La televisión y las redes sociales tienen en común
que son formas de evasión: uno cierra los ojos frente al desorden (ya sea éste en sentido literal o figurado) e,
inconscientemente, confía en que, cuando los abra, habrá venido
Mary Poppins y todo estará en orden. O si lo prefieren, ponen la
tapa al cubo de la basura y creen, inocentemente, que la próxima vez
que levanten la tapa, el contenido habrá desaparecido por arte de
birlibirloque. Y es un poco como ir a la ópera o al fútbol, si me
apuran y permiten, y salvando las distancias, claro.
Las gafas rosadas, por contra, implican un cambio
de actitud. No significa que no veamos el desorden o el cubo lleno:
vamos a verlo, y vamos a saber que tenemos que ordenar y que vaciar
el cubo. Al mismo tiempo, evitaremos montar dramas innecesarios y
cargar al personal con esa basura que rehusamos tirar. Nuestra basura
nos gusta. Sí, tendremos que despedirnos de ella algún día, si no
queremos que, como dice Toño, un día aparezca vida inteligente allá
dentro. Lo sabemos. Y ese día, montaremos una fiesta de despedida,
gue bara essso denemos esdas gafas dan shulas. Sin amargar la vida al
prójimo.
Valga eso como introducción.
Tele frente a redes sociales
Hace cosa de año y medio, nos presentaron en una
reunión una serie de hechos demostrados por varios estudios, según
los cuales, pasar mucho tiempo en redes sociales provocaba una
reducción en la cantidad de materia gris del cerebro. ¿Ya os estáis
riendo? No me extrañaría. Yo no me reí en su momento porque me pareció más absurdo
que ridículo, y ello por varios motivos, relacionados con el
seguimiento de la televisión:
- ninguno de los estudios que yo comprobé mencionaba la presencia simultánea de otros factores posibles, como un seguimiento de varias horas al día de televisión
- mientras que al seguir un programa en televisión, nuestra mente está mayormente pasiva, en las redes sociales estamos interactuando, léase, que nuestra mente está activa
- přece jen (= después de todo), en las redes sociales nos estamos comunicando, luego tendría que ser igual que si quedamos para tomar algo con alguien, poco más o menos (al menos en cuanto a actividad cerebral)
Pero ¿seguro que todos estos puntos son tal cual
parecen a simple vista? Veamos algunos de los puntos en los que se distingue que dediquemos nuestra mente a internet y/o redes sociales en vez de a esa televisión que tanto aborrezco:
- brevedad: uno se acostumbra a la comunicación extrabreve, nada de ver una película entera (que ya es mucho más breve que leerse un libro) o un documental; esto nos afecta cognitiva y mnemónicamente;
- el contenido en internet es, mucho más que el televisado, nuestra opción, por mucho que cambiemos de canal y por muchos canales de los que dispongamos; y también es una posibilidad por la que optamos mucho más fugazmente - léase, nos cansamos en seguida (y vuelta al punto de la brevedad, aunque en este caso no me refiera a comunicación);
- "está
escrito": eso significa que nuestra memoria relega al papel en lugar de
sobrecargarse. Esto, que inicialmente es una ventaja en una sociedad con
demandas crecientes a la memoria (a corto y largo plazo), supone que
perdemos la costumbre de memorizar (había puesto
recordar) información relacionada con las personas con las que tratamos, porque confiamos en el papel para que nos lo cuente; - posposición: cuando vemos información que nos interesa (entradas, tuits, comentarios, artículos, fotografías, vídeos, noticias), lo dejamos para otro momento, en lugar de aprovechar el momento, la oportunidad que tenemos. Esto altera nuestra percepción de la realidad, porque se convierte en fragmentaria, entre otros (no vemos el documental hasta el final, por así decirlo); además, nos convencemos de que no tenemos tiempo ahora mismo, cambiamos constantemente nuestras prioridades de atención en detrimento de la profundidad, del análisis, de la reflexión; no es menospreciable el efecto que pueda tener sobre la angustia o la depresión;
- multitarea amplia y semejante, o pluriequimultitarea (polyequimultitasking, široko-rovno-multitasking): mientras vemos la tele, podemos leer, tricotar, tejer cestos de mimbre, planchar, hacer pilates, comer pipas o dar un masaje, por citar algunos ejemplos. Lo que sí que no haremos será cinco tareas a la vez. Por otro lado, uno puede navegar, y jugar, y leer, y estudiar varias materias, y chatear con varias personas a la vez en cada uno de los tres servidores de comunicación a los que está conectado - con la atención puesta en cada una de las tareas, que son excluyentes, cada una de ellas, de tricotar, tejer cestos, planchar, hacer pilates, comer pipas o dar un masaje, por citar los mismos ejemplos de antes. Algo me dice que la bitarea es más productiva para el cerebro y permite alcanzar mayores cotas de rendimiento y profundidad cognitiva que la que yo he llamado aquí pluriequimultitarea (para distinguirla de otras multitareas o de una bitarea) - más en en siguiente punto;
- referido aún al punto anterior, las tareas físicas realizadas frente al ordenador se basan en estar sentado, teclear, pinchar con el ratón; frente a la televisión, pueden ser más variadas (jugar un solitario, correr sobre el terreno, estar tumbado, estar sentado, estar de pie... la motricidad fina se puede aplicar a tareas diferentes, y probablemente se aplique, aunque sólo sea para rascarse el higo o hurgarse en orificios cefálicos varios). Vamos, que hay una reducción en la diversidad de las tareas motrices.
