domingo, 17 de enero de 2016

El CD y los Masters del Universo

Todos somos injustos a veces. Todos hemos sido niños. Todos, en ocasiones, hacemos cosas que sabemos que están mal, y pese a ello las seguimos haciendo, sepamos o no por qué.

Andaba yo por cuarto o quinto de EGB cuando vi en la televisión un documental en el que presentaban la tecnología del CD, ese objeto que fue de uso cotidiano años después y que ahora parece estar cayendo en un cada vez mayor desuso. Yo estaba emocionado con lo que presentaban en el documental, un disco pequeño, que no se rayaba con tanta facilidad, en el que la información se conservaba para siempre, sin ruido de fondo... Aquella perfección tecnólatra que nos vendieron a todos, que nos creímos, que defendimos como la mejor... Cierto, hoy corren otros tiempos y muchos añoran el vinilo e incluso vuelven a él, pero en aquel entonces era un sueño.

Y yo, que ya por aquel entonces prometía en creérmelo todo, fui al colegio y se lo conté a unos cuantos compañeros. Vale, ya tenía yo fama de Antoñita la Fantástica, pero aquello ya me coronó, nadie me creyó, fui objeto de tal burla que, desde aquel instante, pasé a filtrar lo que decía y a guardarme... decir un 90% es poco (sí, sigo siendo verborreico a patás, lo cual no se contradice con el hecho de que filtro, y filtro mucho, supongo que por suerte para el mundo). Decidí que no merecía la pena comentar con mis compañeros de clase lo que yo veía en documentales mientras ellos veían partidos de fútbol. Probablemente sólo fuera mala suerte de contarle nada a las personas equivocadas...

¿Karma? Si piensas eso, es que eres tan gilipollas como otros mofones. El karma es otra cosa. ¿O puede el karma viajar hacia atrás en el tiempo?

Pasaron los años. ¿Sexto, séptimo de EGB? Llegó el grito de los Másters del Universo, He-Man, Skeletor y compañía. En España, para no variar, estas cosas nos llegaban con bastante retraso. En España, para no variar, no sabíamos de nuestro atraso. Estaba yo con mi amigo Ch. en el Club de Tiro de Santander, y estaba con nosotros su amigo... ¿Paco? Recuerde yo bien o no, llamémosle Paco. Un chaval majo, inteligente, con inquietudes, y con el que yo podría haber tenido una amistad como pocas en la vida, potencialmente. Sólo que Paco había estado en Francia o dónde, y sabía que, además de lo que se vendía en España, había también otros muñecos, que se llamaban así y asá y que tenían este aspecto y aquél. "Ch" se rió de él y a mí me entró la vena gilipollas y le hice a Paco lo que no me había gustado que me hicieran a mí, a sabiendas de que estaba haciendo algo que no estaba bien. Claro que, después de todo, mi amigo era Ch, y fuera aquello o no divertido, la solidaridad y la lealtad a mi amigo de toda la vida de los últimos meses eran más importantes que el comportamiento correcto ante alguien que conocía de una tarde. Nos reímos de él de lo lindo (o de lo no-lindo). Y pese a eso, luego fui a hablar con Ch y le dije que creía que no nos estábamos portando bien. Lo justifiqué mal (y ahí sí que creo que hice lo que pude con mis limitaciones cognitivas de la edad), diciendo que igual Paco estaba diciendo la verdad (en lugar de decirle "mira, estamos siendo unos imbéciles, vamos a pedirle perdón", que era lo que nos habríamos merecido los dos). Ch (quien estaba teniendo un mal día o tendría sus razones, porque siempre fue y sigue siendo una bellísima persona) me replicó que a Paco le estaba bien la mofa, porque siempre estaba con batallitas e imaginándose cosas para hacerse el interesante (¡!)

Paco a mí sólo me dijo que estaba muy decepcionado conmigo, que se pensaba que yo era una persona diferente.

Y el tiempo le dio la razón: a España llegaron los muñecos de los que él hablaba. Yo no tuve la oportunidad de volver a verle y pedirle disculpas, cosa que me habría encantado si hubiera podido (a eso sí que me llegaba por aquellas edades).

Quizá yo sólo me reí porque también se habían reído de mí antes. Qué se yo. Es una de esas vivencias en las que me encantaría poder viajar atrás en el tiempo y, con la perspectiva de un adulto, explicarme las cosas, sin enfados, simplemente hacerme ver lo correcto en el momento exacto. Pero entonces, quizá hoy no sería yo. Y tal vez, por esos caminos inexcrutables del Señor, Paco sea hoy más feliz gracias a aquella tarde estúpida cuyo recuerdo me incomoda aún hoy.

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