viernes, 29 de marzo de 2013

La corona

Muchos checos están orgullosos, aún hoy, de no tener el euro. Cuando comenzó la crisis y se habló de que Grecia iba a dejar la Eurozona en un plazo de dos meses (y al cabo de dos meses decían que en otros dos, y ahí sigue), muchos se reían del euro, y que qué bien estábamos con la corona. Cierto, no se han cumplido los criterios para tener el euro; y además, teníamos un veto presidencial (de un presidente al que ya se le terminó la presidencia, por fin). Algunos hemos aguantado más de una chanza por querer euros en vez de coronas. Y quién sabe, quizá tengan razón en rechazar la moneda única.

Prefiero las coronas por muchos motivos. Algunos son totalmente triviales, como que los billetes y monedas son más bonitos (y el papel, de mejor calidad), ver caras impresas te hace ver estos pagarés modernos como algo más humano, desde el punto de vista numismático su aspecto no está tan gastado por verlo en todos lados, y en esta sociedad individualista nuestra y en eterna búsqueda de la personalización, uno se siente como más especial, más único y esas cosas. No me tira el orgullo patrio, porque en ese sentido prefiero los reales a la corona, que todo queda en la corte. Cortés dice.

Claro que también me gusta la estabilidad. No creo que Europa se vaya a ir al garete por el euro, ni por Grecia. No creo que el poder adquisitivo de los alemanes o los franceses vaya a caer tan dramáticamente en los próximo años (ya veremos qué les hacen las economías asiáticas en cuatro o cinco lustros). Los sueldos pueden caer, pero al fin y al cabo, con ese dinero van a comprar en Europa. Y ¿dónde compramos los que recibimos nuestro sueldo en coronas?

En Europa.

De los cuatro países con los que tenemos frontera, tres usan el euro (Alemania, Austria, Eslovaquia). De ellos, es de la economía alemana de la que más depende la checa. ¿Qué ventajas puede tener, desde mi laico punto de vista, que aquí tengamos coronas? Muchas: el día que la industria alemana, con todos los trabajadores que tiene en la Rep. Checa, necesite bajar el sueldo a sus trabajadores, sólo tiene que modificar el tipo de cambio. Y nadie se enfada con su jefe, oyes. Qué fetén.

Cuando en las noticias de mi país adoptivo aparecía que la corona se estaba fortaleciendo y nadie sabía por qué, no era difícil ver que la cosa tenía un tope. Los checos, y los inmigrantes en la Rep. Checa, no iban a alcanzar al cambio los sueldos de Papi Germán. Ni de lejos. Pero se les podía tener en una burbuja de felicidad un tiempo, que tuvieran unas buenas vacaciones un par de veranos, antes de que hiciera falta bajarle los humos a las coronas.

Ya decíamos hace un año que un buen momento para comenzar la caída podría ser la marcha de Klaun Klaus. Ojalá no sea cierto, y esa pérdida de un 3-4% de las últimas semanas sea sólo un susto. Ojalá me equivoque y tenga que unirme a los que se ríen de mí por no confiar tanto en la corona.

sábado, 2 de marzo de 2013

Los siete placeres

El otro día hablaban en la sauna de cuáles son los siete mayores placeres. Mencionaron la lista completa y luego empezaron las conjeturas: ¿cuántos a la vez se pueden combinar, y cuáles?

Yo tengo mis propios placeres. Uno es la música. Es tan absoluto, que me cuesta combinarlo con los otros. Me absorbe. Me lleva al trance. Lo mismo me sucede a veces cuando bailo, pero menos. Y otro de los mayores que tengo es el deporte ejercicio físico (supongo que para algunos, el nirvana sea una forma de gol eterno).

Al final pondré la lista, pero ¿cuáles tienen ustedes? Y ¿cuáles creen que son los placeres mayores que puede tener el ser humano?

La discusión siguió adelante. A mí algunos no me parecían placeres, sino formas de alivio. Que el alivio sea una forma de placer, no lo discuto: pero el trasfondo de una caricia y de un rascado es diferente, en aquélla siendo que buscas mejorar tu situación desde un punto, digamos, neutro, mientras que en el rascado buscas solucionar un problema (el picor) para llegar al punto neutro.

Hace unos años estuve en Estambul con un viaje de fin de curso. Visitamos un hammam. Al acabar el masaje, nos metimos varios en un espacio con una fuente de agua fría y cubetas, con las que nos echábamos el agua fría por la cabeza, intentando enfriar el cuerpo. Uno de mis estudiantes dijo, en un momento, que eso era mejor que un orgasmo. En esas se dieron cuenta de que había un profesor con ellos, todos se callaron y me miraron. Yo no pude evitarlo. Dije, muy serio: "Hay una diferencia: esto se puede repetir cuantas veces quieras".

