Como cada año, cuando voy a España de vacaciones, veo de golpe todos los pequeños cambios que se han ido produciendo en la sociedad durante el año, algunos asomando, otros ya institucionalizados, otros en plena cúspide de moda pasajera que no se repetirá al verano siguiente.
Con la crisis, cada año era diferente. No necesariamente en este orden, hubo el año de la queja constante por todo y muchas veces sin fundamento (gente que se me quejaba de que no podían llevar el mismo ritmo de vida porque les habían quitado una de las dos pagas extras y les habían bajado el sueldo neto a 1.700 €... mira, vete a quejarte a otro). Hubo el año en el que la gente hacía comentarios crueles sobre todo aquel que estaba triste o que era diferente. Hubo el año de los piratas de la carretera. Hubo un verano en el que todo el mundo hacía comentarios sexuales, como si fuera el último verano folgable de la historia. Hubo un verano en el que, en Cantabria, muchos decían que mejor estarían unidos al País Vasco, para negar al verano siguiente haber dicho nada semejante o, incluso, la posibilidad de que ningún montañés pudiera decir eso en voz alta.
Divertido.
Lo que no es divertido es ver profundizarse la zanja entre las dos Españas. Siempre ha estado ahí, claro; pero es preocupante ver que te deja de hablar la gente en el momento en el que no quieres hablar de política; o que un lado acusa al otro justamente del mismo extremismo que él mismo practica. Derechas e izquierdas critican en los medios que se haga apología de su pasada a cuchillo, pero en los corralillos hablan igual que las publicaciones que no quieren leer. Va subiendo y subiendo el nivel de crispación y nadie quiere ver que todos están contribuyendo a ello, que todos ponen, no su granito de arena, sino su piedra de molino. Y sí, entiendo el enfado de toda la población, y entiendo la crispación de unos y otros. Y entiendo que, al sentirse todo el mundo impotente frente a las fechorías de la clase política, arremetan contra quien sí pueden: el otro. Lo entiendo, pero no quiero caer en lo mismo.
Y así, cuando yo no quiero hablar de politica ni escuchar peroratas cargadas de violencia hacia el otro, la gente me deja de hablar. O me atacan. Sólo por querer cambiar de tema. Algunos se sienten atacados y en mi silencio encuentran complicidad con el que llaman atacante, parece ser; pero no es eso. Y no creo que explicarlo sirva de nada.
No comprendo los ataques a cristianos ni a ateos. No comprendo los ataques a españolistas ni a catalanes. No comprendo los ataques a los heterosexuales ni a los homosexuales. No comprendo que a los políticos se les deje en paz mientras se amenaza al vecino, que es tan víctima de lo que sucede como el resto. No comprendo y hay un punto en el que dejo de entender o aceptar.
Este año, me he vuelto muy, muy triste de España.
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miércoles, 10 de agosto de 2016
lunes, 19 de noviembre de 2012
Por qué prefiero un concierto a un partido (entre otros motivos)
Un título un poco largo, quizá, considerando que no quiero hacer una entrada de bitácora demasiado larga... Advierto que esta entrada va dedicada a dos personas concretas, muy concretas.
En fin, que me gusta ir a los conciertos, porque puedes comentar la jugada, disfrutas con lo que ves o sufres, hay veces que no sabes cómo va a acabar aquello, en inglés, en checo, en alemán se refieren a lo que hacen en el escenario con el mismo verbo que utilizan para lo que se hace en un campo de juego (play, hrát, spielen)...
Hay muchos motivos por los que prefiero un concierto a un partido. Mientras estábamos viendo el partido ayer, los diez minutos de mi vida que desperdicié, no pude evitar recordar mis pinitos en el tenis o el squash o las palas o el ping-pong (de los cuales, el único que se me ha dado bien alguna vez fue el tenis). El que haya jugado a cualquiera de ellos, sabe que cuando uno no llega a la pelota, puede ser por varios motivos, entre otros:
Pero quién sabe, lo mismo me equivoco. Peores fueron los comentarios de mis compañeros de salón, carentes totalmente de objetividad, como si supusiera denigrarse el decir la verdad de un deportista, compatriota o no, bueno o malo. Y uno no puede abrir la boca para decir que esa pelota sí que fue buena, y no las que celebraban con anterioridad, porque se te ríen y que tú no entiendes.
