando. O quizá sólo sea tan, pero tan otólico, que esté a punto de pasarme de vueltas y de convertirme en indefinible.

Como el azul al oeste.

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