domingo, 16 de noviembre de 2014

Castillos de naipes

Pues hete aquí que de pronto me descubro haciendo tan intencionada como inconscientemente algo que, quizá, todos deberíamos hacer de forma consciente, o no, pero que de seguro todos hacemos muchas veces sin querer, y es poner a determinada gente a prueba.

Y es que hay gente que, sin saber por qué, sin darte directamente yuyu, te ponen una lucecita roja, tímida, casi invisible, casi acallada a la vista de la sonrisa ajena, pero que te dice que no puedes invitar a esa persona a tus castillos en el aire. Que no la puedes hacer partícipe de tus sueños y tus logros, porque, lo sabes, tendrá la capacidad de robarte la ilusión, desencantarte, quitar importancia a todo lo que haces, mientras te dicen lo contentos que están de verte y haberte visto y lo que valoran tu amistad.

Tú sabes que eso puede pasarte. Y sin darte cuenta, como yo, les presentas tus castillos de naipes, los pones sobre la mesa, con toda, todita tu ilusión, tu confianza en esa persona. O eso crees. Y la persona, de un manotazo cargado de "buenas" intenciones, o de malas o por catalogar, te tira el castillo entero. Y la lucecita roja parpadea y te dice que la otra persona, seguramente, ve como un logro la desilusión que lee en tu rostro. Ese desencanto por haberte derribado el castillo de naipes.

Y la persona se ausenta nuevamente de tu vida y tú miras la pila de naipes. Pensativo. Triste. Y te das cuenta de que el desencanto no se refiere a tu castillo caído, sino a haber visto a la otra persona negándose a crecer. Y decides que es su opción y su vida. Recoges las cartas mientras tu ánimo se centra en seguir creciendo y, con una sonrisa, agradeces a la vida la oportunidad de que alguien te haya mostrado un punto débil de tus castillos en el aire... en una maqueta miniatúrica, sin dañar el castillo real.

Tus sueños están más a salvo que nunca, porque ahora puedes corregir un punto débil y, además, sabes a qué otra persona no debes mostrar los pasadizos secretos. Encontrará el castillo, claro, pero no podrá entrar.

Y tú seguirás surcando los cielos en tu castillo volador. El que quiera, que se haga el suyo. Y el que no, está en su derecho. A ti eso no debe afectarte. Ni podrá ya, tan alto que vuelas. No es egoísmo: les tendiste una escala y la rechazaron; les mostraste un castillo que se podrían construir y derribaron el modelo; les dijiste que tú eras feliz y se rieron y seguirán riendo.

Cuanto más alto subas, menos oirás sus risas tristes. Vuela. Mira los castillos que vuelan sobre ti y dirige el tuyo a esos parajes nubosos. Sé feliz, porque te lo mereces. Añade nuevas alas a tu castillo. Y cuando sepas de lo que hablo, sabrás que la felicidad existe para el que la desea de verdad.

Una fortaleza en tierra es defensa y es prisión. Un castillo en el aire te da libertad y un motivo más para vivir. Y para protegerte de los falsos amigos, construye, además, castillos de naipes.


lunes, 10 de noviembre de 2014

Creatividad y restricciones

A veces nos dicen que no hay que limitar en absoluto la creatividad de los niños. Se llega a afirmar que la libertad absoluta es mejor, que produce gente más creativa, más auténtica, más ingeniosa, mejor. Y que también produce mejores obras de arte.

Pues a mí me gustan los límites. Y estoy a favor de cierta censura. Pero vayamos por partes.

Hace unas semanas, Martina P. y yo hablábamos de que una de las dificultades de ser adulto independiente y capaz es... que puedes hacer demasiadas cosas. Parece ser que, para muchas personas, el tener muchas cosas para hacer les lleva a la apatía, al desinterés, al no-hacer-nada. Cuando se puede todo, cuesta decidir en qué invertir nuestro tiempo, cómo jerarquizar nuestras aficiones, nuestras posibilidades infinitas - que, en el mundo del aprendizaje, y del internet con todo-a-un-click-de-distancia, y en otros ámbitos, empieza a ser un problema serio para muchos. Si eso no te afecta, puedes seguir leyendo sin darte por aludido - porque, sí, también hay gente que sabe organizarse de forma natural.

(Breve paréntesis: tener muchas cosas por hacer es algo diferente y, aunque el resultado sea parecido, su problemática es diferente: en muchas ocasiones, cuando uno siente que tiene demasiado por hacer, se siente impotente y no hace nada).

Recuerdo una ocasión en que fui a comprarme unas gafas de sol. Llevaba mi presupuesto pensado y el tipo de gafas que quería. Entré a la tienda. Elección hecha en un minuto. Entonces el dependiente me dijo que ese par de gafas estaba en promoción, y que por el mismo precio podía llevarme tres pares diferentes. Me llevó casi media hora decidir los otros dos pares. Demasiadas posibilidades.

En ese sentido, las normas artísticas nos dan un espacio de comodidad que, por supuesto, podemos romper cuando queramos o necesitemos; pero que, en sí, constituyen una base sólida. Esas normas pueden ser formales (fugas, sonatas, conciertos; soneto, verso alejandrino), estilísticas (conceptismo, culteranismo), políticas (realismo socialista, apología de X, prohibición de mencionar Y), sociales (políticamente correcto) y, me imagino, un largo etcétera. Hala, ya tienes tu lago, nada donde quieras. Y como pez, siéntete libre de saltar fuera del agua. Lo mismo saltas a otro lago y descubres una nueva forma de ser "libre".

