domingo, 1 de septiembre de 2013

Habaděj [hábadyey]

Jo*er qué día. O qué fin de semana.

Ha tenido cosas muy bonitas. Mi visita a mi amigo Marcin o a casa de Klára y su familia. También he conseguido hacer un montón de cosas en casa (lavar la ropa, tenderla, recogerla seca, guardarla en su sitio; limpiar el suelo de toda la casa y pasar el polvo a otra media; clarinete, guitarra, canto, composición; atención a las plantas; ejercicio y más ejercicio; etc.)

Emocionalmente, esto ha sido una montaña rusa. Imaginemos ahora, sin aplicármelo a mi: el que te diga lo mucho que le gustas una casada que te gusta es un hueso duro de roer (y no, no es quien estáis pensando, ni soy yo - de momento), sobre todo cuando no te gusta comer de plato ajeno. El que le venga a uno la chica-que-parece-en-ciernes con un montón de reproches injustificados cuando uno está planteándose cambiar de continente por ella es una patada en el tobillo que te caes. El que tu ex te llame antes de irse de esas vacaciones que contigo nunca podía hacer, y ahora sí puede hacerlas porque para eso ya no estorbas, no mola. El que quieran echarte de una iglesia cuando entras a rezar no parece tener mucho sentido. Y así, con estas líneas generales que podrían aplicársele a cualquiera, yo cambio algunos pequeños detalles aquí y allá y puedo completar la base de tormenta emocional sobre la que se ha ido construyendo mi fin de semana.

Lo de menos ha sido la migraña de hoy, sinceramente.

Y cuando ya estoy para cerrar el ordenador, me llega un mensaje de un gran amigo anunciando una despedida-para-siempre que ha sufrido con un ser querido. Para qué dar más detalles. Seguramente, él preferiría mi fin de semana, con todas sus cosas malas. Y yo lo comprendo. Apretaré los dientes y disfrutaré de mi migraña, de ese recordatorio de que sigo vivo. Y a pensar en las cosas bonitas de estos tres días, que para eso las ha habido habaděj.




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