Nadie entiende el deporte, según el resto. Y nadie entiende la música según uno mismo. Vas a un partido, y opines lo que opines, se te reirán de ti los que opinen algo diferente, o se enfadarán contigo, o reaccionarán de cualquier otra forma que ponga de manifiesto su complejo de inferioridad. Vas a un concierto y cualquier cosa que opines es válida, porque es tu derecho cómo percibas la música, si te gusta o no y qué parte te gusta, si prefieres la forma en la que interpreta algo una persona u otra. El que se riera de tu opinión sería gilipollas, y como todo el mundo lo sabe, nadie lo hace.
Hay mucha gente que va a los partidos como se va a los conciertos. La pena es que suelen quedarse callados por la cuenta que les trae. A mí me encantaría ver un partido en silencio. Eso sí, un buen partido, como los que dicen que fueron el viernes y el sábado. Porque, querido y simplísimo ríesedetodo, hay mucha gente que me ha comentado ya hoy que lo de ayer fue una vergüenza. Y si te ríes de mí porque no entiendo, discúlpame que no sea [.ti.ri.ro.ra.] y que haya hecho más en el mundo del tenis que hablar de ello.
Entre que te animas a sacarte la corrosión del cuerpo, jugar un partido y demostrarme que me equivoco, ¿por qué no te vienes a un concierto?
En fin, que me gusta ir a los conciertos, porque puedes comentar la jugada, disfrutas con lo que ves o sufres, hay veces que no sabes cómo va a acabar aquello, en inglés, en checo, en alemán se refieren a lo que hacen en el escenario con el mismo verbo que utilizan para lo que se hace en un campo de juego (play, hrát, spielen)...
Hay muchos motivos por los que prefiero un concierto a un partido. Mientras estábamos viendo el partido ayer, los diez minutos de mi vida que desperdicié, no pude evitar recordar mis pinitos en el tenis o el squash o las palas o el ping-pong (de los cuales, el único que se me ha dado bien alguna vez fue el tenis). El que haya jugado a cualquiera de ellos, sabe que cuando uno no llega a la pelota, puede ser por varios motivos, entre otros:
- porque no hay tiempo para llegar
- porque no reacciona a tiempo
- porque está reventado
- porque teme reventarse
- porque quiere regalarle la pelota o el punto al contrario.
Pero quién sabe, lo mismo me equivoco. Peores fueron los comentarios de mis compañeros de salón, carentes totalmente de objetividad, como si supusiera denigrarse el decir la verdad de un deportista, compatriota o no, bueno o malo. Y uno no puede abrir la boca para decir que esa pelota sí que fue buena, y no las que celebraban con anterioridad, porque se te ríen y que tú no entiendes.
Nadie entiende el deporte, según el resto. Y nadie entiende la música según uno mismo. Vas a un partido, y opines lo que opines, se te reirán de ti los que opinen algo diferente, o se enfadarán contigo, o reaccionarán de cualquier otra forma que ponga de manifiesto su complejo de inferioridad. Vas a un concierto y cualquier cosa que opines es válida, porque es tu derecho cómo percibas la música, si te gusta o no y qué parte te gusta, si prefieres la forma en la que interpreta algo una persona u otra. El que se riera de tu opinión sería gilipollas, y como todo el mundo lo sabe, nadie lo hace.
Hay mucha gente que va a los partidos como se va a los conciertos. La pena es que suelen quedarse callados por la cuenta que les trae. A mí me encantaría ver un partido en silencio. Eso sí, un buen partido, como los que dicen que fueron el viernes y el sábado. Porque, querido y simplísimo ríesedetodo, hay mucha gente que me ha comentado ya hoy que lo de ayer fue una vergüenza. Y si te ríes de mí porque no entiendo, discúlpame que no sea [.ti.ri.ro.ra.] y que haya hecho más en el mundo del tenis que hablar de ello.
Entre que te animas a sacarte la corrosión del cuerpo, jugar un partido y demostrarme que me equivoco, ¿por qué no te vienes a un concierto?
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