En algunas versiones de los diez mandamientos, no aparece el "No mentirás" que tenemos todos tan asumido, sino "No dirás falso testimonio" o "No calumniarás a tu prójimo". Algo en esa línea, vamos. Que puedes decir una mentira piadosa. Que puedes mentirte a ti mismo. Llevado al extremo que presenta Sam Harris, que, admitiendo la posibilidad de matar a alguien en defensa propia, también puedes decir una mentira para escapar de un peligro inminente. Y no pasa tanto.
Y yo hoy me preguntaba por qué cierta persona me negó ayer el saludo... vamos, que directamente ignoró mi presencia. Sin ir a nombres, resulta que dicha persona está en una relación destructiva. Y resulta que su pareja, el agente de destrucción ajena, sabe que yo tengo su esencia calada. Por tanto, teme que me meta en un juego en el que no pensaba meterme (ni creo que lo haga). Ese temor, en alguien que miente más que habla, probablemente produzca un único tipo de conducta: la mentira. Ahora bien, quien provoca ese temor, en sus ojos, no es su reprobable actitud, sino el que alguien pueda levantar la tapa. Hay que impedir que la tapa quiera ser levantada. Hay que conseguir que la tapa huya de la mano antes de que la mano siquiera se acerque, con la intención que sea.
Es lógico. Es harto probable. Sin embargo, no tiene por qué ser cierto. O no todavía.
Hay que conseguir que el otro parezca alguien inferior a quien uno es. Lo vamos a transformar en sub-ego. Su calidad humana no nos llega a la altura del betún, y es mejor que no le hables. Que te enfades con él antes de decir jau. Que lo evites.
Eso se puede conseguir también con un super-otro. Un superhombre que nos viene de perlas. Hace años, una chica de nuestra Tribu se puso a salir con un compañero mío de mili. Hasta ahí, nada de particular. Sabíamos que él había tenido una novia, parece ser que lo habían dejado, etcétera, nunca la conocimos en persona (véase mi bitácora anterior y reflexiónese sobre el cuán en serio te tomas una relación, si no estás por presentar tu pareja a tus amigos y familiares). El caso es que nuestra amiga y mi compañero comenzaron a verse más a solas y menos con el resto de nosotros, que seguimos haciendo nuestra vida, sin más.
Un tiempo después (tiempo de aquéllos, en que las semanas eran como nuestros años de hoy) conocimos a dos chicas. Muy, muy majas. Quedamos una vez, y otra, y una más, ya salían con nosotros, lo pasábamos muy bien charlando, bailando, todo muy inocente y, hasta cierto punto, superficial. Mas hete aquí que, un día, coincidimos con un conocido común. Otro compi de mili. Una de las chicas, de pronto, me dijo
—Así que tú eres el famoso Jorge, después de todo...
—¿Qué famoso Jorge?
—El amigo de (mi compañero de mili). Te imaginaba totalmente diferente. Si supieras cómo habla de ti, que si Jorge hace esto, que si Jorge hace lo otro, Jorge es maravilloso, no puedo quedar contigo porque he quedado con mi amigo Súper Jorge... No te haces idea de lo que yo odiaba al Jorge que me presentaba.
Sí, puede que mi ego engordara. Pero aquello no era más que una mentira. Y supongo que se ve clara su finalidad. La chica ató cabos rápidamente. Nosotros aún no sabíamos nada.
—Así que vuestra amiga "Y", ésa a la que aún no conozco porque está siempre con su novio... ése con el que está saliendo... es mi novio —concluyó la chica.
Hay varias diferencias entre los dos casos que presento. El primero, en esta ocasión, es sólo un temor mío, una sospecha, fundada tan sólo en mi conocimiento de los actores... y en haber visto suceder algo parecido en múltiples ocasiones, ya que es lo más fácil: poner al otro pingando. El segundo caso es un hecho, y es relativamente menos frecuente: conseguir que odien y eviten a alguien a través de elogiar a ese alguien. Por otro lado, ambos casos coinciden en que, para elaborar la imagen ficticia del otro,
uno bien puede basarse tan sólo en los fragmentos adecuados de la verdad.
Vamos, que para qué decir mentiras, si se puede engañar con hechos parciales.
Presentar a otro como un super-otro puede crear una figura abstracta odiosa a la que los demás no quieran conocer. No hace falta poner al otro a bajar de un burro: nuestra mentira nos estará encaminando a nuestro objetivo — que, como en el primer caso, está ligado a un ligue de temporada.
