Ayer estuvimos en el taller de té, hablando de personalización. De la de objetos. Que si te ponen tu nombre en una camiseta, en un bolígrafo, tu fecha de nacimiento en un llavero, la cara de tus niños en el móvil...
Y me acuerdo del trato personalizado que recibía mi madre de telefónica, cuatro años sin ADSL teniéndolo todos sus vecinos.
La diferencia es que, en el segundo caso, hay un trato discriminatorio que perjudica. En el primer caso, sin embargo, el personalizado se ha transformado, por arte de birlibirloque personalizatorio, en una despersonificación personificada. No es más que un personalizado más. Y se cree mejor y más guay por haberse gastado más dinero que otros en que unos terceros le pongan gráficamente su vida en todo lo que lleva encima.
Quizá, después de todo, el “personalizado” no haya hecho más que demostrar que se merece el título de “despersonalizado”, de hombre-masa, por no haberse sabido personalizar sus propios objetos sin intervención ajena. Y encima, irá luciendo su descerebramiento como antes íbamos (y vamos) luciendo marcas y haciendo publicidad gratuita a todo chichirimundi.
Quiero creer que es mejor esto, por “voluntario” (entorno obliga), que el trato de desfavor que le hacían a mi madre – quien, después de todo, ya tiene ADSL (porque todo el mundo lo tiene, no se puede vivir sin él, y etc etc, entorno obliga). Y a pesar de eso, creo que la discriminación negativa tiene algo de positivo, por cuanto te obliga a pensar, te acostumbra a la vida sacrificada, puede volverte creativo. No digo que sea algo deseable, sino que nada es absolutamente despreciable, y todo tiene su sentido, más o menos patente.
En cuanto al internet, si supierais la semana tan fantástica que me he pasado sin internet ni móvil... Así que, que no os extrañe si no me veis en temporadas muuuuy largas por internet. Tengo demasiada vida que vivir.
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