martes, 22 de noviembre de 2022

Fútbol y porno

Si me preguntaran que qué me parece peor, diría que ver porno a ver fútbol. La industria del porno medra en la esclavitud, en la explotación de “minorías” o grupos tratados como tales. Los derechos humanos no se protegen, más bien se violan con harta frecuencia. Se obliga a personas (por necesidad económica, con amenazas, con engaños) a hacer algo que su moral, en otras circunstancias, no le permitiría ni plantearse. Claro, también hay aficionados que graban sus vídeos con afán exhibicionista, pero eso no es la industria del porno. No hay color.

Recuerdo cuando hice la mili. Uno de nuestro reemplazo se pasaba el día viendo películas porno en la sala de la tele. Había allí gente de muy diversos entornos, gente con estudios y sin ellos, gente de ciudad y de campo, gente religiosa y gente atea, gente más intelectual y gente más práctica, etc. Algunos mostraron curiosidad por esas películas, otros no, pero en breve nadie más que aquel tipo estaba en el cuarto de la tele, y el resto rehuíamos el cuarto. Teníamos menos de 20 años, o sea, que no estábamos de vuelta de todo: aquello no era una afición ni algo de lo que jactarse. De hecho, aunque conozco a gente que no tiene problemas en decir que ven porno, lo más frecuente es no hablar del tema—y, sobre todo, es sumamente raro encontrarse con alguien que presuma de verlo (no digamos ya de verlo regularmente). Hay gente que dice que lo ve, gente que dice que no lo ve, gente que no habla del tema, gente que agacha la cabeza, gente que lo dice sin un pestañeo, pero ¿que presuman? Los habrá y muchos. Yo me he encontrado poquitos. “¿Qué aficiones tienes?” “Yo, ver porno, ¿y tú?”. “Ah, ejem. Bueno, yo pasear y coleccionar sellos”.

Y es que, por tabú o porque, en el fondo, pensamos que ver porno no es una actividad deseable o recomendable, aunque sólo sea porque, oye, la realidad mola más.

Pero volvamos al fútbol.

La realidad mola más. Mira, no me gusta el fútbol, pero quedar con los amigos para ver un partido puede tener su aquél. O cuando era joven, quedar para ver a mis amigos jugando, o dar alguna pataduca. Haces deporte, fortaleces lazos de amistad, desarrollas habilidades, tomas el aire, te enfadas y se te pasa, te ríes, reúnes experiencias, aprendes a trabajar en equipo, mejoras tu capacidad de sacrificio, elevas el umbral del dolor... Que no me guste el fútbol no significa que no le reconozca un montón de virtudes. “¿Qué aficiones tienes?” “Yo, jugar al fútbol, ¿te animas?”. Mira, prefiero una invitación a jugar (aunque no la acepte) que una a ver una peli porno. Prefiero ver un partido, ya ves: aunque el partido me deje frío, estar con amigos sí me gusta. Además, un gol del equipo que se favorezca es una alegría compartida, y nunca hay suficientes de ésas. Que vamos, prefiero otras alegrías, pero oye... a falta de pan, un partido.

Pero hay partidos y partidos. Y hay ocasiones en las que el fútbol es como el porno.

Criticaba del porno que medra en la esclavitud, en violaciones de derechos humanos y que obliga a las personas a actuar en contra de sus convicciones morales. Si lo que denuncian las organizaciones humanitarias en Qatar son hechos reales, entonces el mundial del fútbol de Qatar comparte aspectos denostables del porno. “¡Uy, Jorge, por favor, no compares!”. Tarde. Ya he comparado y lo voy a seguir haciendo. Pero igual me quieren interrumpir con otro absurdo: “Haz el favor y no mezcles el fútbol con la política”. No, yo no lo mezclo. Lo han mezclado en Qatar. El porno es algo de lo que, probablemente, sigamos avergonzándonos se presente como se presente. Sin embargo, el gobierno qatarí está aprovechando el fútbol para validar un mensaje político de represión de la mujer, de violaciones de derechos humanos, de limitación de la libertad de expresión, de explotación de esclavos. Si un futbolista quiere ir de la mano de una pareja masculina, o si un cis heteronormativo quiere llevar una pulsera con la bandera arcoíris, no pueden porque les pueden descalificar: su necesidad económica les puede forzar a tomar decisiones que, en otro contexto, les parecerían moralmente inadecuadas. Pero hay que comer y hay que alimentar a la familia. O hay que volver sano y salvo al propio país. Entre tanto, hay que dar un espectáculo y morderse la lengua, porque la FIFA y Qatar son quienes pinchan y cortan, con el beneplácito de millones de aficionados que prefieren no pensar.

No, no estoy defendiendo el porno. Muestra unas relaciones ficticias. Crea inseguridades. Es muy dañino para el individuo. Es malo para la sociedad. ¿Y el mundial de Qatar? Está consiguiendo (ya ha conseguido) algo que el porno no conseguiría, y es que gente que sabe del abuso que se produce, en masa, confronten a amigos, conocidos, familiares y al mundo entero, negándoles el derecho a criticar lo que a ellos les produce diversión. Repito: no es un individuo quien lo dice, sino grupos enteros. Como divierte a muchos y viene avalado por una institución tan importante como la FIFA, hay que ignorar los abusos. Los estudiantes no prestan atención en clase porque están mirando resultados en el móvil y los profesores lo disculpan porque “es el mundial”. Misco. Este mundial es una lavada de cara política y pretender que no mezclemos el fútbol con la política es una movida de portería en un juego en el que el fútbol y la política ya venían mezclados desde antes del primer toque de silbato.

Si una persona joven me preguntara que qué es peor, si ver porno o ver fútbol, yo preguntaría a mi vez que qué clase de pregunta es ésa, y que no hay duda, el porno es malo, el fútbol no. Pero si tengo que decidir entre recomendarles el mundial de Qatar o el porno, francamente, que se vayan a pasear.

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