lunes, 25 de noviembre de 2019

La entonación como síntoma

CONTEXTO
No sé si os habréis dado cuenta del cambio en la entonación del castellano. Por supuesto que se van perdiendo acentos, y podemos señalar a la televisión, a la globalización, a la evolución natural del idioma o a lo que queramos. Desde mi punto de vista, es una pérdida cultural. Como músico, y como amante de los idiomas, me da pena que ya haga años, o lustros, de la última vez que oí a alguien "cantar" con acento santanderino al hablar.

Corríjanme si me equivoco: en castellano, la entonación correcta para las preguntas con pronombre interrogativo desciende hacia el final. Sin embargo, si no hay pronombre interrogativo, la entonación debe ascender. Compárese:
—¿Ha venido Pedro? (ascendente)
—¿Quién ha venido? (descendente)

ALARMA

Hace años ya que me llamó la atención cómo algunas personas hacían preguntas sin pronombre interrogativo y con entonación descendente. Era una entonación extraña para un montañés viviendo en el extranjero. La pregunta tenía un tono más elevado que el de una frase enunciativa, pero acababa con un descenso brusco al final que parecía como si me estuvieran reprochando algo en lugar de preguntarme. Eran casos aislados.

Poco a poco, fueron ganando terreno. Ya cuando estrenaron la serie Isabel, las entonaciones descendentes en las frases interrogativas sin pronombre interrogativo se hicieron más frecuentes que las entonaciones (correctas) ascendentes. Cuando llegó El Ministerio del Tiempo, uno la tenía que ver con subtítulos para saber cuándo preguntaban y cuándo afirmaban. Creo que fue en el tercer capítulo, cuando el actor Sancho pregunta "¿Es él?" y parece que está diciendo "Es él"—que en los subtítulos sí aparece con signos de interrogación. Que personas supuestamente provenientes de distintas épocas y regiones cometieran, todas, el mismo error, me pareció un fallo muy cutre, y también un defecto sin importancia en una serie estupenda; pero como profesor de español, aquello era irritante como una piedra colada en un zapato perfecto.

Hasta este año 2019, me parecía que los niños, al menos, seguían conservando el acento propio de los sitios y la entonación lógica para estas preguntas. Ya no.

¿SÍNTOMA?
Podríamos ver esto como una evolución natural de un idioma cada vez más expuesto al inglés, que distingue las preguntas de las afirmaciones por el orden de las palabras en la frase, y que se puede permitir ahorrarse el esfuerzo de ascender a un tono más agudo. En ese caso, sólo sería un síntoma de contagio lingüístico.


Sin embargo, yo creo que va más allá. Ya Gabriel García Márquez reflejaba la dificultad para respirar de la esposa del coronel (en El coronel no tiene quien le escriba) escribiendo sus preguntas sin signos de interrogación—y por si quedaren dudas de si aquello era intencional o una interpretación del lector, el narrador lo corrobora algo más adelante. Una sociedad cansada no va a elevar la entonación, sistemáticamente. Una persona introvertida o apática, tampoco: ella ya sabe que pregunta, y se lo pregunta a sí misma. Una persona desesperada probablemente no eleve mucho el tono tampoco.

Pero es mucho peor. Una persona con una entonación que no asciende al pedir permiso, en realidad no está pidiendo permiso, sino que está autorizándose a aquello que fuere. No es lo mismo "¿Se puede?" que "Se puede". Esa entonación plana o descendente se utiliza también en algunas preguntas retóricas (no en todas ni por todos): no esperamos una respuesta, o directamente no nos interesa la opinión ajena, y eso se refleja en nuestra entonación.

Llevado el punto anterior al extremo (y es un extremo que he visto demasiadas veces), refleja también un dogmatismo y un ánimo de convicción del otro. Si estamos, supuestamente, dialogando, y hacemos una pregunta clara a la persona que tenemos delante, la estamos invitando a que participe en el diálogo. Sin embargo, si la persona lo que oye es una afirmación, la estamos forzando a tragar con aquello que le decimos, porque para cuando se dé cuenta de que le estábamos preguntando, nosotros ya habremos seguido con nuestro rollo, autoconvencidos de que el silencio de la otra persona implica una aceptación tácita de la película que le estábamos contando. No es lo mismo un "¿Tú echas piña a la pizza?" que un "Tú echas piña a la pizza". Si te quieren convencer de que te pases a su bando, ni tan mal, lo creas o no: peor es cuando nos quieren convencer de que pertenecemos al que consideran bando contrario para poder odiarnos con justificación: "¿Tú serías capaz de comerte un niño crudo?" frente a la versión afirmativa. Brrr. Miedo me da.

Los españoles nos interrumpimos al hablar. Eso, que siempre ha sido un signo de mala educación, y que contribuye en ocasiones a crispar los nervios aún más, a mí, qué quieren que les diga, me da ciertas esperanzas de que aún no tenemos, como nación, un electroencefalograma tan plano como nuestra entonación.

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