Personalmente, he descubierto que la prohibición a hablar de determinados temas, o de usar determinados recursos, me lleva a forzar mi mente. Me provoca. Me incita a buscar nuevas formas de decir lo mismo. Me excita la mente y me inspira. Ciertamente, no estoy a favor de una censura que me lleve a la cárcel o me corte la lengua por decir algo de una forma que el órgano que fuere no acepta. Pero la censura del público, de la audiencia, existe de todos modos, aunque no existieran de otros tipos.

Habiendo dicho esto, no estoy de acuerdo en aplastar la creatividad. Por lo que abogo aquí no es por una represión a la expresión, especialmente si viene desde fuera. Tan sólo quería poner una reflexión sobre las restricciones. A veces, las restricciones son en positivo: no se trata de prohibir hablar de algo, sino imponer (o imponerse a uno mismo) el que haya que hablar de algo, o utilizar un recurso, o unos materiales, unos colores... Son los detalles en común los que contribuyen a crear un estilo, y creo firmemente que moverse dentro de un estilo puede ayudar a fomentar la creatividad.

Cuando quiera que me he impuesto a mí mismo unas normas (aunque fueran muy básicas) para crear una canción, o una serie de canciones; un cuadro o una serie de ellos; una fotografía o una serie de ellas; un relato o colección de los mismos; en cualquiera de estos casos, no sólo he estado muchísimo más satisfecho con el resultado, sino que, en una gran mayoría, la acogida ha sido mucho mejor.

Y vosotros, ¿cómo os sentís con las normas a la hora de crear? ¿Qué pensáis de la Libertad Absoluta? ¿Qué pensáis de la censura? No hace falta que me contestéis a mí (aunque me encantaría saber qué piensan otros). Paraos a pensar un momento. Si veis que definiros vuestros propios límites os ayuda, ¡hacedlo! Si veis que os va mejor sin límites, ¡no os limitéis! Cread como mejor sepáis y disfrutad, que para eso estamos en el mundo.

sábado, 8 de noviembre de 2014

Adiós a una bici

A veces hay que saber decir adiós. Y mira que yo hoy iba con el presentimiento, que debería ir a la sauna andando, que si no debería llevar la bici vieja, que si ese candado era lo suficientemente bueno... Y parece, además, que anda la peña revolucionada robando bicis. Como si todo fuera poco, mi bici parecía tener un atractivo especial (ya me la han intentado robar o dañar varias veces, y ahora, además, hay unos cuantos que deseaban que yo no pudiera ir en bici, gente de envidia mala).

Pues no fue suficiente aviso todo eso, y ¿tonto de mí?, dejé la bicicleta candada, bien atada al aparcamiento de bicis. Salgo de la sauna y la bici no está.

Ni el candado.

A unos metros, un montón de bicicletas, unas candadas, otras sin candar, pero sin atar ninguna a ningún sitio (vamos, candados de no poderte ir montado en la bici, pero de podértela llevar a hombros o pinada o sobre una rueda), algunas claramente mejores que la mía. Pero se llevan la mía, en un día que he andado de migrañas y bajones.

Y el bajón se fue con la bici.

El primer sobresalto me dejó en blanco. Un amigo inmediatamente sacó el móvil para llamar a la policía, y ya reaccioné, llamé yo. Acabamos riéndonos el agente y yo, y todo (no le salía pronunciar mi nombre y me dio por contestar bien y al tiempo con gracia a algunas preguntas). Una conocida que pasó por allí me ofreció regalarme una bici que tenía en casa que no utilizaba. Un amigo me acompañó hasta la comisaría y luego me llevó en coche a casa, mientras veía todo desde un punto de vista positivo que yo compartía al 100% (de hecho, él intentaba consolarme... y yo pensaba que me estaba leyendo el pensamiento, porque realmente me sentía en positivo).

El ladrón se ha llevado una bici que no costó tanto y cuyo valor económico, después de 6 años de tute a tope y mantenimiento cero, se ha reducido bastante. A cambio, el ladrón me ha dado mucho, muchísimo. Lo que pongo aquí no es nada. No sé si encontrarán la bici o no, pero de momento, yo me alegro de no haberla visto al salir de la sauna. Que peor era la "fortuna" que me esperaba en el camino de vuelta a casa y la esquivé por ir en coche :)

Hoy ha sido un gran día.

Adiós, bicicleta querida. Gracias por tantos paseos, por tantos encuentros facilitados, las excursiones, los arándanos, las ideas musicales y literarias que se me ocurrieron sobre tu sillín, las alegrías que di a tanta gente, el deporte que hice, el dinero que ahorré, las compras que hicimos juntos, las caídas, las chupas en tantas tormentas, los fríos y calores. Gracias por servirme de trípode y de conejillo de indias, y por haberme ayudado a conocer mundo y naturalezas humanas más o menos dignas de recuerdo. Ojalá seas muy feliz allá donde vayas y sepan valorarte como yo o más. Y que termines en las manos de alguien que te necesite más que yo.

Hasta siempre.