A veces me pierdo en las cosas que he hecho en esta vida. Supongo que eso le pase a todo el mundo: uno trabaja de varias cosas, prueba varios estudios, viaja a multitud de sitios y, llegados a un punto, confunde los sueños con la historia y a ésta con aquéllos. Y te llega una primavera a destiempo que te llena el cuerpo de sofocos despistados, que no saben que ni eres mujer ni tienes edad para tal incordio, y te preguntas si, en definitiva, no habrás llegado a "esa" edad y no habrás dejado demasiado atrás todas aquellas cosas que hacen una vida interesante.
Demasiado, demasiado lejos quedan los tiempos de la Tribu, los cursillos de cómic, las visitas a Radio Vaguada, la meteorología de aficionado, el año en Cruz Roja, el aprendizaje de la guitarra, los estudios de empresas, los de Magisterio, los de música, los de idiomas, y los conciertos con los que me pagaba todos ellos; las infinitas y eternas excursiones de montaña, la cabeza rapada, las fiestas en la playa, la exploración de grutas, mis novelas, mi disco, la casa en el Sardinero, la vida en familia, el trabajo en el almacén, la ayuda en la hierba, el esquí, el tenis, los miles de kilómetros en bici, los meses con la abuelita, los fines de semana con amigos al ordenador, los fanzines, el Método Silva, la hipnosis, la magia, el APVI, el Erasmus, la primera tertulia y todas las cosas de las que hoy no me acuerdo pero que recordaba la semana pasada, cuando, para variar, no recordaba las que acabo de escribir.
Y uno tiene tendencia, como digo, a creer que lo mejor ya ha sido vivido, que la vida acaba a los 30, porque después de todo, los buenos siempre se van pronto (sic) y los buenísimos la diñan como tarde a los 28 (resic); que este octenio y medio de rutina hace la vida menos intensa, menos interesante, menos digna de ser vivida o de ser contada; que uno ya tiene un pie en la tumba, aunque le queden cinco lustros largos para jubilarse; y que ya tiene la mente jubilada, para el caso.
Hasta que llega un segundo de lucidez sin sofocos y coincide que uno se da cuenta de que cada curso escolar es diferente y no da tiempo ni lugar a aburrirse; y, además, ve esa foto en la que está con la gente del cursillo de kinesiología o la del de grafología; o se encuentra las partituras de clase de guitarra; y escucha sus últimas composiciones, ésas que, como mis sobrinas, aún no tienen un año de vida y, las unas como las otras, ya prometen; o le contacta gente de esa tertulia que mantuvo durante cinco años, de su página web y de todos los proyectos involucrados; de las clases de niños, de la conversación de adultos. Y piensa en la calidad del tiempo, y que ahora hablamos más por teléfono, y puedo pasar más tiempo con la familia, consanguínea o adoptada; pienso en todos los viajes realizados por media Europa, sólo o en compañía; en mi primer libro publicado, en todos los que he terminado, en los dibujos y cuadros pintados, en la fotografía digital, en los estudios de Psicopedagogía, en los de Composición musical, en el squash, en los nuevos amigos que he hecho, en los que he recuperado, en los que NOS hemos mantenido mutuamente; en los descubrimientos de Física, como que Ve/m no es ningún máximo absoluto; y muchas otras cosas que no menciono, entre otras cosas porque muchas no me atañen sólo a mí y temo pecar de indiscreto...
Y quizá haya bajado el ritmo de vida; un ritmo que, en cualquier caso, me habría matado ya hace años de no haberlo bajado a tiempo. Luego no "quizá haya", sino "claro que he". ¡Y qué! (primer punto). Como contrapartida, segundo punto, tengo una calidad de vida mucho mejor. Mi vida no es más intensa en cantidad de eventos, sino en la calidad y profundidad de éstos. Con el "agravante" (tercer punto) de que no encuentro que mi vida haya sido tan aburrida desde los 30 hasta hoy. Quizá haya sido menos "diferente", menos original, menos edadelpávica, menos extravagante, más convencional en muchos sentidos.
Quizá, en estos ocho últimos años, haya hecho muchas menos cosas que en los treinta anteriores.
Suena lógico. Y suena bien. Que uno ya no tiene 20 años. Ni ganas. La vida de los 20, para el que los tenga. Yo disfrutaré lo que me queda de treintañez, hasta que lleguen sofocos peores, que también traerán consigo algo nuevo que disfrutar y otra forma de intensificar la vida. Nuevos retos, nuevas metas, nuevos logros. El futuro está lleno de presentes (y la ambigüedad es intencional), envueltos en un papel de misterio, a veces de amenaza, pero siempre acertados. O aciertatresocuatro (para los acertadiez, querida vida, recuerda, ya no tengo 20 años ni ganas... las sorpresas, de pocas en pocas, gracias, un besote).
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