Pero hay otras. Dependiendo de la sensibilidad del oyente, ciertas piezas musicales le pueden llevar a situaciones de transposición superiores a cualquiera aportada por el tacto, sexo incluido. La diferencia, en este caso, no estriba sólo en la posibilidad de repetir una y otra vez, sino en el tiempo transcurrido en éxtasis. Ninguna experiencia de lo palpable (ni siquiera el baile), hasta hoy, me ha tenido traspuesto durante cinco o diez minutos seguidos. No exagero al contarlo, sólo lo vivo de forma exagerada. A Dios gracias.

¿Y cuáles son los famosos siete placeres? ¿Ya han pensado los que podrían ser? Les añado la lista, con mi opinión de si es placer real o más bien alivio.

La lista que me dijeron era la siguiente:
  1. comer (p)
  2. beber (p)
  3. hacer el amor (p)
  4. lavarse (p)
  5. defecar (a)
  6. orinar (a)
  7. dormir (¿¿??)
Lo del dormir es algo que no me explico... Si fuera descansar, lo pondría entre los alivios, pero es que yo, personalmente, cuando estoy durmiendo no me entero.

¿A dónde vamos?

En la serie de preguntas "quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos" a mí siempre me ha faltado el "dónde estamos". Puede parecer una pregunta muy tonta; pero es mucho más fácil responder a la tercera si sabemos contestar bien a la añadida. Cierto: podría considerarse ésta una parte del "quiénes somos".

En cualquier caso, últimamente me he encontrado en diferentes contextos con la pregunta de adónde va la música (entiéndase clásica), y si es posible hacer algo nuevo. De acuerdo con Marcus Weeks, esa pregunta se la han hecho ya en todas las épocas. Weeks, incluso, se aventura a proponer varios posibles caminos por los que la música podría evolucionar. Dice que el nacionalismo llevó al internacionalismo, el Este y el Oeste están mezclados desde hace años, y es difícil encontrar influencias de otras culturas. "El minimalismo ya está perdiendo fuerza" (cito), y quizá la respuesta esté en dejarse influir por la música popular, otra vez, o entrar en un neorromanticismo. También dice que la música "seria" y el público, durante el siglo XX, alcanzaron su punto de mayor separación en la Historia, separación que parece estarse reduciendo de nuevo.

Lo veo no sólo en mi caso, sino en los programas de los conciertos. Quizá es que hace años no veía lo que no quería ver, o que había nombres que no aparecían nunca, el caso es que, en los últimos años, veo nombres nuevos con una frecuencia cada vez mayor. Y ojo, que cuando digo nombres nuevos, no me refiero sólo a compositores modernos, como Pärt o Gorecki, sino también a nombres que no había oído jamás de compositores que ya llevan criando malvas cientos de años, como Zelenka, Josquin, von Bingen o Rameau, y que merecen el tiempo dedicado a escucharlos.

Pero permítanme volver a mi pregunta: ¿a dónde vamos? ¿Vamos a un nuevo estilo, o a una mezcla de ellos? ¿Y quiénes somos los que vamos? En el mundo occidental, somos una sociedad individualista, que busca la diferenciación, la personalización, y también busca algo nuevo constantemente. ¿Estamos dispuestos a conformarnos con la música de Britten o Blacher (ya difuntos) o la del ya mencionado Pärt? ¿Nos llena? ¿Nos basta?

Y los músicos (compositores), ¿están dispuestos a copiar el estilo de otros? Muchos lo hacen, y no tienen duelo en decir lo diferentes que son del resto, ciegos a la semejanza. Y nadie parece decirles "oye, que lo que tú haces es poco original". Hay que ser diferente, pero lo suficientemente igual para entrar por la oreja a la primera y que te digan lo buenísimo que eres, aunque no seas más que técnicamente perfecto.

Otra vez me voy por peteneras. Creo que es difícil que surja un movimiento musical que suene unitario, y no porque los caminos de la tonalidad y la atonalidad estén agotados, ni porque no pueda haber ya nada nuevo bajo el slo, sino porque cada compositor quiere ser único en su especie y no copiar a nadie, ser original y seguir su propio camino jamás antes hollado por nadie. Algunos, incluso, queremos hacer algo nuevo con cada nueva composición. Con semejante caleidoscopio, encuéntrenme dos cuentas iguales para hacerme sendos pendientes con estilo.

El camino, parece ser, está ya definido por la experimentación constante.

¿Y el público?

Marcus Weeks tiene razón en que tenemos que aprender de la música popular (entiéndase no sólo pop y rock, sino también hip-hop, rap, trance, etc). Hay muchas fórmulas de éxito que pueden funcionar muy bien entre la gente joven. La gente quiere poder cantar lo que oyen. Olvídate de arias, quiero algo que no sea difícil, y que tenga un mensaje, y a ser posible un estribillo que me aprenda antes de que acabes la canción. Los musicales están bien para verlos, pero no para escuchárselos (en general). Y además, hay que cambiar la forma (y el precio) de presentar la música. Estoy seguro de que hay formas de agradar al público, a los músicos profesionales y a uno mismo.

Mis Hlavolamy no son la respuesta; pero quizá lo sean los rompecabezas de otros.