martes, 28 de enero de 2020

Yo estaba en contra del aborto

Yo estaba en contra del aborto. Gracias a Pepita (nombre ficticio o no), se me ha producido un cambio en la forma de ver algunas cosas.

Para explicar qué ha cambiado, tendría que explicar primero cuál era mi punto de partida. Creo que era uno bastante sólido y moderado a la vez, perfecto para que me cayeran tortas de todas las direcciones, y que se quedó en bitácora frustrada. Veamos. Para empezar, yo pensaba en un principio de reversibilidad (o, como yo lo llamaba entonces, “prudencia frente a lo irreparable”): mientras que para algunos lo irreversible es tener un hijo, eso sería “reparable” o reversible en una sociedad que permitiere matar al hijo en cualquier momento futurible, pero una vez muerto, ninguna sociedad, permisiva o autoritaria, podrá devolver la vida a ese ser. Con esto, ni acusaba ni acuso a nadie, sólamente apunto a un hecho que a mí, en varias ocasiones no relacionadas con este tema, me ha ayudado a tomar una decisión u otra—y sí, a veces he tomado la decisión irreversible. Pero eso es otro tema.

Por otro lado, siempre me he sentido reacio a calificar al aborto de asesinato, y en ese sentido, poco ha cambiado, porque si hay un asesinato, entonces tendríamos que encontrar y juzgar al asesino, y a mí no me toca ser juez, “no juzguéis y no seréis juzgados”.

La cosa se complica cuando entramos en mi sistema de creencias. Todos tenemos que comer. Para comer, salvo que comamos frutas sin pepitas, hojas o tallos de plantas, huevos sin gallar y leche o sus derivados, tenemos que interrumpir vidas, sea matándolas activamente (cociendo unas alubias que podrían crecer) o de forma pasiva (saca a un pez del agua), de forma directa (yo corto las patatas) o indirecta (me matan al ternero). Me resulta incómodo matar para comer, pero mira, me gusta vivir, y no he encontrado otra solución. Nuevamente, esto me llevaría a otro tema que se merece bitácora en sí. Permítanme que vuelva al pez: si sacamos al pez del agua, se muere. No es asesinato, pero lo matamos. Lo mismo pasa si lo sacamos del agua salada donde vivía tan ricamente (p.i.) y lo ponemos en agua dulce, o a la inversa: lo matamos. O si calentamos el agua, o la enfriamos mucho: lo matamos. Si a una persona la sumergimos en agua el tiempo suficiente, la matamos. En este caso, es asesinato. ¿Y si la sacamos del “agua”? En ese debate ya no entro, llámenlo según su criterio. A mí, llamarlo “extirpación” me parece un eufemismo para “muerte”, y aunque no soy ni cristiano ni judío, el “no matarás” me parece un gran consejo.

En mi postura relativamente contracorriente de todo el mundo, me negaba a entrar en el debate “¿Crimen u operación?”. Para mí, era un pregunta retórica de respuesta evidente: “¿Eso es matar o no?”. Biológicamente, lo es: si no interviniéramos para sacar a ese ser de su entorno, probablemente se convertiría en un ser vivo en toda regla.

En esa postura relativamente contracorriente, me parecía (y aún me parece) inadecuado juzgar a una persona sin conocer sus circunstancias. Conozco a quienes condenan a una mujer que aborta al ostracismo. Conozco casos contrarios, en los que una mujer decide seguir adelante con un niño con malformaciones y su entorno la condena al ostracismo. Hay de todo. En mi mente, no era ni es lo mismo que decida abortar una niña de 14 años que ha sido violada y espera a un niño con cinco síndromes graves a que lo haga una mujer que utiliza la IVE como método anticonceptivo.

Pero algo ha cambiado en mi postura. Y todo es por Pepita.

Pepita (nombre ficticio o no) es una mujer joven, guapa, abierta de mente y sumamente inteligente cuya opinión respeto mucho y que, me dijo, no veía la diferencia entre estar embarazada por amor o por haber sido violada: el bebé no tiene la culpa. Me explicó su punto de vista de una forma amable, casual, aludiendo a la que creía que debía ser la función de la sociedad en los casos en los que yo puedo rechazar la muerte del bebé, pero creo que nadie puede juzgar a la madre por cualquier decisión que tomare. Seguimos en desacuerdo, en ese sentido.