Pero el que es mentiroso no cambia. Al menos, yo no creo que lo haga. No digo que alguien no necesite mentir en un momento dado de su vida, o una temporada; no es lo mismo mentir que ser mentiroso, al igual que no es lo mismo tener el pelo rubio y ser rubio (por citar un color). Y hasta ahí, nada en particular: miente lo que quieras sobre tu vida, sobre tus sueños, sobre tus hechos, sobre tus habilidades. Si es pecado o no, la mayoría de eso no será delito salvo que estés declarando en un juicio. Pero mi reputación, en positivo o en negativo, déjala tranquila—porque la calumnia es pecado y es delito. Y no creo que esa coincidencia sea casualidad.
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miércoles, 20 de abril de 2016
Otro de mentiras: de superotros y subegos.
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domingo, 21 de diciembre de 2014
De hechos y hacedores
Una de las cosas que me gustaría hacer de forma automática y que aún no he aprendido bien es a juzgar los hechos, y no a los hacedores. O, en terminología cristiana, el pecado y no al pecador.
No, no me considero cristiano ya desde hace unos cuantos años. Eso no significa que no admire ni tome como ejemplo la figura de Jesús de Nazaret, que me parece un patrón de conducta muy bueno. Y así, cuando oigo comentarios sobre la matanza en Pakistán, me pregunto qué habría dicho Él. Supongo que si dijera aquello de "el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra", lo habrían linchado.
Y lo cierto es que algunos comentarios en algunas conversaciones me han llevado a pensar acerca de cuán libre de pecado estoy yo. Dicho de otro modo: ¿cuántos niños inocentes mueren en el mundo por mi culpa? Claro, yo no ordeno ninguna matanza ni aprieto ningún gatillo; pero tanto desde la perspectiva de un existencialismo cancriano ("seguro que es culpa mía") como desde la de un bagaje cultural católico ("pecar por omisión"), desde el momento en el que obre en mi poder el conocimiento de mi parte de culpa, el no hacer nada me convertirá en cómplice.
Sí, condeno la matanza. Sí, aunque no soy juez ni soy Dios, condeno a los carniceros. ¿Contento, querido lector? Sin peros ni aunques ni sinembargos ni noobstantes.
Además, quiero confesarme.
Hoy estaba pensando en comprarme una cámara digital nueva. Supongo que nadie espera que justifique esta decisión, porque en nuestra sociedad actual, querer es adquirir y punto. Nuevamente, un deje cancriano me lleva a explicarme: que si tengo un proyecto publicable en mente, que si mi cámara vieja está para el arrastre, que si trabajo mucho y tengo derecho a darme un capricho, etc. Ahora bien, durante la comida salió el tema y salió la acusación y el veredicto (con el que estoy de acuerdo). Otólicamente hablando, el juzgar un hecho me lleva, necesaria y moralmente, a analizar hasta qué punto no estaré yo cayendo en lo mismo. Y pensé en la cámara de fotos, y en su digitalidad, y en que esa digitalidad está basada en componentes electrónicos, a su vez basados en coltán, y que el negocio del coltán está, a su vez, basado en el Congo, provocando una guerra que lleva varios millones de muertos y ni se sabe de refugiados...
Éste es el conocimiento de mi parte de culpa. No necesito una cámara nueva. Mi derecho a un capricho no puede quedar por encima del derecho de otros a una vida tranquila y segura, o de su mero derecho a seguir vivos.
¿Estoy exagerando? ¿Llevando las cosas a un extremo? Quizá. Yo no voy a juzgar a quien se quiera comprar todos los cachivaches electrónicos que le plazca, sin pensar de dónde vienen ni qué consecuencias tiene para otros seres humanos, renovando su parque electrónico al ritmo de todas las modas. El hecho, en sí, sí que lo juzgo: me parece demasiado inmoral para tener cabida en mi vida. El que lo quiera hacer, que lo haga. No creo que una persona sea inmoral por hacer algo inmoral: todos cometemos errores, y algunos son muy gordos. Quizá sea "amoral en ese aspecto". O no. No me interesa. Me interesa tan sólo cómo afecta esto a mi vida.
Tanta y tanta gente se queja de que sus niños juegan con móviles y con consolas y con tabletas y con drones y con la madre electrónica que los parió. Y como el victimismo mola, les compran más y más, para poder quejarse todavía más. No quieren saber. Están en su derecho. Yo tampoco quiero escuchar victimismos y estoy en mi derecho. Dame un victimismo y te daré conocimiento. No te llamaré inmoral, pero tú me llamarás radical, pese a que yo te dejo vivir como tú quieres y sólo me defiendo de tu lenguaje negativo.
