domingo, 21 de diciembre de 2014

De hechos y hacedores

Una de las cosas que me gustaría hacer de forma automática y que aún no he aprendido bien es a juzgar los hechos, y no a los hacedores. O, en terminología cristiana, el pecado y no al pecador.

No, no me considero cristiano ya desde hace unos cuantos años. Eso no significa que no admire ni tome como ejemplo la figura de Jesús de Nazaret, que me parece un patrón de conducta muy bueno. Y así, cuando oigo comentarios sobre la matanza en Pakistán, me pregunto qué habría dicho Él. Supongo que si dijera aquello de "el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra", lo habrían linchado.

Y lo cierto es que algunos comentarios en algunas conversaciones me han llevado a pensar acerca de cuán libre de pecado estoy yo. Dicho de otro modo: ¿cuántos niños inocentes mueren en el mundo por mi culpa? Claro, yo no ordeno ninguna matanza ni aprieto ningún gatillo; pero tanto desde la perspectiva de un existencialismo cancriano ("seguro que es culpa mía") como desde la de un bagaje cultural católico ("pecar por omisión"), desde el momento en el que obre en mi poder el conocimiento de mi parte de culpa, el no hacer nada me convertirá en cómplice.

Sí, condeno la matanza. Sí, aunque no soy juez ni soy Dios, condeno a los carniceros. ¿Contento, querido lector? Sin peros ni aunques ni sinembargos ni noobstantes.

Además, quiero confesarme.

Hoy estaba pensando en comprarme una cámara digital nueva. Supongo que nadie espera que justifique esta decisión, porque en nuestra sociedad actual, querer es adquirir y punto. Nuevamente, un deje cancriano me lleva a explicarme: que si tengo un proyecto publicable en mente, que si mi cámara vieja está para el arrastre, que si trabajo mucho y tengo derecho a darme un capricho, etc. Ahora bien, durante la comida salió el tema y salió la acusación y el veredicto (con el que estoy de acuerdo). Otólicamente hablando, el juzgar un hecho me lleva, necesaria y moralmente, a analizar hasta qué punto no estaré yo cayendo en lo mismo. Y pensé en la cámara de fotos, y en su digitalidad, y en que esa digitalidad está basada en componentes electrónicos, a su vez basados en coltán, y que el negocio del coltán está, a su vez, basado en el Congo, provocando una guerra que lleva varios millones de muertos y ni se sabe de refugiados...

Éste es el conocimiento de mi parte de culpa. No necesito una cámara nueva. Mi derecho a un capricho no puede quedar por encima del derecho de otros a una vida tranquila y segura, o de su mero derecho a seguir vivos.

¿Estoy exagerando? ¿Llevando las cosas a un extremo? Quizá. Yo no voy a juzgar a quien se quiera comprar todos los cachivaches electrónicos que le plazca, sin pensar de dónde vienen ni qué consecuencias tiene para otros seres humanos, renovando su parque electrónico al ritmo de todas las modas. El hecho, en sí, sí que lo juzgo: me parece demasiado inmoral para tener cabida en mi vida. El que lo quiera hacer, que lo haga. No creo que una persona sea inmoral por hacer algo inmoral: todos cometemos errores, y algunos son muy gordos. Quizá sea "amoral en ese aspecto". O no. No me interesa. Me interesa tan sólo cómo afecta esto a mi vida.

Tanta y tanta gente se queja de que sus niños juegan con móviles y con consolas y con tabletas y con drones y con la madre electrónica que los parió. Y como el victimismo mola, les compran más y más, para poder quejarse todavía más. No quieren saber. Están en su derecho. Yo tampoco quiero escuchar victimismos y estoy en mi derecho. Dame un victimismo y te daré conocimiento. No te llamaré inmoral, pero tú me llamarás radical, pese a que yo te dejo vivir como tú quieres y sólo me defiendo de tu lenguaje negativo.

Es una pena que no hables la lengua de Cervantes. Quién sabe. Igual este texto sirve para abrirle a alguien los ojos. O para que yo me dé cuenta de que estoy equivocado de principio a fin.

De momento, ya he sacado el cubo de la basura y puedo ponerme a trabajar en algo más entretenido y más positivo.

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