Pero sí, algo ha cambiado. Pepita encontró unas noticias. Me las mostró. Yo no me las podía creer. Como vivimos en la época de la desinformación, decidí ir a las fuentes.

Los números

Empecé por irme a la página oficial del Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar social, donde me encontré la siguiente tabla:



Según ella, en los diez años comprendido entre 2009 y 2010, 1.037.388 embarazos fueron interrumpidos voluntariamente. Si nos vamos a las causas que motivaron tal decisión, encontramos las siguientes:



Fuente: Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social, https://www.mscbs.gob.es/profesionales/saludPublica/prevPromocion/embarazo/tablas_figuras.htm 

De los años presentados, en 2014 se registró el menor porcentaje de interrupciones a petición de la mujer: 88,90%. Por vagancia, voy a aplicar ese porcentaje mínimo, y me sale que se interrumpieron más de 922.238 embarazos que eran oficialmente viables (930.477 si aplico el 88,90% sólo a los años que no aparecen en la segunda tabla, y al resto el valor que presentan). De media, en un 89,88625% de los casos es a petición de la mujer (9 de cada diez). El porcentaje de mujeres nacidas en España (62,23-64,60) es similar al de las mujeres con nacionalidad española (63,07-66,09) y abre otros interrogantes que no vienen al caso de lo que yo quiero decir aquí.

Bla, bla, bla.

Esto no son más que números, de momento, con independencia de la realidad que reflejen para quien me esté leyendo. Me resultó muy interesante cotejarlo con la siguiente tabla, encontrada en el informe España en Cifras 2018 (sí, aunque la tabla que presentan sea de 2016) del Instituto Nacional de Estadística:



(fuente: https://www.ine.es/prodyser/espa_cifras/2018/20/ )

Si hablamos de personas físicas a efectos legales, no hay ningún problema con esta tabla. Sólo que... qué quieren que les diga... hay algo que me revuelve en las entrañas cuando veo esas cifras. Si hacemos el ejercicio mental teórico, puramente teórico, de hablar de "vidas humanas interrumpidas", sea antes de nacer o después (repito, sólo como ejercicio teórico, no moral), nos encontramos con que, en el año 2016, la IVE fue la tercera causa más frecuente de que una vida humana no siguiera adelante.

Según la misma fuente, en el año 2016 nacieron 410.583 niños en España. Ese año hubo 93.131 abortos voluntarios. Calculadora en mano, dos de cada nueve embarazos terminaron por decisión de la madre. En 2018 fueron 2 de cada 7,5.

Creo que, a estas alturas, es evidente para quienquiera que me esté leyendo la dirección en la que voy. Yo estaba en contra del aborto. Cuando veo estas cifras y me encuentro titulares como el siguiente:



(fuente: https://elpais.com/elpais/2020/01/18/opinion/1579306880_937341.html )
pues resulta que, mira, no: que uno puede celebrar con alegría su libertad, o su libertinaje, o su libre albedrío, o su legalidad, o el salirse con la suya, o el que le den la razón, o el no contribuir con un ser humano más a la sobrepoblación del planeta, o el ahorrar al medio ambiente el plástico de cientos o miles de pañales, o el dinero que se va a ahorrar, o el poder dedicar su tiempo a causas muy nobles y necesarias (sin ironías), o el haber contribuido a la selección natural (con ellas); pero no mezclemos la velocidad con el tocino: esa mujer del titular no celebra la alegría de la vida. Puede celebrar la alegría y, si de uno de los elementos de la dicotomía vida-muerte, entonces estará en el segundo.

Le pese a quien le pese, esto no lo dice un facha: el medio ambiente, el cambio climático, la extinción de especies, las guerras del coltán, el mal reparto de la riqueza en el mundo, la modificación genética de organismos, el mercurio en el mar, las islas de plástico, el desperdicio de alimentos, los abusos del capitalismo con Trump (últimamente, antiabortista) a la cabeza, el ascenso de la ultraderecha en España y un largo etcétera me preocupan más que a muchos de izquierdas, y me preocupan más que el aborto. A ver: a mí me habría encantado tener niños, y sí, hablo desde la pena de no tenerlos, lo reconozco. Nuevamente, ése es ya otro tema. Como el de la función y sostenibilidad de la sociedad del bienestar.

Dejemos esos temas y concluyamos. Sí, yo estaba en contra del aborto. Sólo del aborto. Convencido por argumentos propios. Ahora, además, estoy en contra de que me tomen por idiota.

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