Primeras impresiones.
La nieve, el olor (¡como en Brañavieja!), muchísima nieve, los conductores van despacio, el aeropuerto es pequeñuco y uno se orienta fácilmente... Las casas son grises con marcos blancos. La esperanza de renovada tradición, al menos con el siempre hermoso adorno de la nieve, parece haberse cumplido. También la gente es, de momento, como esperaba: afable, diría que muy amigable. La mujer de la tienda me dijo que me cambiaba 500 coronas, que no era un problema... Que dentro de dos días, si quisiera cambiar 500 euros, ¡sí que tendría (ella) un problema!
[...] El taxista, correcto. Se quedó como esperando el redondeo. Lo siento por él. Comparado con la tendera y CON LA RECEPCIONISTA, lo siento, ya se llevó las gracias. A la recepcionista tengo que invitarla a cenar. Es guapísima, simpatiquísima y tremendamente servicial. Gracias a ella, ¡ya tengo todas las monedas de céntimos y coronas de Estonia! ¡A los cinco minutos de llegar al hotel! Y además, se vio que estaba contentísima de que intentara hablar en su idioma (buenas noches, tengo una habitación reservada, mi nombre es... y ese es todo mi estoniano).
El hotel está limpio, el baño es moderno, hace calor, estamos EN PLENO CENTRO. Los edificios son bonitos, las plantas bajas y algunos hasta a más alturas parecen hechos de piedra (como rectángulos de caliza), supongo que sea sólo la decoración de la fachada. No hace tanto frío como esperábamos.
En el aeropuerto, una mujer estoniana, casada con un checo y de viaje de Nochevieja, nos dio un montón de consejos sobre cosas para ver, para comer y para disfrutar en general de Tallinn, incluso un par de excursiones por los alrededores.
Me sorprenden los billetes tan nuevos, considerando que pasado mañana ya no van a valer nunca más.
Y tengo un hambre de caballo.
No hago más que pensar en la recepcionista.
[...] Tengo otra historia preparada. Un hombre y sus sueños, una semana...
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