Es cierto que alguien que se pase cinco horas diarias viendo lo que echen tendrá, con toda probabilidad, cierto deterioro de su materia gris. Desde mi punto de vista, existen razones para pensar que lo mismo le puede suceder a alguien que use internet en exceso. Y estoy por pensar que el umbral de ese "exceso"está mucho más cerca de la cotidianeidad del europeo medio de lo que queremos reconocer. Habiendo dicho eso, creo que, como en todo, lo mejor es la moderación (en caso de duda, moderarse aún más) y, por supuesto, buscar la variedad en la vida en el más amplio sentido de la palabra.
Ni que decir tiene que no se puede comparar un chateo con un quedar para tomar algo, y no creo que nadie lo ponga en duda - pero por si acaso, escribiré sobre ello también (eso sí, ya en otra bitácora).
Creo que el reciente éxito de películas y novelas
sobre muertos vivientes tiene, entre otras razones mencionadas en
otras bitácoras (de otros grumetes) o en algunas reseñas (de otros
críticos), un motivo añadido, y es que
nos sentimos identificados con ellos. Vamos por la calle con el
cerebro desconectado, mirando la pantalla que tenemos delante. Nos
hemos chocado con algo, o con alguien, qué más da. Pero hete aquí
que era un interfecto, y nos dice que parecemos un zombi. Léase, un
muerto. Léase, alguien con encefalograma plano. Léase, alguien con
muerte cerebral, o con un cerebro muerto, o... ¿Nos está llamando
idiotas? Y en ese momento, no nos damos cuenta de que el engendro
somos nosotros, sólo vemos que pertenecemos a especies diferentes y
nos lanzamos a devorarlo. Quizá esto sea más para La invasión de
los ultracuerpos (con Donald Sutherland) - bueno, creo que era ésa
la película... pero seguro que sabéis de lo que hablo. Por eso no
llamamos sublelo al empantallado que nos acaba de atropellar: sabemos
que es comprar la única papeleta en una rifa de improperios o más.
La tecnología nos acerca a la nube, pero nos
aleja de la gente a nuestro alrededor. Ya hace un par de años que
procuro no realizar llamadas cuando voy por la calle, ni mirar el
móvil a menos que sea algo urgente (claro que urgente es un
vocablo asquerosamente subjetivo, y para cada uno el umbral está a
un nivel diferente, por no hablar del número de casos que puede
incluir). Recibo llamadas, pero procuro no hacerlas. Y no mando
mensajes, ni caminando ni parado ni sentado, si puedo evitarlo. No me
gustan. Los mismo se aplica a la guasa, o whasá, whatsapp o
similares. Sé que todos lo tenéis. Yo necesito menos tecnología, aun a
riesgo de reducir el contacto con gente a la que quiero mucho, mucho,
mucho.
Hace años ya que procuro
dejar el móvil en casa cuando salgo. O lo desconecto (por ejemplo,
cuando tenía una cita, qué tiempos, aquéllos).
Hay gente que se enfada, porque intentaron llamarme y no pudieron.
Peor para ellos. El que quiera, que se enfade, que igual no me puede
llamar para contármelo y yo seguiré tan feliz. Después de todo, no
hace tanto que los teléfonos eran todos fijos. Y así, si voy por la
calle, miro el paisaje, saludo a mis vecinos y me paro a hablar con
gente (¡oh, bici, tan a tiempo que te robaron!), hago fotos o las
encuadro con mi mente sin sacar la cámara (imaginación al poder),
me dedico a pensar, a rezar, a ver formas en las nubes, a contemplar
a Betelgeuze antes de que desaparezca, a identificar olores, y
también, cómo no, a esquivar a los tecnolozombitos. Y a reírme de
ellos. Faltaría plus.
Corolario
(ya ando cansado, iba a haber escrito colutorio
- y ya me entró la duda de si estaré usando adecuadamente la
palabra corolario o debería ir direZtamente a por conclusión)
Llevo ya una temporada alejándome cada vez más de
las redes sociales. Por todos los puntos arriba expuestos, y por otros más que iré añadiendo, y porque eso de
ser excéntrico me ha molado desde que describieron a Cruella de Vil
como un poco excéntrica (me encanta su pelo), y porque
me parece super-excéntrico salirme del tecnocentro, pues anuncio que, a
fecha de hoy (26 de enero de 2015, cumpleaños de Bea), mi
presencia en las redes sociales va a reducirse aún más, hasta
convertirse en meramente esporádica, puntual, irregular, indigna de
mención y anecdótica, como poco. O como mucho.
La excepción necesaria será la de las páginas
web donde presente mis pensamientos o mis trabajos (si es que las
podemos llamar redes sociales) y, por necesidades burocráticas y cardíaco-emocionales, el correo electrónico. Al resto, desde hoy las denomino
redes asociales, porque, nos guste o no, es en lo que tienden a
transformarnos, con mayor o menor éxito. Habrá quien diga que a él,
a ella, no los afecta - enhorabuena, sin sarcasmo, seguro que es
posible, ojalá sea eso válido todo el tiempo que queráis. Y sí,
he recuperado el contacto con algunos amigos gracias a las redes
sociales, y me alegro de haber recuperado ese contacto en muchos
casos, o de haber mantenido otros. Y sí, voy a echar de menos a gente. Ahora mismo estoy echando
de menos mirar a unos ojos amigos que, a su vez, estén mirando a los
míos. Sin pantallas mediando.
Y las voces queridas, entre otros, también las
echo de menos. Pero eso ya va para otra bitácora.