miércoles, 10 de agosto de 2016

Las dos Españas

Como cada año, cuando voy a España de vacaciones, veo de golpe todos los pequeños cambios que se han ido produciendo en la sociedad durante el año, algunos asomando, otros ya institucionalizados, otros en plena cúspide de moda pasajera que no se repetirá al verano siguiente.

Con la crisis, cada año era diferente. No necesariamente en este orden, hubo el año de la queja constante por todo y muchas veces sin fundamento (gente que se me quejaba de que no podían llevar el mismo ritmo de vida porque les habían quitado una de las dos pagas extras y les habían bajado el sueldo neto a 1.700 €... mira, vete a quejarte a otro). Hubo el año en el que la gente hacía comentarios crueles sobre todo aquel que estaba triste o que era diferente. Hubo el año de los piratas de la carretera. Hubo un verano en el que todo el mundo hacía comentarios sexuales, como si fuera el último verano folgable de la historia. Hubo un verano en el que, en Cantabria, muchos decían que mejor estarían unidos al País Vasco, para negar al verano siguiente haber dicho nada semejante o, incluso, la posibilidad de que ningún montañés pudiera decir eso en voz alta.

Divertido.

Lo que no es divertido es ver profundizarse la zanja entre las dos Españas. Siempre ha estado ahí, claro; pero es preocupante ver que te deja de hablar la gente en el momento en el que no quieres hablar de política; o que un lado acusa al otro justamente del mismo extremismo que él mismo practica. Derechas e izquierdas critican en los medios que se haga apología de su pasada a cuchillo, pero en los corralillos hablan igual que las publicaciones que no quieren leer. Va subiendo y subiendo el nivel de crispación y nadie quiere ver que todos están contribuyendo a ello, que todos ponen, no su granito de arena, sino su piedra de molino. Y sí, entiendo el enfado de toda la población, y entiendo la crispación de unos y otros. Y entiendo que, al sentirse todo el mundo impotente frente a las fechorías de la clase política, arremetan contra quien sí pueden: el otro. Lo entiendo, pero no quiero caer en lo mismo.

Y así, cuando yo no quiero hablar de politica ni escuchar peroratas cargadas de violencia hacia el otro, la gente me deja de hablar. O me atacan. Sólo por querer cambiar de tema. Algunos se sienten atacados y en mi silencio encuentran complicidad con el que llaman atacante, parece ser; pero no es eso. Y no creo que explicarlo sirva de nada.

No comprendo los ataques a cristianos ni a ateos. No comprendo los ataques a españolistas ni a catalanes. No comprendo los ataques a los heterosexuales ni a los homosexuales. No comprendo que a los políticos se les deje en paz mientras se amenaza al vecino, que es tan víctima de lo que sucede como el resto. No comprendo y hay un punto en el que dejo de entender o aceptar.

Este año, me he vuelto muy, muy triste de España.

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