Es una pena que no hables la lengua de Cervantes. Quién sabe. Igual este texto sirve para abrirle a alguien los ojos. O para que yo me dé cuenta de que estoy equivocado de principio a fin.
De momento, ya he sacado el cubo de la basura y puedo ponerme a trabajar en algo más entretenido y más positivo.
No, no me considero cristiano ya desde hace unos cuantos años. Eso no significa que no admire ni tome como ejemplo la figura de Jesús de Nazaret, que me parece un patrón de conducta muy bueno. Y así, cuando oigo comentarios sobre la matanza en Pakistán, me pregunto qué habría dicho Él. Supongo que si dijera aquello de "el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra", lo habrían linchado.
Y lo cierto es que algunos comentarios en algunas conversaciones me han llevado a pensar acerca de cuán libre de pecado estoy yo. Dicho de otro modo: ¿cuántos niños inocentes mueren en el mundo por mi culpa? Claro, yo no ordeno ninguna matanza ni aprieto ningún gatillo; pero tanto desde la perspectiva de un existencialismo cancriano ("seguro que es culpa mía") como desde la de un bagaje cultural católico ("pecar por omisión"), desde el momento en el que obre en mi poder el conocimiento de mi parte de culpa, el no hacer nada me convertirá en cómplice.
Sí, condeno la matanza. Sí, aunque no soy juez ni soy Dios, condeno a los carniceros. ¿Contento, querido lector? Sin peros ni aunques ni sinembargos ni noobstantes.
Además, quiero confesarme.
Hoy estaba pensando en comprarme una cámara digital nueva. Supongo que nadie espera que justifique esta decisión, porque en nuestra sociedad actual, querer es adquirir y punto. Nuevamente, un deje cancriano me lleva a explicarme: que si tengo un proyecto publicable en mente, que si mi cámara vieja está para el arrastre, que si trabajo mucho y tengo derecho a darme un capricho, etc. Ahora bien, durante la comida salió el tema y salió la acusación y el veredicto (con el que estoy de acuerdo). Otólicamente hablando, el juzgar un hecho me lleva, necesaria y moralmente, a analizar hasta qué punto no estaré yo cayendo en lo mismo. Y pensé en la cámara de fotos, y en su digitalidad, y en que esa digitalidad está basada en componentes electrónicos, a su vez basados en coltán, y que el negocio del coltán está, a su vez, basado en el Congo, provocando una guerra que lleva varios millones de muertos y ni se sabe de refugiados...
Éste es el conocimiento de mi parte de culpa. No necesito una cámara nueva. Mi derecho a un capricho no puede quedar por encima del derecho de otros a una vida tranquila y segura, o de su mero derecho a seguir vivos.
¿Estoy exagerando? ¿Llevando las cosas a un extremo? Quizá. Yo no voy a juzgar a quien se quiera comprar todos los cachivaches electrónicos que le plazca, sin pensar de dónde vienen ni qué consecuencias tiene para otros seres humanos, renovando su parque electrónico al ritmo de todas las modas. El hecho, en sí, sí que lo juzgo: me parece demasiado inmoral para tener cabida en mi vida. El que lo quiera hacer, que lo haga. No creo que una persona sea inmoral por hacer algo inmoral: todos cometemos errores, y algunos son muy gordos. Quizá sea "amoral en ese aspecto". O no. No me interesa. Me interesa tan sólo cómo afecta esto a mi vida.
Tanta y tanta gente se queja de que sus niños juegan con móviles y con consolas y con tabletas y con drones y con la madre electrónica que los parió. Y como el victimismo mola, les compran más y más, para poder quejarse todavía más. No quieren saber. Están en su derecho. Yo tampoco quiero escuchar victimismos y estoy en mi derecho. Dame un victimismo y te daré conocimiento. No te llamaré inmoral, pero tú me llamarás radical, pese a que yo te dejo vivir como tú quieres y sólo me defiendo de tu lenguaje negativo.
Es una pena que no hables la lengua de Cervantes. Quién sabe. Igual este texto sirve para abrirle a alguien los ojos. O para que yo me dé cuenta de que estoy equivocado de principio a fin.
De momento, ya he sacado el cubo de la basura y puedo ponerme a trabajar en algo más entretenido y más positivo.
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